Crear capital espiritual

Vivimos una era en que la adolescencia corre verdadero peligro porque le han quitado la herencia espiritual. Es posible revertir esta realidad si, junto al desarrollo intelectual y físico, administramos los medios de desarrollar a los jóvenes también en e

Crear capital espiritual

Lisa Miller es profesora de psicología y educación en la Universidad Columbia. Un día, ella subió a un vagón del subte y vio que la mitad estaba atestada pero la otra mitad estaba vacía, excepto por un indigente que llevaba comida rápida en su regazo y le gritaba a quien tratara de acercársele.

En una estación, una mujer y su nieta, de unos ocho años, se subieron al vagón. Iban elegantemente vestidas con colores pastel, guantes y vuelos de encaje. El indigente las vio y les gritó: “¿Quieren sentarse conmigo?” Las dos se miraron, asintieron con la cabeza y respondieron al unísono: “Gracias”. Y, a diferencia de todos los demás, se sentaron a su lado.

El hombre les ofreció pollo de su bolsa. Ellas se miraron, hicieron un gesto con la cabeza y dijeron que no, gracias. El indigente les volvió a ofrecer varias veces más y, cada vez, ellas se hacían gestos con la cabeza y le daban la misma cortés respuesta. Finalmente, el hombre se tranquilizó y ellas siguieron sentadas muy satisfechas en su lugar.

A Miller le impresionó el poder de ese gesto. “El gesto de la cabeza era una espiritualidad compartida entre la niña y la anciana amada: rumbo espiritual, valores, enseñados y recibidos en una relación amorosa”, señala en su libro “The spiritual child”. La abuela le estaba enseñando a la niña la sabiduría de que alguna vez todos fuimos extraños en una tierra ajena y que seremos juzgados por la forma en que tratemos a quienes tienen menos.

El argumento central de Miller es que la conciencia espiritual es innata y que es un componente importante en el desarrollo humano. Una implicación de su trabajo es que si nos importan la movilidad social, los índices de graduación, la resistencia, los logros y la formación de la familia, no podemos pasar por alto los recursos espirituales de las personas que estamos tratando de ayudar.

Miller define la espiritualidad como “la sensación interna de relación con un poder superior amoroso y orientador”. Cada quien concibe esta potencia superior como Dios, la naturaleza, el espíritu, el universo o simplemente la unicidad general del ser. Ella distingue la espiritualidad, que tiene un componente genético demostrable, de la afiliación religiosa, que está influida por entero por el ambiente.

Yo diría que Miller no pone mucha atención a las muchas formas laicas y terrenales que se encuentran para organizar la vida. Empero, sí parece ser cierto que la mayoría de los niños nacen con un sentido natural de lo espiritual. Si encuentran una ardilla muerta en el parque de juegos, entienden que ahí hay algo sacro y muy probablemente le darán un entierro respetuoso.

Tienen un sentido natural de la unicidad de la Creación y un sentido de un ámbito trascendente y no material. Miller menciona estudios con gemelos que apuntan a que la fuerza de la conciencia espiritual del niño se debe en 29 por ciento a factores genéticos amplios heredables, en 24 por ciento al ambiente familiar y en 47 por ciento al ambiente individual y exclusivo de la persona.

La conciencia espiritual, agrega, culmina en la adolescencia, más o menos al mismo tiempo que la depresión y otras amenazas al bienestar. Ella afirma que cierto grado de depresión adolescente debe de verse como parte normal del proceso de crecer, ya que los jóvenes se hacen preguntas fundamentales sobre sí mismos. El auge espiritual de la adolescencia es la respuesta de la naturaleza a esta crisis normal.

Tomadas en conjunto, afirma Miller, “las investigaciones apoyan la idea de factores fisiológicos comunes de la depresión y de la espiritualidad”.

En otras palabras, los adolescentes comúnmente sufren pérdida de sentido, de confianza y de identidad. Algunos tratan de llenar ese vacío con drogas, alcohol, actividad pandilleril e incluso el embarazo. Pero otros están rodeados de personas que han cultivado sus instintos espirituales.

Según la investigación de Miller, los adolescentes con un fuerte sentido de conexión con un ámbito trascendente tienen de 70 a 80 por ciento menos posibilidades de dedicarse a consumir sustancias fuertes. Entre las chicas adolescentes, tener un fuerte sentido espiritual es en extremo protector contra la depresión grave. Los adultos que se consideran muy espirituales a los 26 años, según ese estudio, están protegidos en 75 contra la recurrencia de la depresión.

La capacidad espiritual innata puede marchitarse si no se cultiva, así como las facultades matemáticas innatas se quedan sin desarrollar a falta de instrucción. Las familias amorosas nutren esa capacidad, especialmente cuando los padres hablan explícitamente de su búsqueda espiritual. La cuestión más amplia, especialmente en estos tiempos de disrupción familiar, es si las escuelas públicas y otras instituciones deben hacer algo para nutrir las facultades espirituales.

Las escuelas públicas generalmente desestiman la espiritualidad por temor a ser acusadas de hacer proselitismo religioso. Pero debe de ser posible enseñar la gama de disciplinas espirituales sin adscribirse a ninguna, para que los estudiantes conozcan las opciones.

En una era en la que tantas personas pierden el rumbo durante la adolescencia, no podemos darnos el lujo de ignorar un recurso que, de cultivarse, las ayudaría a salir de apuros. Ignorar el desarrollo espiritual en la completa sociedad es como ignorar el desarrollo intelectual, físico o comunitario. Es amputar a la gente de una forma fundamental, provocando depresión, abuso de drogas, enajenación y miseria.

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