Conversaciones entre un zar y una reina

Tanto para Cristina Fernández como para Vladimir Putin la única voz alternativa que se puede ofrecer para ampliar la oferta de los medios privados de comunicación, es la del Estado. Para esta concepción, el Estado, el gobierno, el partido y el pueblo son

Conversaciones entre un zar y una reina
Conversaciones entre un zar y una reina

El diálogo entre la presidenta argentina Cristina Fernández y su par ruso Vladimir Putin expresa de una manera notable el modo en que los sistemas populistas y/o autoritarios han decidido librar su combate contra la libertad de expresión en todas sus manifestaciones.

Lo de Cristina es por ahora más teórico que práctico ya que no habla de lo que está ocurriendo efectivamente en su país (donde la libertad de prensa -aún con obstáculos- existe) sino de lo que ella desearía que ocurriera.

Lo suyo son, como en la película de Anteojito y Antifaz,  mil intentos y un invento. Intentó todos los modos posibles de minimizar la influencia de la prensa libre sobre los ciudadanos pero para ello logró un solo invento: la promulgación de una ley de medios que en cinco años no ha servido para absolutamente nada, salvo para crear un clima supuestamente épico con el cual desprestigiar al periodismo como profesión y tratar de sustituirlo por la propaganda estatal lisa y llana.


Sin embargo, eso nada tiene que ver con un sistema como el ruso donde la libertad de prensa y de expresión no tienen existencia alguna. 
Parece increíble que una populista democrática quiera ponerse a la par de un déspota autoritario.

Parece mentira que para enfrentar a un imperio, Cristina propicie esta alianza con el reconstructor de otro imperio que siempre hasta ahora supo ser peor y más feroz que su par occidental.

En el diálogo, lo de Cristina es ideologismo puro, un populismo antirrepublicano al que ya nos tiene acostumbrados, pero aún así no es pura barbarie como el de su colega Putin.

Cristina dice que “la comunicación entre nuestros pueblos la hacemos a través de canales propios sin intermediación de grandes cadenas internacionales”, por lo cual “la comunicación entre Argentina y Rusia ahora transmitirá los valores propios, la pluralidad de voces, de culturas y el multilateralismo”.

Impulsa un grito de “liberación” internacional: “Es necesario que todos los ciudadanos de la tierra puedan conocer a los pueblos hermanos sin intermediarios....Seamos nosotros mismos, los ciudadanos globales que tomemos conocimiento de las noticias y podamos formar nosotros mismos la opinión y no que nos la formen de afuera”.

Finalizando con que el objetivo final de esta alianza comunicacional entre Argentina y Rusia es el de “democratizar las neuronas”.

A su modo, en tanto discurso político, lo de Cristina Fernández es toda una teoría de la comunicación que es necesario explicitar para entenderla bien.

Desde la lógica cristinista, la ley de medios, a pesar de su total inutilidad legislativa, le ha sido a ella enteramente útil porque ha gestado durante cinco años el clima social necesario para convertir al gobierno en un crítico más feroz de los medios que los medios del gobierno.

Para eso creó un aparato periodístico (es un decir) oficialista y paraoficialista que sólo tuvo parangón durante el primer peronismo, en tiempos cuando la comunicación no era tan omnipresente como hoy.

La única diversidad de voces que se obtuvo en este lustro es convertir a la voz del gobierno en la poseedora de la mayor cantidad de órganos para ser escuchada, vista o leída aunque -es imprescindible aclararlo- en canales, diarios o radios que nadie consume salvo militantes y partidarios.

Ni una sola voz alternativa que no represente al gobierno ni a los medios privados pudo ser impuesta, lo que indica que esas voces no existen o, existiendo, no tienen interés en comunicarse o que la ley es un fiasco colosal en lo que hace a su principal objetivo.

Pero ésa es nuestra interpretación. La de Cristina es muy otra, la opuesta. Ella cree que la única voz alternativa que existe es la suya, la de su gobierno y ninguna otra más.

Por eso dedicó este tiempo de su vida a extenderla con la mayor cantidad de tentáculos posibles. Ella no quiere que los pueblos se comuniquen entre sí sino que desaparezcan todos los intermediarios comunicacionales entre la sociedad y el gobierno para que el poder político sea la única voz de la sociedad.

Como buena populista monárquica, es bastante antipopular, no en el sentido de que no quiera al pueblo sino que lo subestima, por eso cree que una alianza entre canales estatales rusos y argentinos ayudará a “democratizar las neuronas” de los pueblos, como si a estos cualquiera les lavara el cerebro, ése que le quieren lavar ellos.

Transmitir los valores “propios” es hacer kirchnerismo a través de los medios, según su leal saber y entender. Lograr que los “ciudadanos globales” se liberen de los “medios hegemónicos” significa que la prensa oficial de Putin y de Cristina sean las únicas que existan, o al menos las principales.

Para ella la comunicación social es una tarea de la que se debe encargar el Estado y la única voz legítima es la del adoctrinamiento.

Sin embargo, frente a esa concepción populista de la comunicación social, la de Putin es mucho más peligrosa porque la idea que de la libertad de expresión tiene este émulo de Iván el terrible, le agrega a todas las tonterías cristinistas una que no es ninguna tontería cuando dice: “El derecho a la información es uno de los derechos inalienables y uno de los derechos humanos más importantes pero a su vez se ha convertido en un arma temible porque permite manipular la conciencia social”.

Putin cree que estamos viviendo en el tiempo de las guerras de la información donde cada cual lucha por imponer a través de los medios la verdad.

No su verdad, sino “la” verdad. Por eso, para que los medios privados globales no ganen la guerra hay que imponer canales alternativos de la comunicación como “el canal de televisión Russia today, que no emplea métodos que imponen de manera agresiva a los otros su punto de vista”.

Sí lector, leyó bien, el señor Putin no quiere una democracia con más voces sino que llama “canales alternativos” a los estatales rusos. Sin embargo, eso no sería mucho más que una picardía en comparación con la idea de fondo que se deduce de sus comentarios, porque el zar nos dice que el derecho de información se ha convertido en “un arma temible”.

En otras palabras, para que el derecho a ser informado vuelva a ser un derecho humano inalienable, debe estar en manos de los Estados, de los gobiernos. Mientras tanto, hay que librar la guerra contra él.

Y eso ya no es mero populismo sino una declaración de guerra al derecho a la información. Una declaración de guerra a la libertad de expresión que Putin ya ejerce en su propio país y sobre lo cual pretende conseguir aliados como la presidenta argentina, la cual con toda liviandad se presta a su juego.

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

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