Conociendo a Chiqui Tapia

Un perfil de Claudio Tapia, el sanjuanino de 49 años que hace historia en el fútbol.

Conociendo a Chiqui Tapia

“¿Quién soy? Qué buena pregunta”, dice y fija su mirada en un punto para concentrarse y buscar una definición. Sonríe. Se presenta: “Claudio Fabián Tapia, presidente del Club Barracas Central, con una familia muy linda con cuatro hijos, mi esposa y con un pasado futbolero”.

Que jugó al fútbol es cierto, lo hizo en Barracas Central y en Dock Sud, pero su pasado tiene como punto de partida el viernes 22 de septiembre de 1967, cuando nació en Concepción, San Juan.

Es uno de los tres hijos de un padre laburante (como él lo define), de profesión tintorero, y una madre ama de casa, protectora. Los Tapia eran una familia humilde que a comienzos de los 70 viajó a Buenos Aires en busca de oportunidades laborales.

Su padre perfeccionó el oficio y se asentó en la labor pero había dejado su corazón, su esencia, en San Juan, adonde quiso volver para intentar establecerse en su lugar en el mundo. Regresaron y vivieron allí dos años pero no había nada que hacer. El trabajo escaseaba como antes y Buenos Aires fue nuevamente el destino.

La familia vivía en el cruce de las calles Balcarce y México, en el barrio de San Telmo. Allí Claudio Tapia asistió al colegio Guillermo Rawson, ubicado en la calle Humberto Primo 343. Chiqui es hincha de Boca como su mamá y sus dos hermanos. En eso no salió a su padre, que era fanático de San Lorenzo.

Cuando Claudio tenía 11 años sus padres decidieron mudarse al barrio de Barracas, donde el chico dejaría una huella. La casa, ubicada en las calles Luzuriaga y Los Patos, se distanciaba a sólo 10 cuadras del Club Barracas Central y allí fue Chiqui a probarse como futbolista.

“Jugué en las inferiores y llegué a Primera gracias al Tano Francisco Calabrese, que me puso. Yo era 9, centrodelantero, me la rebuscaba…  Yo no arrugaba, tengo varias cicatrices por no arrugar…”, dice con orgullo.

El camino de Claudio Fabián Tapia como futbolista es corto pero colmado de aventuras. De Barracas se fue al Sportivo Dock Sud, donde en un año logró salvarse del descenso. Regresó al club de sus amores para volver a vestir la camiseta del Camionero y dio una mano en un momento difícil, el del naufragio en la D, la última categoría.

“Tuve la suerte de ascender con Barracas en la cancha de El Porvenir después de un reducido en el que clasificamos últimos, luego de eso me retiré…” contó.

El fútbol era su pasión pero allí apenas recibía un viático que no alcanzaba siquiera para subsistir. Entonces comenzó a trabajar en Manliba, empresa de recolección de basura en la que estuvo nueve años (de 1986 a 1995).

Empezó como barrendero y luego lo ascendieron a recolector. De 6 a 14 barría las calles o juntaba la basura de los vecinos colgado del camión y a la tarde jugaba en Barracas.

“El físico ya no me daba y tuve que elegir. Me quedé con el laburo”, recordó.

Su vida era entonces la de un tipo común. Trabajaba varias horas al día, iba a ver a Boca y pasaba mucho tiempo con su familia hasta que sobre el final de la década del 90 viejos dirigentes de Barracas acudieron a él en busca de ayuda.

Era el año ‘98 cuando el club pasaba por un momento muy difícil y lo fueron a buscar. Lo invitaron a ver un partido y le contaron lo que estaba pasando, que el club estaba por desaparecer. Le ofrecieron hacerse cargo de la presidencia y dijo que no.

Poco después tomó la decisión que lo llevaría a ocupar el máximo cargo en el fútbol argentino: a los 35 años asumió como presidente de Barracas Central.

“Volvieron a insistir un día que jugaba Barracas con Laferrere. Fui a la cancha y cuando entré fue ver la imagen de mi papá donde solía ver los partidos cuando yo jugaba, hacía muy poco que había fallecido, me aflojé y pensé 'tengo que hacer algo por el club'. Ahí hubo elecciones, votaron 150 personas aproximadamente, que eran los socios del club y empecé. Ahí empecé”.

“El equipo estaba anteúltimo, nos íbamos al descenso, entonces junté a los muchachos y les dije que así no se podía seguir. Cambiamos el cuerpo técnico, vino Néstor Rapa, podíamos traer dos refuerzos, fueron un central, Astudillo, y un número 9, Esteimbach (Juan Gustavo), y de estar peleando el descenso terminamos clasificando al Reducido. Fue una fiesta”, relata.

Para entonces Chiqui ya era un hombre con la vida encauzada. Se había casado con Paola Moyano, hija del sindicalista Hugo Moyano, y se dedicaba a la dirigencia gremial. "La conocí en una fiesta familiar de ellos. Me invitó Pablo, el hermano de mi señora, porque éramos amigos. Ahí empezamos a hablar y luego a salir”, recordó.

Claudio y Paola tuvieron cuatro hijos: Emiliano (25), Nadia (23), Matías (21) e Iván (16). Son una familia compacta, amante del fútbol, y criada al lado de la dirigencia síndico-gremial por el liderazgo de Hugo: “Él me bancó siempre”.

Hay quienes dicen que gestó su poder gracias al respaldo de su suegro. En Barracas Central no dicen lo mismo: "Cuando él llegó el club estaba realmente mal. Lo fue levantando muy de a poco, acá jamás estuvo metido el Sindicato de Camioneros pese a que digan que eso salvó a la institución. De hecho no tuvieron participación alguna. Acá nunca se vio una bandera verde", dijo a Infobae una fuente del club.

Inició su gestión sobre el final del año 2001. Era un momento crítico, casi terminal del país. Acaso por su origen es que su prioridad fue recuperar la función social del club. Con la ayuda de los socios hicieron un polideportivo con cancha de paddle, fútbol 5, voley, básquet y bochas.

Con paso lento pero firme el equipo logró asentarse en la Primera C y el 29 de noviembre de 2003, cuando aún faltaban dos fechas para finalizar el torneo, fueron campeones. El primer título en 99 años de vida hasta entonces. Esa consagración hizo de Chiqui un ídolo del club, un emblema, el salvador. El nombre del estadio Barraqueño así lo garantiza.

Aquel fue un momento fundacional en su vida. Había aprendido mucho de la laberíntica vida gremial. Ahora sabía de la conducción de un club, de los momentos de éxtasis, sí, pero también del sufrimiento, de la administración, de una institución como cobijo de los chicos del barrio.

Llevó entonces su sapiencia al fútbol y entendió cómo había que moverse: "Cuando vos tenés empresarios que por ahí no cumplen con el convenio colectivo tenés que defender al trabajador, tenés que protegerlo, darle las condiciones para que se sienta bien y pueda cumplir con su tarea. Entre los clubes del Ascenso logramos ser solidarios porque carecemos de las mismas cosas y padecemos los mismos problemas. Hicimos de la solidaridad la materia prima”.

Su carisma y su conocimiento lo transformaron en líder. Sabe de influencias, No da pasos sin pensar, se relaciona. Y se hizo fuerte en el Ascenso, que reúne a cientos de miles de personas entre hinchas, jugadores, dirigentes, empresarios. El Ascenso es el alma del fútbol argentino, la fuerza de choque, y él lo entendió.

Supo que tenía un respaldo casi invencible y se animó a ir por la AFA. “El dirigente que te diga que no sueña con eso, te miente”, aseguró.

Él lo soñó, lo dijo, trabajó por eso y lo logró. Fuente: Infobae

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