Por Julio Bárbaro Periodista - Ensayista, Ex diputado nacional - Especial para Los Andes
Pasaron los meses de prueba, esos en los que nadie puede negar el peso de la herencia recibida. Y al Gobierno se le empiezan a marchitar los brotes verdes del segundo semestre. Algunos insisten con eso de que son mejores que Cristina; ser mejor que el pasado no nos consolida en el lugar del presente y mucho menos como inquilinos del futuro.
Cristina tiene más de 70% de imagen negativa, nunca podría volver a ser presidenta; el riesgo de que gane una elección es tan secundario como la senaduría de Menem. De a poco ese grupo va a ir buscando una nueva conducción. Son fanáticos, no los altera la desnudez en que la deja la Justicia. El fanatismo es una ceguera que permite ser dueño de una pasión más allá de la razón. Y perdido el poder, la realidad es un solvente poderoso que los va reduciendo a la insignificancia.
La movilización tuvo dos caras; primero la multitud que acompañó a esta convocatoria que cuestionaba al gobierno, luego, mostrarnos que hasta el sindicalismo quedó erosionado por el virus kirchnerista. Estaban los gordos, gente que hace mucho intenta alejarse de la política y hasta del mismo sindicalismo, una visión empresarial asentada en la vigencia del duro poder de las obras sociales. También los kirchneristas, esos que se adaptaron a Menem y a los Kirchner, esos que como camaleones cambian de color según la ocasión.
Y los duros, los que enfrentaron a Cristina, son los únicos dueños de un prestigio a partir de la coherencia. Más allá de eso, muchos llevan años en sus cargos y son rostros gastados por el tiempo. Y algunos ejercen un poder más cercano a la imagen de la mafia que a la vieja concepción sindical. Lo cierto es que Hugo Moyano fue el último jefe con poder, el resto no puede salir del esquema deliberativo.
Juzgar a Cristina y cuestionar al peronismo son dos de los errores en los que incurren algunos sectores que se imaginan dueños de la viveza criolla. El problema del Pro es acertar un rumbo que le otorgue consenso, y eso es muy difícil con esta concepción de la política económica. Apareció de pronto un gorilismo virulento, un antiperonismo fuera de control, como si solo por olvidar a Perón pudieran existir sus sucesores.
El problema de los supuestos liberales no es con el pasado, es con el presente; allí es donde incurren en los mismos errores de siempre como imaginar un país donde los negocios impiden que vivan con dignidad todos sus habitantes. Porque Macri es el primero que llega por un proceso electoral pero este pensamiento ya es ducho en fracasos, desde la demencia de Martínez de Hoz hasta la voluntad suicida de Cavallo. Es una concepción que impone el comercio por sobre la producción y el trabajo. Es fruto de grupos improductivos, sueñan con importar todo porque nunca sirvieron para fabricar nada. O producir nada, queda más claro.
Hoy el agro dejó de ser la vieja oligarquía rentista para ocupar el digno lugar del motor de la economía, el de “burguesía industrial”. Su participación es clave para salir de la decadencia. Necesitamos pensar una industria para ocupar mano de obra, no un grupo de comisionistas vendiéndoles soja a los chinos y comprándoles vagones. Ganan en sus comisiones la miseria que luego el Estado debe pagar en subsidios.
El gobierno anterior compró hasta los durmientes, eso sí es una vocación colonial que parece seguir vigente. Los chinos producen todo e integran población, nosotros les compramos todo a ellos y dejamos a la gente sin trabajo. Ellos tienen clase dirigente, nosotros por ahora sólo gerentes, se nota la diferencia.
El Pro nos lleva a una nueva crisis económica, el consumo baja sin lograr que baje la inflación; no es cuestión de darles el tiempo que necesitan, es cuestión de asumir que es difícil darles el talento que no tienen. Lo peor está en la opinión de aquellos que no sólo los votaron sino que creían en ellos. Asusta escuchar a demasiados no peronistas que entraron en tiempo de temor, de angustia por el riesgo de un nuevo fracaso.
El conflicto no es ni con el peronismo ni con Cristina, ni con los sindicatos ni con la izquierda, el conflicto profundo y real es con un modelo de sociedad que incrementa la miseria desde hace mucho tiempo. Una sociedad que hace cinco años que no crece, que antes de necesitar inversiones tiene urgencia de salvar las empresas en las que venimos invirtiendo hace años y están hoy en riesgo de quiebra.
No hay una oposición organizada, eso los beneficia en su viveza criolla en la misma medida que los lleva al peor de los riesgos, encontrar la derrota solos en el medio del ring, seguir enfrentando al fantasma de Perón mientras favorecen el surgimiento de una izquierda agresiva a la que no saben manejar.
El acto de la CGT iluminó una multitud de desencantados sin mostrar una alternativa política. La foto del conflicto que dejó el kirchnerismo enfoca a cada sector de la sociedad y desnuda la fragilidad en que quedaron sus instituciones. Fue un virus de dogma, corrupción y agresión, de eso nadie se cura en poco tiempo. Pero el Gobierno debe saber que acertar no es ser mejor que el pasado; acertar es crecer en el consenso social y por ahora vienen con una mezcla de soberbia y error que no los muestra como sembradores de esperanza y adhesión.
Están a tiempo de convocar, esa voluntad del que asume necesitar las opiniones y la experiencia de los demás, eso es lo que necesitamos para salir de la crisis. Somos una sociedad para repensar, no alcanza solo con volverla más prolija, faltan políticas de Estado. Y de eso, por ahora no hay nada.
Están a tiempo, es solo humildad y grandeza para salir entre todos. Ya vimos de qué carecen, es hora de conocer de qué son capaces. Lo necesitamos.