Por Marcelo Zentil - Editor de la Sección Política
Martín Kerchner es mucho más que uno de los funcionarios de más confianza de Alfredo Cornejo. Es un hijo que le ha dado la política. Por eso, el Gobernador muestra casi un orgullo paternal cuando habla de su “guardián” de las cuentas desde hace una década.
El nuevo súper ministro de Economía, Infraestructura y Energía es también el único de los miembros del “cornejismo” puro y duro, que están hoy en el Gobierno, al que su jefe le ve futuro de candidato. Eso explica su cambio de ministerio, que es mucho más que un movimiento apurado para tapar un bache imprevisto.
El nombre del contador sonaba en las usinas oficiales, desde fines del año pasado, como destinado a encabezar las listas de candidatos a diputados nacionales en octubre. Aunque Cornejo dudaba.
No lo convencía al Gobernador despilfarrar a uno de sus pilares en un cargo legislativo nacional, que lo convertiría en uno más entre cientos y lo alejaría de Mendoza. Él ya sabe lo que es pasar de ministro a diputado nacional.
El repentino adiós de Enrique Vaquié, lejos de representar un problema como algunos creyeron, se transformó en una oportunidad estratégica: cortar cintas es mucho más redituable políticamente para un potencial candidato (aunque ya no necesariamente lo sea este año) que hablar de bajar gastos. Casi de manual.
En diciembre de 2000, cuando Julio Cobos renunció como ministro de Obras para volver al decanato de la UTN, Roberto Iglesias sorprendió poniendo en su lugar a Aldo Ostropolsky, que manejó sus cuentas desde las épocas de intendente de Capital. Quería dar protagonismo a uno de los suyos para potenciarlo en el año electoral que se avecinaba. Esa movida implicó entonces, también, el ascenso de Vaquié de subsecretario a ministro de Hacienda.
Vaquié se va ahora justo cuando la “vidriera” de las áreas que manejaba parece reverdecer: después de un 2016 escaso en obras públicas, el electoral 2017 promete varios cientos de millones más en el presupuesto. Aunque no todo serán buenas noticias en el ministerio: la alicaída economía mendocina no repunta.
Las razones de su partida las vinculan a la necesidad de buscar una proyección política que no encontraba acá.
Lo cierto es que nunca se lo vio cómodo en el gobierno de Cornejo y, pese a partir con ventaja respecto del resto del gabinete, por experiencia, apoyo partidario y amplitud de funciones, nunca se destacó y pareció resignarse a un silencioso segundo plano.
Kerchner, en cambio, se aferra al centro de la escena: después de ser la figura del Gobierno durante el primer año, cuando tuvo que hacerse cargo de las cuentas públicas dinamitadas por el peronismo, le tocará ahora estar al frente de la sucesión de inauguraciones.
Tanto protagonismo, bien aprovechado, es un capital político inestimable para un ministro con ambiciones electorales, incluso más que la inversión publicitaria millonaria de una campaña legislativa.
Sobre todo si, finalmente, Cornejo no logra avanzar con la reforma de la Constitución, incluida su reelección (que el propio Kerchner milita entre la dirigencia radical), y debe activar su plan B para la sucesión en 2019. ¿Qué mejor que bendecir a un “hijo” como candidato a gobernador?