Volver a abrir los cuadernos no es sencillo para ellos. En bicicleta o a pie recorren largos kilómetros tierra adentro para llegar a la escuela. Soportan cuando el calor o el intenso frío castigan con fuerza el campo mendocino y la mayoría de las veces tienen que esperar a que sus padres cobren el dinero de la cosecha para poder tener útiles en su mochila, un guardapolvo, zapatillas y -lo que es más preocupante aún- estar bien alimentados.
En esta época en que Mendoza se encuentra en su momento clave en materia de vendimia, no todo tiene olor a fiesta en las zonas rurales. A diferencia de lo que sucede en los establecimientos ubicados en el Área Metropolitana, donde casi la totalidad de los niños y adolescentes ya han comenzado las clases, las aulas de las escuelas más alejadas todavía tienen asientos vacíos, que recién serán ocupados hacia fin de mes.
La respuesta a esta problemática confluye en una misma realidad. En las áridas tierras lavallinas, en las planicies del Este y en el favorecido suelo del Valle de Uco, este es uno de los períodos de trabajo más fuertes en el campo y por eso, es el momento en que cientos de familias ponen todo su esfuerzo en el trabajo en la finca, ya que de allí saldrá una buena parte del dinero con el cual los padres podrán vestir, alimentar y comprar los útiles de sus hijos.
Los directivos y docentes en estas zonas aseguran que esta situación no es nueva y que, de hecho, el inicio tardío de una parte de los alumnos de primaria y secundaria está naturalizado. Es que pese a la existencia de programas coordinados entre el Gobierno y el sector empresario para erradicar el trabajo infantil -como el programa Buena Cosecha- lo cierto es que aún hay niños que están presentes en chacras, fincas y galpones de empaque, ya sea porque son muy pequeños y sus padres no tienen con quién dejarlos o bien porque colaboran con distintas tareas.
Esto significa, en concreto, una doble vulneración de sus derechos, amparados en teoría por las leyes y convenciones internacionales vigentes. La escuela es testigo de ello e incluso muchas veces se requiere de un esfuerzo extra para lograr que los niños se conecten con los contenidos una vez que regresan, debido a que a diferencia del resto de sus compañeros, deben iniciar el ciclo desde cero. En ese contexto, a medida que los alumnos se reintegran, los docentes deben realizar una tarea pedagógica personalizada.
De acuerdo a los datos de la Dirección General de Escuelas (DGE), en Mendoza funcionan 500 escuelas rurales, de las cuales 30% es "multi grado". Esto significa que un mismo docente atiende a más de un grado. Por eso, uno de los desafíos para este año consiste en sumar psicopedagogos y maestros recuperadores dedicados a dictar las clases de apoyo.
Carencias del aprendizaje
La escuela Heriberto Baeza, de Rivadavia, ubicada en el paraje Los Campamentos, es un ejemplo. Allí asisten 170 niños en los dos turnos de la primaria y de primero a séptimo año, la mitad de los cuales todavía no ha iniciado las clases. Al igual que en tantas otras instituciones de zonas rurales, a las necesidades propias del establecimiento se suman las que presentan los alumnos.
Carencias económicas, problemas familiares y abandono son la constante que predomina entre los chicos que asisten a estas escuelas. Todo esto, junto al ingreso tardío repercute de manera negativa en el aprendizaje.
"La cosecha nos afecta mucho, porque las familias esperan estos meses para poder comprar lo que sus hijos necesitan para comenzar. Muchas veces se tienen que llevar a los chicos con ellos y los más grandes se hacen cargo de la casa", aseguró la maestra Susana Baca y advirtió que incluso hay estudiantes que deberían haber rendido y que aún están ausentes. "Tienen muchas dificultades al momento de asimilar los conocimientos", explicó la docente.
En el norte provincial, a 110 kilómetros de la ciudad de Mendoza, el director de la escuela Ángel Rizzo, ubicada en El Cavadito (Lavalle), aún espera el ingreso de al menos diez niños (de los 28 que asisten a este pequeño colegio multi grado) que ya deberían estar cursando. Antonio Briones se mostró preocupado: "Se trata de una cuestión cultural; algunos chicos van a trabajar con sus padres y en otros casos todavía no tienen nada para poder empezar. La cosecha es la única posibilidad que tienen para amortiguar la mala situación económica", explicó el director, que también es docente de séptimo grado.
Para llegar a esta pequeña escuela, que funciona en una sala de primeros auxilios cedida por la comunidad, los niños tienen que atravesar dos lomas de médanos y andar como mínimo 8 kilómetros.
En dos escuelas de Maipú, Juan José Viamonte (ubicada en Tres Esquinas) y Procesa Sarmiento (en Coquimbito), la situación también es compleja. En ambas sus directivos coinciden que tienen una parte de su matrícula aún ausente, en gran medida por el trabajo rural. Pero además, "muchos chicos están esperando la entrega del abono para poder viajar, pero este beneficio recién el Gobierno lo deposita en abril", explicaron.
Hacia el Valle de Uco, en Colonia Las Rosas (Tunuyán), la preocupación es la misma y el porcentaje de niños ausentes llega al 10% sobre un total de 330. "Los papás no les han podido comprar el material o ni siquiera tienen zapatillas; las familias presentan graves problemas económicos", expresó la vicedirectora, Laura Occhipinti.