Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com
Más allá de la cantidad de acusaciones por las cuales Cristina Fernández de Kirchner debe responder ante la Justicia, ellas podrían ordenarse en tres grandes categorías:
Una, la causa por el dólar a futuro. Se trató de una bomba que la ex presidente le dejó encendida al nuevo gobierno, fuera éste de Macri, Scioli o Massa. Si cualquiera de ellos decidiera tener su propia política cambiaria, la bomba estallaría, tal como ocurrió cuando la gestión Macri debió pagarles a los especuladores (luego de la devaluación) más de sesenta mil millones de pesos. Esta causa por la cual Cristina está procesada es la que mayor daño patrimonial le hizo al Estado, pero por tratarse de una decisión política que no llevó necesariamente al enriquecimiento personal, difícilmente podrá recibir una sanción jurídica, al menos significativa.
Dos, la infinidad de causas relacionadas -ahora sí- con el enriquecimiento personal, que siendo muchas parecen ser apenas un puñado insignificante de las mil y una maniobras que Néstor Kirchner gestó para transformar en dinero privado el dinero público, y que su señora, cuando menos, encubrió.
Allí hay lavado de dinero, hoteles sin pasajeros, obras públicas direccionadas, muchas de ellas no realizadas, etc. En suma, un raterismo multimillonario donde más débil se encuentra jurídicamente la señora y que puede ser su talón de Aquiles.
Pero existe una tercera categoría que no es estrictamente ni jurídica ni política sino que entra de lleno en el terreno más crucial de los valores, la ética, y algunos hasta hablan de traición a la patria. Se trata de todo lo relacionado con el crimen de la AMIA, el pacto con Irán y la muerte de Nisman.
En las primeras dos categorías el comportamiento de Cristina Fernández es el previsible de todo acusado en delitos de corrupción pública, aquí y en todas partes del mundo: afirma que se trata de una persecución política contra ella, con lo cual está queriendo decir que su persona no es judiciable. Banal y pueril excusa.
Pero en la tercera categoría la reacción es mucho más irracional, como si se tratara de un secreto terrible que bajo ningún punto de vista puede ser develado. La dirigente que acusa a todos sus atacantes de conspiradores, acá se transforma ella en una conspiradora intentando ocultar lo innombrable, lo que no se puede mostrar de tan atroz que debe ser. Un pecado mortal a ser borrado mediante una enorme conspiración de silencio.
Por motivos no del todo discernibles, que deben tocar algún matiz irracional que todos -por lo general inconscientemente- poseemos, la triple causa AMIA, Nisman, Irán (que hacen un conjunto) acosa a los sospechados (en particular a Ella) más allá del mero temor a la prisión. Es como una pesadilla imprescindible de ser exorcizada. Que tiene que desaparecer de la faz de la tierra caiga quien caiga y cueste lo que cueste, porque nadie debe enterarse de las verdaderas razones que explican la masacre, el magnicidio y el incomprensible, bajo todo punto de vista, pacto con los principales sospechosos del mal.
Es así que para Cristina Fernández en esta triple causa es vital el archivo, el borrón y cuenta nueva. Y así fue desde el principio, cuando apenas iniciadas las negociaciones secretísimas con Irán, un periodista sagaz, serio y honesto como Pepe Eliaschev, los descubrió. Desde el preciso momento en que Eliaschev publicó sus fundamentadas sospechas lo acusaron de todo lo imaginable e inimaginable. Lo intentaron difamar y calumniar en vida utilizando todos los medios de comunicación adictos como luego exactamente igual harían con Nisman ya muerto. Había que demostrar que eran dos farsantes. Con Eliaschev no lo lograron porque al poco tiempo se verificó que todo lo que él dijo, y todo lo que Ella negaba, era enteramente cierto. Con Nisman siguen intentando -ahora con menos fuerza y poder que antes- transformarlo en un sinvergüenza de marca mayor que al mirarse en el espejo del baño, autodescubrió su maldad absoluta y entonces se pegó un tiro. No estamos exagerando, textualmente eso dijeron de él, e incluso más, los testaferros mediáticos de la señora.
Además de su pata político-mediática, para que la conspiración del silencio se pudiera cumplir se necesitaba el juez adecuado. Y lo encontraron en Rafecas, un personaje que cuando empezaron los juzgamientos a Boudou quiso quedar bien con dios y con el diablo, por eso aprobó las medidas de prueba que exigía el fiscal contra el vicepresidente, a la vez que secretamente le aconsejaba a los defensores de Boudou cómo hacer para salvarlo.
Cuando le descubrieron su doble juego, los kirchneristas, a cambio de salvarlo de un seguro y merecidísimo juicio político, lo convirtieron en un juguete suyo y desde ese momento hace todo lo que ellos le indican, disfrazando de progresismo derechohumanista su terror a la destitución.
Aunque no hay prueba de ello, es razonable pensar que la decisión de firmar el deleznable pacto con los acusados del crimen de la AMIA, es uno de los pocos, si no el único tema en que Néstor no habría coincidido con Cristina. Que fue una decisión de su propia y exclusiva autoría, una locura influenciada por Hugo Chávez, quien la persuadió que para liderar la alternativa mundial a la globalización era imprescindible recomponer relaciones con Irán. Por eso Ella empezó a ordenarle a Stiuso que la cortara con la conexión iraní, tratando de sustituir a los presuntos culpables por otros, tal como se exterioriza indirectamente en los discursos donde intenta explicar el inexplicable pacto. Nisman trató de evitar eso y contraatacó, cuando -¡oh casualidad!- se suicidó o lo suicidaron.
Más allá de que la investigación de Nisman pueda ser debidamente probada o no en terreno judicial, sus gestos previos a morir reflejan el intento desesperado para impedir que su trabajo de años desapareciera ante la decisión del Estado K de declarar inocente a Irán.
Fue el tiempo en que Cristina -ya convertida en una fundamentalista bolivariana pro iraní- insinuó con harta claridad que todo se trataba de una conspiración norteamericana de la cual Stiuso y Nisman eran sus agentes. Incluso fue capaz de decirle a Obama en la cara -en ocasión de una reunión internacional- que las filmaciones de las ejecuciones realizadas por el ISIS bien podrían ser un montaje norteamericano, una ficción, una mentira hecha por el imperio para ensuciar a sus enemigos.
Será por eso o por cualquier otra cosa que fuera, que para mantener el silencio sobre lo que no se puede nombrar, ni se puede explicar, ni se puede defender, haya que seguir callando a Eliaschev y a Nisman a fin de que no sigan hablando, aún después de muertos. Y para eso se necesitan jueces que cierren causas y periodistas que sigan suicidando al fiscal muerto. Pura necrofilia frente a lo indecible.