"El junquillo es noble, usted lo corta ahora y capaz que en cuatro o cinco meses ya está crecido otra vez", dice Sebastián (25) mientras toma una de las plantas por las afiladas vainas y con una sola pasada de la cuchilla la siega cortito, bien abajo, casi al ras del médano. "Solo precisa de arena para darse y, acá en La Paz, tenemos mucha", agrega.
Desde temprano, Sebastián aprovecha el fresco de la mañana y con habilidad corta decenas de plantas. Con ellas arma atados; cuando junta unos 60 de ellos, los acomoda sobre el lomo de su caballo manso, monta y se vuelve al pueblo. Tiene una hora de viaje entre el cauce seco del río al que fue a cortar junquillo y la casa del acopiador, que va a pagarle $ 2,5 por cada atado. Con ese y otros miles de kilos de junquillo alguien, muy lejos de allí, fabricará escobas.
"Por acá, y aunque más no sea una vez en la vida, todo el mundo ha cortado junquillo; los hay que con eso ayudan a completar el dinero de la casa y también están los otros, los que no tienen otra cosa y que viven de eso nomás", explica Miguel Ángel Robles, uno de los dos o tres acopiadores que tiene Villa Antigua, el distrito paceño donde más arraigado está el oficio. Es un pueblo de mil habitantes que tiene una calle llamada Junquillerito y hasta un festival que lo celebra, que se hace el primer viernes de diciembre y que hace pocos días coronó reina.
Si uno pregunta en el pueblo, hasta los pibes saben que es mejor el junquillo de verano, porque tiene más color y presencia que el de invierno, manchado y oscuro de humedad.
También saben todos en Villa Antigua que de allí sale el mejor junquillo de la provincia, uno de los más buscado en Cuyo y que nutre a fábricas de escobas de Buenos Aires, Córdoba, Misiones y Rosario.
Igual y pese a la fama, la corta de junquillo es una tarea que está en retroceso, castigada por la popularidad de los escobillones de plástico, por los costos cada vez más altos y por los planes sociales sin contraprestación. "Se dan sin ninguna obligación, cada vez es menos la gente que quiere ir a cortar", dice un pequeño acopiador del pueblo.
A media mañana, Robles sale al predio a controlar las paseras sobre las que el junquillo se ha puesto a secar: una tarea que en verano lleva cuatro o cinco días pero en invierno, todo un mes. Luego, cuando las fibras están secas y amarillas, acopia fardos de 20 atados, a la espera de los compradores que vendrán desde otras provincias.
Un cortador con experiencia puede segar hasta 300 atados por día, pero hay quienes están muy duchos y alcanzar esa cantidad les lleva apenas tres horas. Uno de esos es Fabián Dubanced (48), que trabaja de sereno los fines de semana y que cada día, desde los 15 años, va al campo a cortar.
Todos tienen alguna historia: una mujer cuenta que su papá quedó con un ojo malo cuando se lo pinchó con una vaina de junquillo y otro vecino muestra un corte en una pierna, provocado con la cuchilla. Son accidentes comunes entre los cortadores.
Más allá de los riesgos y de los sacrificios que suman el calor o la helada, hay cortadores de todas las edades, incluso muchos niños conocen la tarea desde los 10 años. También hay mujeres y embarazadas segadoras de junquillo.
En La Paz, el junquillo crece en una región que cubre más de 70 kilómetros y que llega hasta La Dormida; suele darse en casi cualquier médano, en las inmediaciones del río seco y también en campos privados, donde los cortadores la siegan sin permiso o a veces con autorización, pero en esos casos suelen acordar un 30% de los atados para el propietario. "Se respeta el lugar, como con los trapitos en la ciudad, y donde corta una familia no lo hace otra", cuenta Juan, que aprendió a los 10 años y que cuando necesita un poco más de dinero va a buscar junquillo al río.
En el pueblo de Villa Antigua, el junquillo es "plata todos los días", eso se sabe y el festival de diciembre que celebra la actividad, tiene una canción propia, cuya letra escribió una maestra, Rosa de Virgilio, y allí cuenta entre otras cosas, la historia de uno de sus alumnos, Jonathan, que cada verano iba a cortar junquillo para comprar los útiles y la mochila del año escolar que comenzaba.
El principal acopiador
Antonio Escobosa (71) es, como acopiador, el principal referente del junquillo en Villa Antigua. Compra junquillo a los cortadores desde hace 30 años y vende miles de fardos a fábricas de media docena de provincias.
El hombre atiende también una despensa y así, muchos de los obreros rurales que arriman sus atados de junquillo, lo cambian por víveres o sacan alimentos a cuenta de futuros atados.
"A mi edad, trabajo 14 horas por día, temprano en la mañana acá, en las paseras donde se seca el junquillo y por la tarde, en el almacén", dice el hombre y como todos habla del pasado y de épocas mejores: "He llegado a ocupar 120 familias en las mejores épocas, pero hoy está complicado y las ventas han bajado a menos de la mitad".
Mientras acomoda los atados, habla de las épocas buenas y también de las malas y entonces recuerda el incendio, de hace unos cuatro años, cuando perdió unos 45.000 atados con sus paseras. "Unos pibes que jugaban cerca prendieron un fuego y el viento lo trajo hasta el secadero. Esto ardía como el propio infierno y no hubo cómo apagarlo hasta que llegaron los bomberos".
El festival del Junquillerito
Desde hace 12 años, la Villa Antigua de La Paz realiza el festival del Junquillerito, que celebra el oficio y que se organiza en la escuela primaria Juana José Aguirre de Quiroga, desde donde surgió la idea.
Es un festival que reúne a todo el pueblo frente al escenario José Francisco García, en homenaje a quien inició la comercialización del junquillo en Villa Antigua. Este año la fiesta se hizo el 7 de diciembre, hubo música y baile, conjuntos de folclore de la región y los talleres de danza del municipio. También hubo elección de la Reina departamental del Junquillerito, cuya corona fue para la bella Ailen Arturia, quien sucedió a Ana Laura Verde.
"Una ve los secaderos de junquillo y a los cortadores yendo al campo, que son casi una postal del pueblo y entonces pensamos que hacía falta un festival", recuerda la maestra Fernanda Bendini y así arrancó el festival hace 12 años.