Faltan semanas para que empiece la cosecha y el escenario para la nueva temporada es complejo. Ya sea por factores climáticos, falta de inversión o una mezcla de los dos, Argentina viene de las dos peores cosechas de los últimos 50 años: 17,5 millones de quintales para 2016 y 19,5 millones de quintales en 2017.
Como consecuencia, al ritmo de la oferta y la demanda el precio del litro de vino tras la liberación aumentó, lo que llevó a las empresas a importar 80 millones de litros de vino con el doble propósito de “planchar” los valores en el mercado de traslado y abastecer sus contratos. No obstante, en las góndolas, el consumidor sintió la suba y en muchos casos prefirió optar por otras bebidas.
La industria acumula dos años de caída en la comercialización (mercado interno y externo), lo que implica que se dejaron de vender 139 millones de litros de vino, por tanto, resta preguntarse si se puede revertir esta caída. Por el lado productivo, la nueva temporada parece traer consigo una cosecha promedio, eso podría generar precios estables en la materia prima, un stock holgado de vino y con ello se podría prescindir de las importaciones.
En tanto, por lado del mercado, al parecer hay oportunidades: las bajas cosechas en Europa generarán algunos espacios para que el vino fraccionado argentino gane terreno. En tanto, en el mercado interno, el principal destino de nuestro vino, también se podría mejorar. En los dos casos, el éxito dependerá de cómo evolucionen la inflación y el tipo de cambio, factores que serán clave para ver cómo se posiciona el producto frente al consumidor global en 2018.