Por Julio Bárbaro Periodista, Ensayista, Ex diputado nacional - Especial para Los Andes
Nuestros debates son tan intensos como carentes de contenido. Tantos días dedicados a saber si Cristina se presenta o no, sin terminar de asumir que después de la huida de los gobernadores nos estamos apasionando por el destino de un partido provincial. Y lo de provincial es solo como refugio final de un grupo sin futuro, de quienes convirtieron una gran fuerza política en un espacio para debatir temas secundarios. Nada nuevo, no necesitábamos leer el horóscopo para entender que los caprichos cuando se convierten en dogmas se quedan únicamente con la tribu de los fanáticos, los dogmáticos, ésos que aplauden todo más allá de no entender demasiado. Hace rato que el peronismo dejo de interpretar un pensamiento, de expresar una manera de imaginar el país. Se convirtió en una cáscara vacía que Menem ocupó con sus amigos liberales y los Kirchner con una mezcla de usureros y revolucionarios. Así terminamos.
El peronismo es un recuerdo, el no peronismo una opción que no logra estabilizarse nunca. Si Perón retornó del exilio tras 18 años de fracasos fue simplemente porque ningún grupo había logrado instalarse en el poder.
Esa sensación fue reiterada, Raúl Alfonsín fue el mejor presidente de la democracia, así y todo no pudo establecer una continuidad. Menem y los Kirchner tuvieron poder consolidado pero las consecuencias fueron el incremento de la pobreza y la miseria en forma constante. Y ahora, liberados de las exageraciones de Cristina, Mauricio Macri deambula entre la ilusión de un proceso exitoso y el temor a que eso no sea posible.
Achicar sin lastimar
El gobierno del PRO exagera los logros que surgen del concepto de superar el pasado, de organizar con cordura el Estado y darles seriedad a los inversores. Todo un propósito más bien conservador que oscila entre achicar gastos sin lastimar a nadie y convocar inversores sin un nuevo proyecto de sociedad. Para el que no tiene objetivos todos los vientos lo lastiman.
Y aquí surge el problema, somos una sociedad sin rumbo ni proyecto, donde las mismas empresas productivas sobrevivientes no logran ganancias, no se entiende por qué alguien vendría a acompañar su fracaso.
Mientras tanto, un grupo de grandes empresas -principalmente las que heredaron los servicios privatizados por el menemismo- no tienen límite en sus rentas, en su acumulación.
Nuestra sociedad es la misma en su sistema productivo, claro que se ha alterado sin limite el sistema distributivo. Y el Gobierno arrastra la absurda convicción de creer que puede reordenar la economía exigiendo más a los ciudadanos mientras facilita las ganancias empresarias. Desde la dictadura hacia nuestros días, exacerbado por Menem, Cavallo y Dromi, las riquezas son más o menos las mismas, la distribución es esencialmente distinta. Supuestos "inversores" expulsaron a los almaceneros para instalar los supermercados y se quedaron con las farmacias -que ahora son cadena-, con los bares
-que ahora son cadenas- y con todo aquello que permitía trabajar a los de clase media, sobre todo pertenecer a la clase media. Ahora van cayendo y convirtiéndose en clase baja, viven perdiendo derechos al consumo, entregando nivel de vida. Y ese proceso produce una generalizada sensación de desesperanza, ésa que los rostros reflejan en la calle, ésa que todos sueñan con cambiar antes de llegar a las urnas.
Ganancias desmesuradas
¿Quién mide, controla o limita las ganancias de los grandes grupos concentrados? Nos prometieron capitalismo competitivo y nos dejaron en manos de monopolios saqueadores. Los bancos son un ejemplo que asusta: si depositamos los ahorros, perdemos y si nos dan crédito, también. Son bancos para banqueros que expolian ciudadanos y sus ganancias son tan desmesuradas como las pérdidas de sus clientes.
El Estado existe para conducir las sociedades, para impedir que en la jungla el grande destruya al resto. El Estado necesita estar en manos de una dirigencia que se imponga a la codicia de los grandes grupos concentrados y en nuestra sociedad eso es todo al revés, los grupos conducen al Estado y la sociedad no encuentra quien la proteja de su codicia.
Los Kirchner tenían sus grupos amigos y se enfrentaban a “los medios hegemónicos”, desde ya para quedarse también con ellos. Habían inventado un relato según el cual “lo de ellos era lo de todos”, e intentaban quedarse con todo.
Ahora Macri se instala en la idea de que ayudando a los ricos va a generar el “derrame” pero hasta los créditos que nos conceden terminan saliendo del país en manos de los grandes ganadores. Que quede claro, por este camino vamos seguro al crecimiento de la pobreza. Cuestión de tiempo y de medir con pericia, la pobreza es hasta hoy el único valor de indiscutible crecimiento.
No me digan que estoy pesimista, sólo describo una realidad que ni siquiera la política en su dimensión cotidiana se atreve a enfrentar. Es una triste verdad y estoy convencido que además tiene remedio. Aunque no por ahora y con la manera en que la asumimos.