"Fue una explosión de agitación civil beligerante, que asumió formas semejantes a la moderna guerrilla urbana, se expandió como una onda eléctrica, de extremo a extremo de la ciudad, y puso en las calles una cantidad inmensa de personas decididas a enfrentarse con las fuerzas de seguridad en todos los terrenos y a doblegarlas".
El editorial del 31 de mayo de 1969 del diario La Voz, de Córdoba, cargaba con la tremenda conmoción que aún hacía temblar el ánimo de la ciudad y de sus contemporáneos de esas horas señaladas con fuego en la historia cordobesa y argentina.
"Córdoba está aún bajo la profunda impresión de los graves sucesos que se produjeron durante la jornada del 29, y que todavía ayer se prolongaban con manifestaciones esporádicas e intermitentes pero no exentas de violencia", decía la desvelada columna.
Sí, en este rincón del mundo y del país estaba sucediendo todavía lo que la historia dejaría escrito con el nombre de "Cordobazo". Y el sufijo azo que le daría un aire de leyenda combativa a la ciudad tendría sobrado sentido en dos acepciones: el aumentativo, que da cuenta de la expandida dimensión política que alcanzó Córdoba, y en el que viene a expresar golpe o movimiento brusco.
No es sencillo imaginar los dedos empapados de drama y trascendencia con los que el cronista apuraba las teclas de la máquina en la noche del jueves 30 para la edición del día siguiente. "Los muertos, los numerosos heridos, la gran cantidad de detenidos, los incendios de locales de negocios, del Ministerio de Obras y Servicios Públicos, del Círculo de Suboficiales del Ejército, la quema de automóviles, de tractores, de ómnibus y de las obras de la nueva estación terminal de colectivos, los actos de pillaje, el toque de queda impuesto por los militares, el arribo de contingentes de soldados, el incesante tiroteo respondiendo al hostigamiento de francotiradores, las barricadas y fogatas encendidas por doquier, todo ello confundido en un ambiente de gases lacrimógenos, órdenes, consignas, requisas de vehículos y peatones, conformaron un cuadro de contornos apocalípticos".
La rebelión popular que alcanzó una intensidad inusitada dejaría una profunda huella en el devenir argentino que vendría en los próximos años.
El pueblo cordobés había protagonizado el punto más alto de la resistencia política a la llamada "revolución argentina", la dictadura encabezada por Juan Carlos Onganía, que pretendía atornillarse en el poder. La dictadura había quedado herida de muerte. Los trabajadores, junto con los estudiantes, habían sacado sus protestas y su malestar a la arena pública y el impulso inicial pronto se vio multiplicado con la adhesión de gran parte de la ciudadanía.
Del espíritu rebelde de los estudiantes, el país y el continente habían tomado nota en 1918 con la Reforma Universitaria. Mientras, desde poco antes de la mitad del siglo 20, Córdoba se había convertido en centro interior de la gran conmoción industrial que atrajo a multitudes de trabajadores venidos de las provincias, sobre todo del norte.
"Los salarios pagados a los obreros de la industria automovilística de Córdoba eran los más altos del país", recordaría años después Adalbert Krieger Vasena, quien era ministro de Economía de la Nación en aquellos días.
Suele suceder que, una vez resueltas las necesidades y reivindicaciones elementales como salarios y derechos, el paso siguiente es sumarse a la discusión por las grandes decisiones políticas.
Entre tanta espesura caliente, un rencor pesado quedó agazapado, rumiando convicciones violentas y extremas, a la espera de la oportunidad del próximo zarpazo. Por eso, cuando desde 1976 arreció la más sangrienta dictadura, Córdoba fue uno de los sitios especialmente castigados. El medio siglo que ha pasado desde aquellas ardorosas jornadas de mayo impone recordar, repasar y repensar aquellas bravas jornadas. Aunque los temperamentos de las décadas que siguieron hayan contado de otras maneras el camino, aquellas horas calientes siguen ardiendo en la memoria de Córdoba.
Una rebelión antidictatorial
Lucio Garzón Maceda, abogado de la CGT, estuvo junto con Elpidio Torres, Agustín Tosco y Atilio López en la génesis de la protesta. Sostiene Garzón Maceda: "el Cordobazo no fue una espontánea reacción, sino el resultado de una acción de protesta planificada por los sindicatos; los grandes protagonistas fueron los trabajadores, peronistas en su mayoría, bien remunerados; no fue el comienzo de una etapa, sino la culminación de un proceso de afirmación y lucha sindical que comenzó con la normalización de la CGT cordobesa en 1957; no fue un movimiento prerrevolucionario, sino una rebelión antidictatorial". Afirma que la bronca que alimentó ese ardor de combate se encendió el 14 de mayo, cuando la policía reprimió con violencia la asamblea del Smata que se realizó en el club Córdoba Sport. El 5 de mayo, un paro del transporte público de la UTA les había dado a los trabajadores conciencia de su capacidad de golpear. Pese a los episodios que habían sacudido poco antes a Corrientes y a Rosario, según Garzón Maceda, en esos meses, "en Córdoba la paz de Onganía parecía inconmovible".