Cuando en 1958 el prestigioso entrenador húngaro Béla Guttman aterrizó en Portugal pocos se imaginaban lo que estaba a punto de acontecer.
Una revolución, un terremoto táctico, futbolístico, una modernización acelerada. Uno de los mejores equipos de la historia de este deporte, pero a la vez el más desdichado de ellos, estaba a punto de nacer de la desembocadura del río Tajo. Se acercaba la hora del inolvidable Benfica de los años 60.
Pero Guttman, antes de recalar en Las Águilas, decidió darse un baño de fútbol portugués en el Porto, donde ya comenzó a hacer ademán de sus indudables aptitudes como entrenador. Ganó la liga con una solvencia considerable y se marchó del club por la puerta grande, siendo venerado como un héroe.
Benfica, su próximo destino, institución en la que dio su gran salto a la fama con cinco títulos entre 1959 y 1962. Dos ligas (59/60 y 60/61), una copa de Portugal en 1962 y lo más glorioso, dos Copas de Europa, las dos primeras del club lisboeta, en el 61 y en el 62.
Pero no es oro todo lo que reluce, pese a que estaba siendo la mejor época de Las Águilas, una petición de aumento de sueldo en el verano del 1962 fue muy mal vista por la directiva, quien decidió prescindir de sus servicios sin un motivo de peso aparente.
La noticia corrió como la pólvora y, ante la reacción atónita de todos los aficionados al fútbol, Béla Guttman apareció en rueda de prensa para decir que sin él como técnico el Benfica jamás volvería a ganar título europeo alguno.
Nadie le creyó. Normal, al fin y al cabo, y es que el club venía de ganar dos Champions seguidas ante Barcelona y Madrid y parecía un conjunto invencible.
Pero las declaraciones de Guttman pasaron de ser simples palabras a convertirse en la cruda realidad.
En 1963 el club lisboeta cayó por la mínima frente al Milán (2-1) en la final de la Copa de Europa, lo mismo que en 1965 (1-0 con el Inter), como en 1968 ante el Manchester United e igual que en 1988 con el PSV holandés. Sin olvidar la derrota en la final de la UEFA de 1983 con el Anderlecht de Eriksson.
Tampoco en 1990, en la que fue la última oportunidad para el Benfica de lograr “La Orejona”, pero ni la visita de la plantilla a la tumba del ex entrenador húngaro consiguió romper el maleficio, un solitario gol de Rijkaard dio al conjunto Rossoneri su cuarta Champions. Y así hasta hoy.
La maldición sigue vigente y el Benfica sigue con dos títulos europeos en su historia, los que logró Guttman antes de lanzar su terrible maleficio contra el club de Da Luz.