Hubo una lucha de clases en los últimos 20 años y mi clase ganó”, es la conclusión lapidaria de Warren Buffet, la cuarta persona más rica del mundo, refiriéndose a la desigualdad que aumenta a la velocidad de la luz en todo el mundo.
Siete de cada diez personas viven en un país donde la desigualdad entre ricos y pobres es mayor ahora que hace 30 años, y la minoría rica de esos países, de la que no se escapa por supuesto Argentina, está aumentando aún más su participación en la renta nacional.
“Las consecuencias son destructivas para todo el mundo. La desigualdad extrema corrompe la política, frena el crecimiento y reduce la movilidad social. Además, fomenta la delincuencia e incluso los conflictos violentos. Desaprovecha el talento y el potencial de las personas y debilita los cimientos de la sociedad”, advierte la organización Oxfam Intermón en un documento presentado hace unas semanas en Madrid con estadísticas basadas en los estudios del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otros institutos independientes que relevan la economía global.
La concentración de riqueza vuelve a los niveles de mediados del siglo pasado. El número de millonarios en dólares pasó de 10 millones de personas en 2009 a 13,7 millones en 2013. Desde que se desató la crisis financiera en 2008 hay 1.645 personas que acumularon más de mil millones de dólares. Las 85 personas más ricas del planeta (según la lista de Forbes y el Credit Suisse) poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad.
Entre marzo de 2013 y el mismo mes de 2014, estas 85 personas incrementaron su riqueza en 668 millones de dólares diarios. Si el mexicano Carlos Slim, el hombre más rico del mundo, quisiera gastarse su riqueza de 80 mil millones de dólares a razón de un millón al día, necesitaría 220 años para quedarse sin un dólar.
Bill Gates, el segundo más rico, necesitaría 218 años. Aunque nunca se quedaría sin dinero con una inversión de su capital a un magro interés del 2%, con la que ganaría 4,2 millones de dólares al día.
Y no son los únicos en esa situación. Actualmente, hay 16 multimillonarios en África subsahariana que conviven con los 358 millones de personas en situación de pobreza extrema en la región. La riqueza conjunta de los milmillonarios se ha incrementado en un 124% en los últimos cuatro años, y actualmente asciende a aproximadamente 5,4 billones de dólares. Esta cifra duplica el PBI de Francia.
En los 21 países de los que existen datos, se produce una fuerte correlación entre la desigualdad extrema y la baja movilidad social, asegura Oxfam. Lo que quiere decir que si se nace pobre en un país con una desigualdad elevada, probablemente se morirá pobre, y sus hijos y nietos también serán pobres. En Paquistán, por ejemplo, un niño que nazca en una zona rural y cuyos padres pertenezcan al 20% más pobre de la población sólo tiene un 1,9% de posibilidades de llegar a subir en algún momento al 20% más rico.
En Estados Unidos, casi la mitad de los chicos cuyos padres son de “renta baja” se convertirán en adultos de “renta baja”. La desigualdad también es pronunciada entre hombres y mujeres. Sólo 23 de los directores ejecutivos de las empresas de la famosa lista Fortune 500, y sólo 3 de las 30 personas más ricas del mundo, son mujeres. La inmensa mayoría de los trabajadores peor remunerados y con empleos más precarios son mujeres.
El estudio de Oxfam indica que la mayoría de las personas en el mundo entienden que la mejor manera de convivir en una sociedad global es disminuyendo las diferencias extremas. Una encuesta realizada en 2013 en seis países (España, Brasil, India, Sudáfrica, Reino Unido y
Estados Unidos) reveló que la mayoría de las personas considera que la diferencia entre los más acaudalados y el resto de la sociedad es demasiado amplia. En Estados Unidos, el 92% de los encuestados declaró su preferencia por una mayor igualdad económica, al elegir como distribución de los ingresos ideal la que existe en los países escandinavos. Richard Wilkinson, el profesor británico especializado en “epidemiología social”, lo resumió así en su libro “Análisis de una (in) felicidad colectiva”: “Si los estadounidenses quieren el sueño americano, deberían ir a Dinamarca”.
Algunos siguen viendo la desigualdad como una consecuencia inevitable de la globalización y el desarrollo tecnológico. Sin embargo, las experiencias de distintos países a lo largo de la historia ponen de manifiesto que, en realidad, son las elecciones políticas y económicas deliberadas las que generaron una mayor desigualdad. Existen dos poderosos factores políticos y económicos que exacerban la situación y que explican en gran medida las extremas desigualdades actuales: el fundamentalismo de mercado y el secuestro democrático por parte de las élites.
“Así como cualquier revolución se come a sus hijos, el fundamentalismo de mercado sin control puede devorar el capital social necesario para el dinamismo a largo plazo del propio capitalismo”, dijo Mark Carney, el gobernador del Banco de Inglaterra en un recordado discurso ante la Cámara de los Comunes.
El estudio de Oxfam concluye que “a pesar de que el fundamentalismo de mercado desempeñó un papel causal determinante en la reciente crisis económica mundial, sigue siendo la visión ideológica dominante en el mundo, y continúa impulsando la desigualdad. Este enfoque ha sido un pilar fundamental de las condiciones impuestas a los países europeos endeudados, obligándolos a desregularizar, privatizar y recortar las prestaciones sociales para los más pobres, a la vez que se reduce la carga impositiva de los ricos. No habrá cura para la desigualdad mientras los países se vean obligados a tomar esta medicina”.
A pesar de todo esto, en 2014, los directivos de las cien principales empresas del Reino Unido ganaron 131 veces más que un empleado medio, y sin embargo sólo 15 de estas empresas se han comprometido a pagar a sus empleados un salario digno. En Sudáfrica, un trabajador de una mina de platino tendría que trabajar 93 años para ganar sólo los bonos anuales de un director ejecutivo medio de la compañía que explota ese lugar.
Mientras que la Confederación Sindical Internacional calcula que el 40% de los trabajadores de todo el mundo pertenece al sector informal, en el que no existe el salario mínimo ni otros derechos laborales.
La desigualdad también contribuye al cambio climático. De acuerdo a Narinder Kakar, de la Unión para la Conservación de la Naturaleza de la ONU, la degradación del medio ambiente puede atribuirse a menos del 30% de la población mundial. El 7% más rico (unos 500 millones) es responsable del 50% de las emisiones de dióxido de carbono, mientras que el 50% más pobre produce sólo el 7% de las emisiones totales.
Los especialistas consultados por Oxfam dicen que la solución más efectiva y rápida para achicar la grieta que está dividiendo al mundo es la aplicación de un impuesto a las transacciones financieras. Con esos ingresos y una distribución exenta de corrupción se podría estrechar la diferencia hasta en un 70%.
Calculan, por ejemplo, que si justo después de la crisis financiera se hubiese aplicado un impuesto de sólo el 1,5% sobre la riqueza de las personas con una fortuna superior a los mil millones de dólares se podrían haber salvado 23 millones de vidas en los 49 países más pobres del mundo que se perdieron por falta de sistemas adecuados de salud.
Se calcula que un impuesto del 1,5% sobre el patrimonio de las personas en todo el mundo con una fortuna superior a los mil millones de dólares podría generar unos 74.000 millones de dólares, una cifra que bastaría para subsanar el déficit anual en la financiación necesaria para poder escolarizar a todos los menores y proporcionar atención sanitaria en los 49 países más pobres del mundo.
Frases que nos dejan pensando
“Si se nace pobre en un país con desigualdad elevada se morirá pobre, y sus hijos y nietos también serán pobres.”
“La desigualdad extrema corrompe la política, frena el crecimiento y reduce la movilidad social.”
“También se desaprovechan el talento y el potencial de las personas y debilitan los cimientos de la sociedad.”