Pese a haber transformado a la totalidad de los medios de comunicación estatales (y a una buena parte de los privados cooptados por la pauta y otras retribuciones de privilegio) en una mera agencia de publicidad del partido político eventualmente a cargo de gobierno, hoy los principales representantes del kirchnerismo critican al nuevo gobierno nacional de atentar contra la libertad de expresión porque no ha renovado los contratos de los supuestos periodistas más explícitamente al servicio de las directivas presidenciales durante la gestión anterior.
Es patético que se quejen de censura aquellos que formaron parte de un régimen que no permitió ni la más mínima voz disidente ni el menor pluralismo dentro de los medios por ellos controlados, pese a ser pagados con los impuestos de todos.
El falaz argumento con el que sostienen tal despropósito (argumento que en el fondo es una mera excusa porque acá todo es cuestión de dinero) es el de que en la medida que los medios privados no controlados por la política expresan una visión contraria, ellos deben equilibrar combatiendo desde el Estado la supuesta prensa “hegemónica y concentrada”
O sea, según dichos ideólogos, en los medios de comunicación siempre se hace política partidaria, la diferencia es si se la hace en el nombre del pueblo donde se ubican ellos, o de los monopolios, donde ubican a todos los que no piensan como ellos. Por eso, al quedarse sin el gobierno se quejan de que ahora no tendrán lugar donde expresarse.
Eso, en verdad, se debe a que por dedicarse a hacer política y propaganda partidaria, los supuestos periodistas al servicio del poder de turno no se ocuparon de fidelizar audiencias con talento y con capacidad profesionales. Por ende, al caerse quienes los financian se encuentran con que no tienen desde donde expresarse porque nadie tiene interés en contratar a los que no son vistos, escuchados ni leídos por casi nadie.
Está claro que la objetividad en el periodismo es muy difícil y hasta quizá imposible porque los puntos de vista conscientes o inconscientes siempre influyen no sólo en la opinión, sino incluso en la propia presentación de la información. Pero esa limitación real no tiene porqué llevarnos a creer que la única forma de hacer periodismo es “militar” para uno o para otro.
Por el contrario, lo que debe hacer es conducirnos a mejorar nuestra capacidad y poner toda nuestra responsabilidad para intentar ser lo más objetivos e imparciales que se pueda. En otros términos, siempre avanzar hacia la verdad aunque ella nunca sea alcanzada definitivamente del todo.
De eso se trata la objetividad y la imparcialidad periodísticas, de tenerlas como meta, como objetivo. Y para eso lo primero de todo es considerar como sagrada la información, los datos, que constituyen la materia prima de la cual se nutre el periodista. Después es legítimo opinar de modos enteramente distintos sobre los mismos hechos, pero sin tergiversarlos.
Lo que se intentó en estos últimos años fue algo más que debatir opiniones diferentes, sino de tergiversar la propia realidad, ponerla en cuestión, en pugna con un relato ideológico que intentó la desmesura de reemplazarla.
En síntesis, es mentira que el periodismo deba ser militante o sino no ser nada. Ayer, hoy, mañana y siempre estará disponible el espacio para el encuentro entre el periodismo y la verdad a través de su búsqueda mediante la mayor objetividad posible. De ese periodismo se nutre la sociedad y es por eso que pese a todo lo que se hizo para destruirlo, sigue más vivo que nunca.