En Chile vivimos un inusual escenario ético: la transgresión de quienes no se sospechaba que eran transgresores, que podían evadir las reglas clásicas que nos definían como un país sin mayores corrupciones de gran escala, que nos daban prestigio internacional, y nuestros indicadores públicos eran usados de manera comparativa.
No era imaginable presumir que los grupos de poder económico pudieren actuar obscenamente para evadir los recursos públicos de todos los chilenos, alejarse de las barreras más sentidas por una ciudadanía tímida al momento de pensar un fraude o generar un escándalo.
Un agravante sociológico sustantivo es que el grupo transgresor siempre hacía gala de su notabilidad, de su filantropía. Pero lo peor estaba por venir, la declaración convencida de los acusados de que no había reconocimiento de su aporte al país de parte de los fiscales y la descalificación de los acusadores, mostrando una total incapacidad de reflexión moral de lo que han cometido.
No se han percatado de lo que por tantos años se ha cuidado en la sociedad chilena: la cautela y el escrúpulo; ellos violentamente los han alterado, pero su culpa mayor es seguir pensando que la sociedad chilena no los está protegiendo, no los está cuidando, y que son víctimas de los acusadores. Se rehúyen las responsabilidades, las culpas. No reconocen sus responsabilidades.
Los acusados tienen un sentimiento que los agobia, pero no se enteran de la falta de la que son culpables. Esto, en su interpretación, les produce dolor, es un padecimiento, y más aún ahora que están encarcelados.
Como señaló Freud, es mudo para el paciente, el sujeto prisionero de la culpa no se siente culpable. Se es culpable en el inconsciente, esto es, no se sabe que son culpables, pues sienten que nada los acusa y les parece que no han cometido ningún delito.
La narrativa del juez -que fue transmitida en su totalidad por la televisión nacional-, desde el punto de vista de un neófito, es una clase magistral de argumentación, de ordenamiento conceptual, y como él mismo lo dijo, alejado de la ciencia ficción jurídica. Ha probado que no solamente se había cometido delitos, objetivados por los fiscales a través de antecedentes, los cuales el juez declaró como ciertos y posibles.
Fue una verdadera clase de lógica argumental, algo que se ha olvidado de enseñar en muchas escuelas y universidades.
Los acusados habían logrado construir por largo tiempo modales de prestigio, rutinas que convencían de valores intrínsecos que los alzaban como sujetos superiores con la capacidad de evaluar a otros desde su tarima y considerarlos inferiores, y fue la primera reacción que tuvieron ante las acusaciones de los fiscales, la violencia simbólica del que ve alterada su cuota de poder.
Sus actos han ocasionado una pérdida; dicho de otro modo, han ganado una pérdida y han fracasado en su imaginario del triunfo.
Quizás en algún momento se sientan culpables de haber gozado -gozo característico para quienes el fin último es el poder- el transgredir la ley que rige a todos los ciudadanos; es posible, aunque peque de ingenuidad, que en algún momento sientan la angustia frente al superyo, se den cuenta de que sus probables actos de filantropía y condescendencia social y económica no los inmunizaba frente a la ley, y que cometieron delitos graves, obscenos.
Se percaten que no hay fronteras invisibles para otros, y que en algún momento los límites se harían jurídicamente evidentes y se sustanciarán.
Es posible que en algún momento asuman la máxima: "¡Sé! Sé lo que debas ser, si no no serás nada!", es decir, aflore el superyo ético.