Europa está atrapada entre aquellos que quieren entrar, aquellos que desean salir y aquellos que la quieren destruir. Los que vienen entrando están desesperados, los que van de salida están enojados y los destructores están empuñando banderas.
Por primera vez, esta triple arremetida ha dejado a la Unión Europea, con 28 países integrantes, más vulnerable a fracturas de lo que es susceptible a una integración ulterior.
Una Europa en paz y casi sin fronteras constituye el gran logro de la segunda mitad del siglo XX. El hecho de que se pueda ir de Alemania a Polonia a través de una frontera casi borrada e imaginar escasamente a los millones de masacrados hace siete décadas es evidencia del logro. La Unión Europea es el milagro más soso de la Tierra.
Esta Europa no está en riesgo inmediato de desintegración. Sin embargo se está desgastando. Empecemos por aquellos que desean entrar. Ellos no tienen nada que perder porque han perdido todo. En muchos casos son de Afganistán (en guerra desde hace muchísimo tiempo), de Siria (4 millones de refugiados), Somalia, Irak, Eritrea, el Magreb u otras partes de África.
Al final de odiseas que involucran botes que hacen agua y traficantes que saquean, estos migrantes están entrando por la fuerza al Eurotúnel. Han obstruido el tránsito vehicular y el comercio. Han provocado un estallido de esa perenne condición conocida como fricción anglo-gala. Han provocado la ira del diario Daily Mail (megáfono de mucho de lo peor en Gran Bretaña). El diario cree que pudiera ser el momento de desplegar al ejército.
Sin embargo, llevar a los militares o erigir muros no resolverá nada. Las aproximadamente 3.000 personas desesperadas en Calais, Francia, forman parte de un fenómeno mucho mayor. Más de 100.000 refugiados o migrantes han entrado a Europa a través del Mediterráneo en lo que va del año.
Un número nada insignificante se ha ahogado. Guerra, opresión, persecución y penuria económica -combinadas con la magnética accesibilidad incluso en los rincones más pobres del mundo de imágenes de prosperidad y seguridad- han creado una vasta ola migratoria. Desde la estación central del tren en Milán hasta las calles de Calais, su impacto salta a la vista. Denme un poco de eso, proclaman los excluidos.
Europa se ha encogido de hombros mayormente. La mezquindad gradual, en 28 iteraciones nacionales, ha sido el nombre del juego. No ha existido unidad o propósito algunos.
Después de mucho nerviosismo y discusiones, así como presión de la agobiada Italia, dirigentes europeos efectivamente accedieron a compartir el “lastre” de alrededor de 40.000 refugiados, cifra insignificante. Más de 3,5 millones de refugiados están en Jordania, Turquía y Líbano, países mucho menos prósperos que las naciones europeas. La vergüenza de un continente se escribe con la miseria de los migrantes.
Los países europeos tienen antecedentes de darles las espaldas a refugiados desesperados y lamentarlo más adelante. La Unión Europea llegó a existir para detener las recurrentes guerras que dejaron sin hogar a millones de personas, sin posibilidad de regresar.
Pudiera parecer pintoresco recordar los ideales de la Unión Europea; de la misma forma, es necesario para su sobrevivencia. ¿Dónde está la voz del estadista que se alza por encima del pusilánime coro de cálculos mezquinos e intereses propios?
Seguro, hay excusas. El desempleo es alto y el crecimiento es bajo o inexistente. El gorroneo de la asistencia social de Europa por parte de quienes no han pagado por ella suscita ira. Sin embargo, estas no son razones para cerrar puertas. Los números de migrantes, si bien grandes, son absorbibles por una comunidad de más de 500 millones de personas.
Lo que hace falta es una política coordinada que ofrezca una ruta legal para migrantes, así como la determinación política para imaginar de nuevo una Europa que pueda lograrlo. El presente fracaso europeo es uno de la imaginación y la voluntad. La crisis del euro no puede ser una coartada para la inacción, tanto internamente como en países como Libia, donde la responsabilidad europea está claramente comprometida. La idea europea debe recobrar su lustre.
Gran Bretaña, sintiéndose amenazada por lo que el primer ministro David Cameron llamó una “marabunta” de migrantes, es también el país que amenaza con salir de la Unión Europea. Europa, en Gran Bretaña, se ha convertido en sinónimo de interferencia burocrática y desorden de la Eurozona.
La ira es cultivada a diario por la misma prensa ultranacionalista que quiere pelear de nuevo con los franceses por Agincourt y despejar el campo de Calais por la fuerza.
Es posible una votación para salir, o una denominada ‘Brexit’ en un referendo prometido. Eso sería malo para el Reino Unido y Europa. Sin embargo, la falta de un propósito coordinado en Europa es capitalizada por los proponentes de la salida.
¿Cuál sería el papel de Gran Bretaña, pregunta el grupo a favor de la salida, en una Europa encabezada por una Alemania que no quiere dirigir y dividirse en un núcleo interno de la Eurozona, en el cual ocurra la acción real, y otros afuera que no comparten la divisa en común? La canciller alemana, Ángela Merkel, no sobresale con respecto a la visión. Sin embargo, Europa necesita un discurso de ella sobre correr riesgos.
El aspirante a destructor tiene claros objetivos: una Europa debilitada, acorralada por partidos de izquierda y derecha en ascenso y contrarios a la inmigración, dividiéndose en su periferia griega, irresoluta con respecto a sus vecinos orientales, moralmente degradada, en la propia contemplación mientras Moscú y Pekín traman el futuro de Eurasia.
Su nombre es Vladimir Putin. Él tiene ideas. Europa, por ahora, no tiene una sola. Eso es peligroso.