No se sabe con certeza quién será el próximo presidente el 22 de noviembre de 2015, pero sí la mayoría de los argentinos creemos que este es otro país. El cristikirchnerismo no se ha extinguido pero a partir del 11 de diciembre no será gobierno ni ostentará el poder. Sin dudas Ella menosprecia a Daniel Scioli, junto con el kirchnerismo más duro.
La pregunta entonces es ¿por qué lo eligió a dedo para sucederla? Para responder es necesario intentar introducirse en la psiquis de Cristina, no como médico especialista, que no lo soy, sino como ciudadano basado en opiniones fundadas de terceros, que la he visto gobernar durante ocho años y en especial los últimos cuatro de su Presidencia.
Los padecimientos psíquicos. Las enfermedades que nos afectan a todos los seres humanos corresponden a nuestra estricta intimidad. Pero las de los gobernantes son públicas porque forman parte de las “cuestiones de Estado” que inciden en todos nosotros y en el gobierno. Aunque permanente opositor a la Señora, lamento sus padecimientos y tener que analizarlos.
Pero no hay forma de explicar de otra manera algunas de sus decisiones que estimo sorprendentes. De ningún modo afirmo que todo lo que hace es porque está enferma. Creo que actúa de manera tan negativa para el país y todos los argentinos porque más que demócrata se siente una reina que todo lo resuelve por sí y sin la opinión de nadie. Sin perjuicio de que influyen sus padecimientos que la afectan en gran medida.
Según Nelson Castro en su intervención en el programa de Jorge Lanata por Radio Mitre el viernes 30 de octubre, Cristina padece de trastorno bipolar, es decir, transita períodos de depresión y otros de euforia, ambos de gran intensidad. Habría sido tratada por el Dr. Lagomarsino según informes fidedignos que circulan, quien al fallecer la habría dejado sin especialista en psiquiatría.
Es narcisista y padece del síndrome de hubris, según el mismo periodista y médico neurólogo. La obsesión por el poder la obliga a detentarlo todo, sin compartirlo con nadie. Y ello trae como consecuencia que el impedimento constitucional de no prolongar su gobierno mas allá de dos períodos no lo tolera pero debe acatarlo porque no puede presentarse como antidemocrática.
Ello no impidió que en 2013, con los auspicios de varios referentes que pregonaban “Cristina eterna” como Diana Conti, gustosa aceptó el intento de una reforma constitucional que le permitiera un tercer período o una reelección indefinida, que frustró Sergio Massa con su victoria en las urnas de aquel año.
Ante lo irreversible, debió prescindir del quizá mejor candidato de su partido a la presidencia en 2015, Florencio Randazzo, que quedó resentido y silencioso, optando por Daniel Scioli, a quien denostó y minimizó siempre, pero a su pesar medía mejor en las encuestas.
No obstante Daniel nunca respondió y, a mi criterio, con falta de dignidad, soportó todos los desprecios de Él y Ella, con tal de permanecer primero y llegar a la Presidencia después.
Este es quizá su mayor defecto y debilidad para convertirse en titular de la primera magistratura. Y sigue teniendo estos mismos impedimentos, cuando silencia los acosos e insultos de Hebe María Pastor viuda de Humberto Bonafini, conocida como Hebe de Bonafini, Horacio González, Florencio Randazzo que ha criticado en Mendoza a Cristina por haberlo designado candidato a dedo, demás integrantes de Carta Abierta y numerosos militantes del FpV.
Consecuencias negativas de su enfermedad. Su angustia por tener que dejar el poder la lleva a tomar algunas decisiones inexplicables pero astutas, imputables solo a su intuición política. Su objetivo es volver a la Presidencia en 2019 y para ello no puede permitir que la suceda Macri ni Randazzo.
Ambos podrían ejercer buenos gobiernos con el riesgo de obtener en comicios un nuevo período hasta 2023. En ese entonces Cristina ya contará con 8 años de hibernación y 68 de edad. Scioli, con la presión de Zannini y todo el Frente para la Victoria, podría fracasar y como Juan Manuel de Rosas el 13 de abril de 1835, volver Ella victoriosa y amada como lo sueña, en 2019.
Esta ingeniería política se debe al síndrome de poder que ni siquiera le permite pensar en el bien de la patria sino en sus ambiciones políticas sin límites. Para lograrlas apuesta al fracaso de la gestión de Scioli, suponiendo que Macri sea derrotado el 22 de noviembre. Y aún cuando Macri lograra la Presidencia en el balotaje, le dejaría un país con tan mala situación en todos los ámbitos que el fracaso de Mauricio sería igual y ella se encargaría de destacar que la culpa sería toda de él y no suya, para regresar en 2019.
La demostración explícita de su antidemocracia. Seguramente influenciada por Alberto Samid, que sostuvo que cada cadena nacional le resta al FpV 700 mil votos, el 29 de octubre Cristina no utilizó la cadena pero arengó durante tres horas a su tropa para compensar la ausencia de la misma. Reincidió en el uso indebido de la Casa Rosada, que es de todos los argentinos, como lo hace de todos los bienes del Estado que usa como si fuesen propios, para realizar un acto de indubitable campaña proselitista.
Y luego de despacharse a gusto, incurrió en un error, deliberado o no, que puso de manifiesto su acendrada vocación antidemocrática. Reconoció que el 11 de diciembre se retiraría a su casa sin ostentar cargos de ninguna naturaleza.
Pero que ello no implicaría desentenderse del control del cuidado de su modelo implementado junto con Néstor en más de una década, amenazando a quien osara modificarlo o destruirlo, obviamente en referencia a Scioli o a Macri. ¿Con qué herramienta institucional lo haría si carecerá de poder y de gobierno? Pero ubiquémonos en cualesquiera de las dos hipótesis: Macri o Scioli.
Se supone por definición que Mauricio asumiría la Presidencia con la mayoría necesaria de votantes que respaldarían sus propuestas electorales, entre las que sin dudas se encuentra la de sustituir el modelo kirchnerista por otro que beneficie al país y a los argentinos. Intentar rebelarse Cristina contra esta política implicaría un golpe de gobierno y un desprecio inadmisible a la voluntad popular.
Y si el presidente fuese Daniel, se alzaría también contra la voluntad del pueblo que habría aceptado la designación del nuevo mandatario, en una actitud igual de totalitaria y antidemocrática. Con un plus: que se le habría restringido al presidente sus poderes, cualquiera sea, con una manifiesta estafa a los votantes que lo hubieran designado libremente en las urnas. Entonces, todas las objeciones que se hacen hoy desde la oposición resultarán ciertas y muy peligrosas para el país y la democracia.
Insisto en que Cristina dice y hace por su autoritarismo irrefrenable acrecentado por su enfermedad. Su mandato y su gobierno terminan el 10 de diciembre. Su enorme contribución a la paz de la Nación y a la grandeza de su figura política sería mediante el retiro silencioso a su hogar, sin perjuicio de que siga siendo un referente político de quienes integran su espacio partidario, sin entorpecer el ejercicio de la Presidencia.
Macri o Scioli; Scioli o Macri. Tal como dije al comienzo, no sabemos quién será el nuevo presidente. Tampoco si el kirchnerismo dejará actuar a uno o a otro. Lo que sí sabemos es que las formas, los estilos, no serán los mismos. Descansaremos de los ataques, de la confrontación, del abismo, de las cadenas irritantes y del autoritarismo.
Pero nos resta una incógnita perturbadora: si el presidente es Scioli, ¿podrá gobernar sin las enormes presiones de Cristina y de Zannini para que mantenga el estilo confrontativo y la vigencia de los aspectos más irritativos y destructivos del modelo? En este supuesto, la oposición mayoritaria deberá unirse en defensa de las instituciones, evitando los ataques, entonces sí destituyentes, por parte de Cristina y de quienes la secunden en estas acciones antidemocráticas.
