Corrupción, un fraude a la democracia - Por Vicente S. Reale

Corrupción, un fraude a la democracia - Por Vicente S. Reale
Corrupción, un fraude a la democracia - Por Vicente S. Reale

Sabido es, pero es del caso recordarlo, que corrupción significa descomposición, pudrición, echado a perder, algo muerto en descomposición.

Somos conscientes de que la corrupción está "instalada" en todas las instituciones -públicas y privadas- como así también en gran parte de los habitantes de nuestro país.

Y, como esto perdura desde hace muchos años, existe el casi convencimiento de que no podremos desprendernos de esta lacra que "a todos" nos daña y de la que no cesamos de reclamar y de quejarnos.

¿Será así, efectivamente?

¿Tendremos que convivir con este cáncer social?

Entiendo que, en primer término -y no nos hagamos los distraídos- el origen y nacimiento de toda corrupción "está en cada persona". Nuestro mal actuar en lo personal, familiar, social, económico, etc., es lo que va generando la inmensa bola de nieve que terminará arrasándonos a todos.

Es totalmente verdad que el principio del bien, como del mal, están dentro de nuestro ADN espiritual, como también es incontrastable que es más fácil y menos trabajoso obtener lo que necesitamos (en lo espiritual como en lo material) deslizándonos por el camino de la falsedad, del engaño, de los acomodos, del dinero, del poder.

Y, lo anterior, está "socialmente avalado" por: "¡si otros lo hacen, por qué no yo; seré el único/a estúpido que haga las cosas como corresponde!"

Además de observar diariamente que, quienes "obran a contramano" obtienen más fácilmente lo que desean  o necesitan.

Como otras personas gigantes en humanidad, Jesús ya nos advirtió: "Entren por la puerta estrecha y suban por el camino angosto, porque el camino que lleva a la perdición de todo y de todos es ancho y en bajada".

Por lo que, si de verdad queremos aminorar o acabar con la corrupción, lo primero que debemos hacer es "examinar" nuestras conductas personales, familiares, económicas y sociales. Así como sucede con las frutas, la corrupción comienza siempre por uno/a.

La corrupción política

Injusticia, opresión, esclavitud, mediocridad, torpeza, hipocresía, indiferencia, idolatría del dinero y del poder. Aunque la corrupción tiene todos estos nombres, quizás no hay ninguno que sea tan insidioso como la corrupción política: un "auténtico fraude contra la democracia", ya que compromete el correcto funcionamiento del Estado e introduce una creciente desconfianza hacia las instituciones. Cuando una persona adquiere "poder", ya sea "político, económico, eclesiástico o cultural", aparece la tentación de corromperse.

La corrupción política es la peor plaga social, porque está en el origen de la explotación del hombre, del tráfico de personas, de armas y de drogas, de la injusticia social, de la falta de servicios a las personas, de la esclavitud, del paro, del descuido de las ciudades y de la naturaleza. Desde esta perspectiva, la Doctrina Social de la Iglesia recuerda que el sentido de las administraciones políticas debe ser el estar "al servicio del ciudadano" y no al revés.

La globalización de la indiferencia ciudadana ante lo que estamos haciendo o dejando hacer o ante lo que otros malamente hacen o dejan de hacer es la "corrupción en sí misma", porque nace de la incapacidad de mirar más allá. ¿Es este el "modelo de sociedad" que deseamos para nuestros hijos y para quienes vengan después de nosotros? La globalización de la indiferencia -mirar para otro lado o "todo da igual"- es la agudización del egoísmo de nuestro tiempo: "que cada uno/a se las arregle como pueda".

¿Nada se puede hacer?

Por supuesto que algo se puede hacer, y mucho. Y aquí, nuestra historia llama a todas las personas de buen corazón, de buena voluntad y que tengan esperanza y decisión, a no dejarse arrastrar o contagiar por cualquier tipo de corrupción; a denunciar valientemente a las y los corruptos, y a sembrar semillas de solidaridad y de apoyo a todas las personas e instituciones que "obran limpiamente" y que son verdaderos ejemplos a imitar para lograr una sociedad mejor.

No puedo obviar decir que, a todos los "creyentes de verdad" nos cabe una singular responsabilidad en este tiempo. Si estamos convencidos de que Dios es padre-madre de todos los que pasaron, de los que estamos y de los que vendrán, no debemos traicionar esa fe con prácticas que dañan a uno/a o a muchos.

Es prioritariamente necesario que nos unamos en esta "tarea samaritana": trabajar para "recuperar" el bien que existe en cada persona, "sanar" sus heridas espirituales, sentirnos mutuamente "acompañados" en esta tarea para que, con corazones buenos y limpios, podamos "renacer" a una humanidad regenerada.

Debemos plantear el tema de la corrupción no solo como un delito de sobornos sino como un dilema mundial y de conciencia en la sociedad del siglo XXI.

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