Juana Azurduy nació en Chuquisaca en 1780. A los 22 años tomó por esposo a Manuel Ascencio Padilla. Al llegar los movimientos revolucionarios, la pareja adhiere a los ejércitos populares que luchaban contra España. Su valiente accionar la llevó a ser reconocida como teniente coronel por el gobierno de Buenos Aires en 1816, gracias a un informe positivo de Manuel Belgrano. Algunos autores señalan a Juana como la primera mujer en alcanzar rango militar en la historia. Sin embargo no es así, durante las invasiones inglesas a Buenos Aires ya encontramos un antecedente.
En 1807, los ingleses fueron vencidos definitivamente por el pueblo porteño. Al día siguiente de que firmaran la capitulación, Martina Céspedes una vecina de San Telmo -, se presentó en el Fuerte de Buenos Aires para comunicar que había atrapado a doce ingleses cuando intentaron irrumpir en su casa. Explicó que aquel día no se resistió y los atendió cordialmente, solicitándoles ingresar de a uno.
Así, a medida que entraban, Martina junto a sus hijas los reducían y amarraban. La valiente dama pidió quedarse con uno del que su hija Pepa se había enamorado. Prometían quitarle lo hereje con paciencia y mucha agua bendita. Los oficiales no pudieron negarse y permitieron a Pepita quedarse con su prisionero. Doña Martina Céspedes fue nombrada sargento mayor del ejército con derecho a sueldo y se le otorgó un uniforme. Desde entonces, lo lució orgullosa en todos los actos oficiales, al menos, hasta la gobernación de Las Heras en 1825.
Pero no fueron las únicas. El 20 de octubre de 1815 un hecho trágico marcó para siempre la vida de José María Paz. Retirándose de la Batalla de Venta y Media, en la actual Bolivia, su brazo derecho fue baleado. Al principio lo creyó un simple golpe, pero a medida que avanzaba el dolor se agudizaba. La sangre que corría por su chaqueta cubrió hasta la barriga del caballo. El asunto era grave. Seguido de cerca por los españoles no podía detener su marcha, se desangró hasta el punto de sentirse desvanecer. Finalmente junto a sus compañeros de retirada hicieron un alto y uno de estos contuvo la hemorragia con su pañuelo.
Convaleciente realizó observaciones despectivas hacia las mujeres que acompañaban al Ejército del Norte. Por ejemplo en caso de relacionarse con algún oficial de alto ran
go llegaban a ir al frente de las tropas y ocupaban recursos necesarios para los soldados, algo que en ese momento lo perjudicaba mucho por estar herido. Recuerda que en cierta oportunidad, "cuando pedí víveres y forraje para mis cabalgaduras, me contestó el indio encargado de suministrarlos que no los había, porque todo lo habían tomado los soldados que traía la coronela tal, la tenienta coronela cual, etc. Efectivamente, vi a una de estas prostitutas que, además de traer un tren que podía con
venir a una marquesa, era servida y escoltada por todos los gastadores de un regimiento de dos batallones (…). Esto sucedía mientras los heridos y otros enfermos caminaban, los más a pie, en un abandono difícil de explicar y de comprender".
No fue el único en molestarse con la situación. Tomás de Iriarte - uno de los subalternos del general Juan Lavalle - dejó apasionantes memorias sobre los años en que lo acompañó en su lucha contra Rosas. Allí señala que siempre acom
pañaban a las tropas unas 400 mujeres, "malgastándose" en ellas valiosos recursos: "¡Cuantas veces he visto después cuando la penuria de caballos fue extrema, jefes y oficiales a pie, y las rameras más andrajosas pasar al lado de ellos cabalgadas en caballos gordos y briosos, y como haciendo alarde de esta ventaja!" .
Años más tarde, durante la famosa campaña encabezada por Julio Argentino Roca también las encontramos entre las tropas. Vera Pichel en su libro “Cuatro mil mujeres en la Campaña del Desierto” sintetiza esta situación de modo brillante: “Cuatro mil mujeres en la Conquista del Desierto. Recordemos a ellas y muchísimas más que compartieron la dura vida de los fortines, padecieron hambre y frío dando a luz en los descampados, avanzando con los hijos en andas o colgados de su espalda”.
La realidad de estas mujeres era terrible. Comenzando por tener que lidiar con seres como Paz e Iriarte, que no mostraban su mejor cara. La mayoría no tenía más opción que estar allí, tratando de sobrevivir entre la intemperie y el sufrimiento. Recordarlas es encontrarnos con aquellas que contribuyeron con nuestra independencia y soberanía, aunque la mayoría de sus nombres se perdieran entre los caminos sinuosos y polvorientos que atravesaron.