Por Fernando Iglesias - Periodista - Especial para Los Andes
Yo seré muy ignorante, pero defenderse de la acusación de stalinista diciéndole “converso” al acusador merece figurar en el Guinness de los récords mundiales de la estupidez política. Todo el mundo -menos Chipi Castillo, evidentemente- sabe que el mote de “converso” (“persona convertida a una religión distinta de la que tenía”, según la RAE) pertenece a una larga tradición staliniana.
Aún más, es el mismo mote que el stalinismo aplicó a todos sus críticos, empezando por Kautsky y siguiendo por Trotsky, generalmente traducido aquí como “renegado” (“persona que ha abandonado voluntariamente su religión”, según la RAE). También le dijeron “Judas”, a Trotsky, ya que las iglesias políticas detestan a la Iglesia Católica porque les hace competencia desleal, pero les cuesta ir más allá de sus categorías de pensamiento.
El peronismo, con simpleza brutal, los llama “traidores”; etiqueta bajo la cual han caído todos los peronistas excepto Perón y Evita, por ahora.
Conversos, renegados, traidores vienen a ser, para peronistas y trotskistas -otra notable coincidencia- los que de jóvenes pensaban una cosa y de adultos piensan otra, proceso sin el cual Einstein no hubiera podido enunciar la Teoría de la Relatividad ni sería posible la ciencia moderna. Pero como no se trata de ciencia sino de creencias religiosas, a los stalinistas y trotskistas argentos les gusta acusar a sus críticos de conversos, renegados y traidores no en nombre de la religión, faltaba más, sino del materialismo científico-dialéctico.
Ni qué decirlo, la acusación de “traidores” es también la que usa la mafia para eliminar adversarios. De ignorante, nomás, apuesto a que la usó Al Capone para quedarse con Chicago borrando competidores a fuerza de balas. Más o menos como hizo Stalin con Trotsky para quedarse con la URSS, y como habría hecho Trotsky con Stalin si hubiera sido el triunfador en vez del derrotado.
Pero dejemos a los contrafácticos fuera de esta minúscula polémica. Lo más significativo de la respuesta de Castillo (“La ignorancia de Fernando, el Converso”) es que me califique de ignorante sin desmentir una sola de mis afirmaciones sobre los hechos. Lo que hace Castillo, con todo derecho, es polemizar sobre mis interpretaciones y acusarme de ignorante por ellas.
He aquí la vieja raíz dogmática stalinista omnipresente hoy en el trotskismo: la disidencia como ignorancia, la opinión divergente como incapacidad intelectual, otro reconocido procedimiento staliniano. Siempre creí que, llegados al poder gracias a un milagro, el trotskismo nac&pop no me enviaría a Siberia por demente como hizo Stalin con sus disidentes. Ya no estoy tan seguro…
Demostrativa de stalinismo es también la justificación de Castillo de la represión de Kronstadt, primera rebelión contra el carácter burocrático del régimen bolchevique. Repasemos sucintamente: la proclama de los marinos de Kronstadt pedía “nuevas elecciones mediante voto secreto... libertad de expresión y prensa... libertad de reunión... liberación de todos los prisioneros políticos...” y “abolición de todos los departamentos políticos y de los privilegios especiales y el apoyo financiero del Estado a un solo partido”.
Y bien, Kronstadt fue aplastada por el Ejército Rojo después del famoso ultimátum de Trotsky, y a Castillo le parece bien. No sólo le parece bien sino que justifica la represión del Ejército Rojo con un argumento de tintes videlianos: “... la excepcionalidad de una guerra civil, donde la naciente Unión Soviética fue invadida por catorce ejércitos contrarrevolucionarios”.
Naufragamos así en otro tópico totalitario: la “defensa del país de la Revolución triunfante”, es decir: la represión interna justificada en agresión exterior, argumento preferido de Stalin para masacrar a millones de opositores. Entre los cuales, un tal Trotsky.
Pero lo que a Castillo parece disgustarlo más es que yo haya dicho que la Argentina tiene mucho que aprender de la experiencia de centroizquierda desarrollada por la Concertación en Chile; uno de los quince países que superaron a la Argentina en el ranking de Desarrollo Humano del PNUD (ONU) durante la Década Ganada. “Sistema educativo elitista, la legislación más antiobrera de la región y escándalos de corrupción que golpean a todo su sistema político”, clama.
En forma telegráfica, vayan algunos números sobre la educación en Chile: 24% de graduados universitarios (contra 14% en Argentina), 42% de egresados en primera generación de graduados universitarios en sus familias y más del doble de ingenieros graduados que de abogados (contra un tercio en nuestro país). Eso, antes de la gratuidad universitaria, que está siendo implementada.
El último informe PISA señala que Chile está también entre los países del mundo que mayores progresos en educación básica han hecho en los últimos años. El 70% de los estudiantes secundarios chilenos terminan sus estudios (contra un 50% de los argentinos), a pesar de que la carga fiscal chilena (20,2% del PBI) es aproximadamente la mitad de la argentina.
¿La economía? El PBI per cápita chileno, menos de la mitad del argentino en 1988, es hoy superior; el desempleo masculino disminuyó 27% (en Argentina aumentó 17%); el desempleo femenino bajó un 31% (subió 40% aquí); y el consumo de energía eléctrica, que era 939 Kw/h per cápita inferior en Chile, es hoy 601Kw/h per cápita superior. Sin cortes. “País desigual”, clama Chipi. Pero la pobreza, que en 1990 afectaba a 38,5% de la población chilena, afecta hoy al 15%; la mitad que en Argentina, una disminución sustentable de más del 60% en 25 años.
Además, la mortalidad infantil es de 7/1.000 nacidos vivos (contra 12/1.000 en Argentina) y la de menores de cinco años es de 8/1.000 (contra 13/1.000), la esperanza de vida es dos años superior, las reservas del Banco Central son de U$S 41.000 millones y la inflación ronda el 5% anual desde hace décadas. En cuanto a los escándalos de corrupción chilenos: en el ranking de Transparencia Internacional Chile ocupa el 23er lugar entre 168 países y es el segundo menos corrupto de América Latina. ¿Argentina? En el puesto 107 entre 168. Sin comentarios.
Chile no es el paraíso pero es la experiencia histórica más progresista de la América Latina del último cuarto de siglo, desarrollada en un país cuyos recursos naturales son mucho menores que los nuestros. Quien quiera desmentirlo deberá proponer otra y aportar datos, y no relato. Mucho menos sirve el chipicastillismo de “El país que soñamos aún no existe”, tan marxista como un Rolls Royce manejado por la doctora Pignata.
“Llamamos comunismo al movimiento real que supera el estado de cosas existente”, decía Karl Marx. Muy diferente a “el país que soñamos no es de este mundo” de Castillo. Por supuesto, nada de esto le interesa al compañero Chipi, para quien cuentan el régimen sindical y no la pobreza; las declaraciones progres y no los resultados educativos; el Relato, y no las realidades sociales.
“La legislación más antiobrera de la región”, dice, sin preguntarse por qué a la legislación más antiobrera de la región le corresponde uno de los índices de pobreza más bajos de la región.
Acaso, porque al trotskismo filoperonista le gusta el sistema de sindicato único argento, copiado de Mussolini; el mismo que tardó nueve meses en hacerle el primer paro general a Alfonsín y cuarenta a Menem; el que le paró cuatro veces a De la Rúa con la pobreza debajo del 40% y ninguna vez a Duhalde, con la pobreza al 57%; el que nunca le paró a Néstor y tardó 59 meses para el primer paro a Cristina pero ya salió a la calle a hacer piquetes y se relame con acompañar a la mafia nac&pop en el primer paro general a Cambiemos a dos meses de la asunción del Gobierno.
En cuanto a sus “respuestas”, las pocas veces que el Chipi responde no hace más que confirmar lo que niega. Lo acuso de criticar con el mismo énfasis a un gobierno -el de Cristina- en el cual murieron 22 personas en movilizaciones (datos de la Correpi, incluido Mariano Ferreyra) que al naciente gobierno de Cambiemos; le señalo que no es capaz de distinguir entre una ley antiterrorista y un protocolo, y el Chipi me contesta que el trotskismo luchó y lucha por igual contra ambos; que es lo que quería demostrar.
Le digo que la dirección y los cargos políticos de los partidos trotskistas son desempeñados por pequeño-burgueses y me sale con una larga lista de obreros trotskistas que tiene que presentar uno por uno porque no los conoce nadie, mientras que al mediático Chipi, a Myriam Bregman, Del Caño, Bodart, Zamora y Altamira, notorios pequeño-burgueses, los vemos en TV día por medio. “¿Le suena a Iglesias el nombre de.. ?”, se pregunta. No, Chipi, no me suena. Y ese es el problema.
“El cinismo ignorante y posmoderno de Fernando, el Converso... queda fuera de mis capacidades pedagógicas”, escribe el profesor Castillo. Y agrega, como supuesta demostración de sabiduría: “Si no fuese por la victoria de la revolución el destino de Cuba hubiese sido el de Haití...”, a lo que sigue el tradicional argumento castrista: la segunda mejor tasa de mortalidad infantil del continente.
Pero Cuba no se pareció nunca en nada a Haití, hasta ahora; y decir que Cuba tenía el destino de Haití para justificar la dictadura castrista no es castrismo, pero se le parece mucho. La verdad es otra. Pese a las ignominias de Batista, la de Cuba era una de las economías más prósperas de la América Latina antes de la Revolución que la sumió en el atraso.
Como demuestra el Centro de Estudios y Población de Harvard, la Cuba anterior a la Revolución tenía la mortalidad infantil más baja de América Latina y no sólo eso: sus tasas educativas y de sanidad mostraban niveles similares a los de los países más desarrollados de la región. La “escasez de recursos” cubana se debe a la Revolución, profesor Castillo, y justificarla en el “criminal bloqueo americano” queda muy mal en boca de quienes consideran a las relaciones comerciales con los Estados Unidos la causa de todos los dramas de Latinoamérica.
Para finalizar, quisiera repetir el argumento central de mi artículo original, al que Castillo ni se digna en responder: el trotskismo argento, en su ceguera tercermundista y filoperonista, es incapaz de comprender el avance que desde el punto de vista de las libertades políticas y el desarrollo económico representa el triunfo de Cambiemos respecto de los 24 sobre 26 años gobernados por el peronismo de los que venimos. Y como no lo entiende, o no quiere entenderlo, se ha transformado en el Partido del Se’ Gual, comando Minguito Tinghitella; colaborando en la estrategia destituyente del Club del Helicóptero de Cristina. No hay más que ver las fotos de las movilizaciones kirchno-troskistas de estos días.
En lo único que tiene razón Chipi es en declamar que no pertenece a la pequeño-burguesía cliente de OSDE sino a la afiliada al IOMA. ¡Qué desilusión! ¡Y yo que creía que se atendía en el hospital público, como el 82% de los chilenos!