La corrupción: Anticristo y también antisistema

En uno de sus habituales sermones diarios, el papa Francisco sostuvo recientemente que los corruptos le hacen “un gran mal a la Iglesia”. Y profundizó recordando lo dicho por el apóstol Juan: “Son el Anticristo que está en medio de nosotros”.

La corrupción: Anticristo y también antisistema

El papa Francisco definió recientemente tres prototipos de cristianos: pecadores, corruptos y santos. Pero definió claramente a los corruptos como los de peor categoría. Catalogó a este tipo de creyentes de “adoradores de sí mismos”.

“Se sienten fuertes, se sienten autónomos de Dios”, dijo. Del pecado se vuelve mediante el arrepentimiento y el perdón; en cambio la corrupción es la encarnación del mal.

Desde el punto de vista cristiano, partiendo de la premisa de que todos los seres vivientes son pecadores, Francisco llamó a la reflexión poniendo a Judas como ejemplo de pecador que en tanto tal puede ser perdonado, pero que por su ambición de poder termina teniendo amistad con corruptos que lo condenan eternamente.

Es necesario pensar en la visión del Papa para intentar comprender la profundidad de este mensaje en la sencillez de la frase misma. Ya que pecadores somos todos, la novedad se centra, entonces, en la corrupción, algo lamentablemente tan común en estos tiempos que a veces hasta parece ser una conducta natural.

Hoy en día los grandes espacios de poder en el mundo, desde la política hasta la religión, están atestados de hombres corruptos, que han eliminado de la educación los valores morales, han destruido la familia y hasta le han quitado poder a la palabra vaciándola de contenido y de verdad.

Posiblemente, el Papa, crítico observador de la realidad argentina y del mundo durante tantos años de misión sacerdotal, nos advierta con sus reflexiones que a la actual realidad no se llegó en un día y que fueron necesarios muchos para semejante destrucción.

No sólo dentro de la Iglesia, sino también en las estructuras internacionales y en las mismas democracias debió contarse con la complicidad de muchos para que la corrupción domine en el mundo como en estos tiempos.

Hasta el silencio de los que no corruptos adquiere un alto grado de culpabilidad.

Las guerras, el narcotráfico, el contrabando de armas y de personas, que en muchas oportunidades van de la mano y se retroalimentan, no son cosas de pocos. Hace falta mucha gente que participe para que sigan dominando la triste escena de violencia e inequidad mundial de hoy.

El papa Francisco ha realizado una advertencia a los cristianos que pueblan el planeta expresando muy decididamente, y con absoluta claridad, que ningún practicante de esa religión debe apoyar, compartir, justificar o aceptar hechos de corrupción, cualquiera sea su dimensión.

Y menos callarlos cuando, lejos de participar de los mismos, los tenga a la vista y esté persuadido de su existencia. Ese es el Anticristo al que alude el Pontífice: el obrar como corrupto le significa al cristiano ser traidor de los preceptos fijados por el propio creador de su Iglesia.

Si esa acción corrosiva de la corrupción ha llevado al jefe de la Iglesia Católica a alertar sobre sus consecuencias en el seno de la institución que conduce, cuánta más energía deberían imprimir a sus acciones para comenzar a erradicar este flagelo quienes tienen la obligación de gobernar las naciones.

Sin temor a equivocarnos, podríamos asegurar que el Anticristo sobre el que advierte Francisco a sus fieles es trasladable y aplicable al seno de cada Estado.

La corrupción se vuelve destructiva del propio Estado, de sus instituciones. Siguiendo la advertencia del Papa, cada persona, creyente o no, desde el lugar que ocupa debería encargarse de vigilar que por ninguna circunstancia prospere el Anticristo, al que bien podemos definir como el antiestado o el antisistema.

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