Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
"Así pues, compatriotas: preguntad, no qué puede vuestro país hacer por vosotros; preguntad qué podéis hacer vosotros por vuestro país".
John Fitzgerald Kennedy
“Es también deber de cada ciudadano preguntarse qué puede hacer uno por Mendoza, antes de preguntarse qué puede hacer Mendoza por uno”. Alfredo Víctor Cornejo
Podría decirse que lo de Alfredo Cornejo de ayer se trató de dos discursos en uno, no contradictorios pero sí bien diferentes.
Cuando habló de ideas, las palabras fueron grandilocuentes, espectaculares, sanmartinianas como comparando su obra gubernamental de un año y medio con el cruce de los Andes, cuando menos.
Mientras que cuando habló de cosas concretas fue minimalista. La “revolución de lo sencillo, de las pequeñas realidades” las llamó nuestro gobernador, como diciendo que lo pequeño es hermoso, que un buen presentismo docente, tener limpito el Parque General San Martín, hacer un Ecoparque con traslado de la mona Cecilia incluido, llevar la cultura a Desagüadero o achicar las colas es algo equivalente a la toma del Palacio de Invierno por Lenin en la revolución rusa de octubre.
Lo cierto es que más allá de las chanzas, algo de razón tiene Cornejo cuando afirma que es preferible que por lo menos funcionen las cosas mínimas en un Estado donde antes de su llegada no funcionaba nada. Pero aún así, más allá de la austeridad que efectivamente el gobernador ha intentado con cierto éxito, muchas de las cosas pequeñas que dice querer lograr aún está muy lejos de conseguirlas, porque posiblemente el Estado gaste menos y sume menos empleados que antes, pero todavía sigue siendo más una máquina de impedir que de solucionar problemas, como lo saben los mismos ministros a los cuales cualquier nimiedad que intentan hacer les cuesta una barbaridad por los obstáculos burocráticos aún muy lejos de ser superados.
Un historiador investigador del pasado mendocino se quedó ayer asombrado por la similitud que encontró entre el discurso de Cornejo y el de los viejos gansos: “No me pareció escuchar a un gobernador radical sino a un conservador clásico, con su enfasis en el orden, la recuperación de valores mendocinistas, su duro ataque a la ‘jurisprudencia conocida como garantista’ y la concepción liberal de que lo único que crea empleo genuino es la actividad privada”, nos dijo el especialista.
Como si quisiera mostrarse tal cual un don Pancho Gabrielli con una pizca de la “autoestima” bordonista y del mensaje épico de John F. Kennedy.
O sea, un discurso que critica lo grandilocuente en defensa de las pequeños hechos pero que a la vez es grandilocuente en las metas con las que se compara. En todo caso, más lógico sería comparar a Cornejo con el San Martín que soñó cuidar esa chacrita mendocina donde pasar sus últimos años y adonde nunca pudo arribar. Cornejo en cambio ya tiene la chacrita y está dispuesto a convertirla en un vergel. Algo que sin ser el cruce de los Andes es en verdad encomiable.
De cualquier modo su discurso fue parecido al de año pasado: sigue queriendo ser el gobernador del orden como prioridad pero con algunos aderezos simbólicos más. No obstante, hay un tema en que sí se diferenció del año pasado. En aquel entonces centró en el exgobernador Paco Pérez la suma de todos los males, como si su sola persona hubiera destrozado Mendoza, a la vez que alabó a más no poder a los intendentes y legisladores justicialistas. Esta vez en cambio lo única referencia a sus opositores fue una ironía ya que éstos no aplaudieron ni una sola de sus iniciativas. Lo cual hace pensar que el 1 de mayo de 2016 Cornejo ya tenía pensado impulsar su reelección y para eso buscó seducir a los peronchos sin los cuales esa utopía era imposible, como acaba de demostrarse en 2017, por lo que al fracasar su intento, ya no era necesario seguir alabándolos. Pequeñas picardías de la política criolla.
Es que Cornejo es un hombre que respira política hasta por los poros. Hace décadas que no se veía un gobernador tan políticamente apasionado y tan capacitado para ello. En sus niveles más bajos, cuando supo ser un simple operador de otros líderes, o ahora en su tiempo de mayor grandeza, nada político le es ajeno, como si fuera su segunda, o mejor dicho su primera naturaleza. Sabedor de ese talento suyo, no dudó en culminar su alocución con un tema que, más allá de su mayor o menor efectividad, llevará a toda la clase política y a la opinión publica en general a discutir casi enteramente sobre la cuestión y dejar un poco de lado las demás cosas que dijo. Es que querer hacer trabajar a todos los presos en forma obligatoria es, en estos momentos de tremenda inseguridad, extremadamente atractivo como propuesta.
Habrá que ver si cuando se concrete rinde algún efecto. Porque en primer lugar considerar que hoy los presos al no trabajar tienen un privilegio viviendo en cárceles sobrepobladas, es cuando menos un exceso verbal. Además, según los conocedores de la cuestión la gran mayoría de los presos con condena firme ya trabajan o quieren trabajar, mientras que será complejo imponer igual obligación a los que están con prisión preventiva sin condena firme y que cada vez se incorporan en mayor cantidad a las cárceles. Pero si el gobernador lo prometió, él sabrá cómo satisfacer las expectativas que su promesa forjó.
En fin, hemos visto ayer a un Cornejo genio y figura, en un discurso donde desfilaron todos los propósitos políticos por los cuales él quiere ser reconocido en sus cuatro años, adornados con algún otro Cornejo estilo Billiken para agregar algo de épica efectista a su revolución de las pequeñas cosas, que sigue siendo valiosa aún sin los adornos.