Los síntomas: reducción de las inversiones, aumento de la desigualdad social, incremento de la pobreza, ineficiencia en la asignación de los recursos, planeamiento de obras innecesarias que nunca se concretan, no realización de las que deberían hacerse. El dinero que debería destinarse para infraestructura, educación, salud, desarrollo social, bienestar, crecimiento y modernización es desviado en función del beneficio personal del funcionario público.
La corrupción es una enfermedad que evoluciona ante la pasividad del pueblo afectado. Al principio no se ve; en una primera fase aparenta no tener síntomas pero, con el pasar del tiempo, evoluciona y se transforma en corrupción sistémica, se infiltra dentro de los mecanismos de control y se institucionaliza en el principal garante de la justicia: el Poder Judicial. En sus últimos estadios, coopta los medios electorales con el fin de mantener el poder. A esta altura sólo se pronostica la muerte democrática: el totalitarismo.
Como toda enfermedad, la corrupción necesita de un ambiente propicio para propagarse. Según el último informe de Transparency International, los países con mayores índices de corrupción presentan características comunes: conflictos sociales o guerras, gobernabilidad deficiente, instituciones públicas frágiles, bajo o nulo acceso a la información pública y falta de independencia de la Justicia y de la prensa.
Argentina, por ejemplo, se encuentra actualmente dentro del grupo de países con peor evaluación en cuanto a los índices de corrupción: con 32 puntos sobre 100, ocupa la posición 107ma de 168 países desde 2014. Algunos motivos por los que ello ocurre es porque nuestro país no tiene una ley de acceso a la información pública y, según el índice de libertad de prensa recientemente emitido por Reporteros sin Fronteras, presenta “problemas significativos” en cuanto a la libertad de prensa. A todo ello deberíamos agregar la apatía colectiva.
Ahora bien, ¿cómo superamos la corrupción? Con la participación ciudadana y el mejoramiento de las condiciones de la libertad de prensa. Pero para alcanzar aquello es necesaria la reglamentación del derecho humano al acceso a la información, pilar básico del sistema republicano de gobierno.
Sin acceso a la información no existe la transparencia y sin esta última resulta imposible la participación ciudadana, el control de los actos de gobierno y la exigencia de la rendición de cuentas a los funcionarios. Se incrementa la desconfianza en las instituciones e inevitablemente crece la apatía social: el “no se puede”, el “no te metás”, los imposibles. Le damos al Estado un “cheque en blanco” para que haga lo que quiera sin rendir cuentas. Fomentamos las prácticas corruptas y creamos el ambiente propicio para su propagación.
Cuando los gobiernos, el sector privado y los organismos intergubernamentales han fallado en la lucha contra la corrupción, la sociedad civil debe dejar su lugar de mero espectador para pasar a involucrarse en los mecanismos de control.
Gobernantes y gobernados tenemos que aceptar la responsabilidad. Cada vez que se genera un gasto del Presupuesto público sin control, sin rendición de cuentas y sin transparencia, la corrupción se propaga. Debemos exigir la verdad en aquellos hechos y datos que se pueden ver, medir y probar y no conformarnos con el discurso.
Para desalentar las prácticas de corrupción se requiere de un monitoreo permanente de las actividades de los funcionarios públicos por parte tanto de la sociedad civil como de los medios periodísticos. Se busca generar en los funcionarios la sensación de estar siendo observados y controlados en sus funciones por el pueblo soberano.
Pero se necesita más: mejorar la calidad de la Libertad de Prensa. En efecto, los medios periodísticos cumplen un rol fundamental cuando la información no es provista por quien debería proveerla: el Estado.
Será éste el desafío del informador moderno, el moldear la profesión periodística para que se ajuste a las exigencias de una sociedad que vive sin tiempo, pero que no puede ser subestimada y satisfecha con la futilidad del escándalo o con la minucia de un encabezado. Será también su misión, ya que una verdadera democracia necesita de una sociedad informada y despierta para no ser manipulada por el gobierno de turno.
El rol del periodismo, como investigador y denunciante de maniobras corruptas, es clave. Se deberá trabajar entonces en la solidez, independencia y pluralidad de los medios de comunicación que fomentan el debate público. Hay que velar por la seguridad de los periodistas y por su capacitación, con el fin de que estos puedan investigar con libertad y sin presiones.
Está en nosotros elegir el tratamiento: participar en la toma de decisiones que se hacen en nuestro nombre o ser meros espectadores de la muerte inevitable de la democracia.