Corrientes 342, casi como dice el tango

A través de una carta, la vecina contó sus anécdotas en la zona donde se encuentra la casa en la que fue papá el General San Martín, el hito del lugar.

Corrientes 342, casi como dice el tango

Calle con adoquines y poco tránsito. Sus acequias empedradas casi siempre llevaban agua y eso atemorizaba a mi madre, Irma, que como catamarqueña no estaba acostumbrada a ella y temía que yo me cayera y ahogara ¡horror! De todo esto hace mucho tiempo.

En la calle Corrientes mis padres alquilaron cuando por razones laborales mi padre (rosarino) fue trasladado desde Córdoba, en donde vivieron 11 años y nacimos mi hermano Alfredo y yo.

Era pequeña, aún no escolarizada, y tengo borrosos recuerdos de los primeros años pero cuando ingresé al colegio San Pedro Nolasco nada desde ese momento olvidé.

En las hermanas mercedarias cursé hasta que me recibí de maestra normal nacional. ¡Qué título!

El barrio tenía dos cuadras a la redonda, todo lo que se necesita para vivir: el almacén de Don Salim (que daba la yapa), carnicerías, el verdulero que tocaba el timbre con su carrito, la panadería La Merced, la farmacia Ceriotto, que aunque cambió de dueños conservó el nombre hasta su cierre definitivo.

En la esquina de Corrientes y Federico Moreno pasaba horas cosiendo el apreciado sastre Rerdanosky con el cual mi padre se hacía los trajes a medida.

Una persona importante en mis recuerdos fue la señora Ñata, la modista, amiga y confidente. La persona que hizo mi traje de Comunión, de 15 años, de novia y hasta el de Bautismo de mi hija.

Jamás olvido a cada una de mis vecinas y compañeras de juegos infantiles: Queca, Goga, Negrita, Tata, Yayi; con ellas los días resultaban cortos para jugar al “luche” (rayuela), la payana, a la escondida sobre todo en las noches de verano. A la mamá, a la mercería; se nos iba el tiempo en preparativos y cruces de calle de una casa a la otra buscando elementos para el juego.

Más tarde, a medida que crecimos era menor el tiempo de juego y mayor para las tareas escolares. Además algunas de nosotras íbamos a estudiar piano con la querida y paciente profesora Corina.

La compra del piano fue todo un tema para nuestros padres. Muchas cuotas en la casa Breyer. Yo aún los conservo. ¡Qué lindos carnavales! Con disfraces y cuando se armaba la “chaya” a baldazos. En una oportunidad, Corrientes al 400 fue cerrada con autorización de la Comisaría 3° y se organizó un baile.

Cuando se celebró el año del Libertador, la calle Corrientes se convirtió en histórica, las autoridades levantaron un palco en la vereda sur del 300, pues allí había nacido Merceditas, la hija del General San Martín.

Tengo tan presente la misa de los domingos en la iglesia de La Merced y después del almuerzo partíamos muy coquetas al cine, la matiné, a la segunda película que era la principal y para la primera “el complemento” esperábamos la sección familiar. ¡Cuántos cines en esa época, teníamos para elegir!

Por la cercanía casi siempre íbamos a pie; la calle Corrientes tuvo y tiene una ubicación estratégica, con cuadras hasta la avenida San Martín, con su hermosa Alameda, el zanjón sin cubrir (canal Tajamar) y el mercado La Pirámide (no existían los supermercados).

Otra imagen imborrable es “la creciente”; después de la lluvia bajaba gran cantidad de agua. Creo que ninguna de nosotras sabía de dónde venía, qué canal había desbordado, sólo nos divertíamos asomadas en la puerta de casa, la mía con escalón, pero otras tenían previsto la compuerta de madera. De puerta a puerta nos hablábamos en voz alta sin pensar en los daños que podía causar en alguna vivienda antes de llegar al canal Cacique Guaymallén.

En la adolescencia, fuimos creciendo y comenzaron los bailes en las casas, especialmente en el patio de mi querida amiga Queca; el grupo aumentó con Leti, Susi, Buba, Bebi, Mirta, Mara, Lili, Chacha. Llegaron los quince de cada una con trajes a media pierna y los chicos con traje (muchos de ellos) con saco blanco. ¡Qué lindas fotos guardo!

Poco a poco los estudios de algunas, los trabajos de otras y las distintas circunstancias de la vida nos fueron separando. Muchas seguimos en la querida Corrientes hasta nuestros respectivos casamientos después de haber transcurrido amores y desamores.

Por un motivo u otro, estuve ligada al periodismo; mi hermano Alfredo se dedicó de jovencito a esa profesión. Mi padre, Agustín Del Giusti, principal colaborador y responsable de la Página del Campo del diario Los Andes, por el cual este matutino recibió el Premio Nacional en Buenos Aires, el 1 de junio de 1967, instituido por el Círculo de Periodistas Agrarios.

Pasaron muchos años y me casé con Bruno Rizzi, que hacía la página de automovilismo del diario El Andino, para luego dedicarse al periodismo general en Los Andes.

El tiempo pasó, nada puede ser igual, la calle Corrientes, ahora asfaltada, con incesante tránsito, muchas casas se convirtieron en locales comerciales, ninguna de mis amigas vive allí. Los negocios que he mencionado cerraron, pero cuando paso por el barrio no puedo dejar de recordar todo lo que viví en él, juegos, alegrías, llantos y risas. Tengo la suerte que mi memoria está intacta, pero con demasiada nostalgia.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA