Por Andrea Calderón
A los 22 años, Chalo Tulián dejó su San Juan natal para instalarse en Puente del Inca, donde recibió la instrucción militar obligatoria. Corría el año 1969 y el joven arrastraba las fantasías dibujadas y modeladas durante su temprana adolescencia. Quiso ser ingeniero y arquitecto, también actor. Finalmente el hombre (ahora) de la barba blanca optó por las artes plásticas sin saber muy bien en qué se metía. Docente retirado de la UNCuyo y universidades de México, donde residió, el escultor cuenta con reconocimientos como el Gran Premio de Honor del Salón Nacional (1997), el Premio Manuel Belgrano del Museo Sívori (2002) y la Bienal Internacional de Escultura del Chaco (2004).
EL ESCULTOR Y DOCENTE SANJUANINO TRADUJO SUS ESTADOS DE MEDITACIÓN EN PIEZAS DE HIERRO Y MADERA QUE NO ESCAPAN A LA TORTURA.
Hasta hace unos días, más de una veintena de esculturas recientes de Chalo Tulián formaron parte de la muestra “Los vehículos infernales” en la Nave Cultural, curada por la artista y crítica Laura Valdivieso. En ese viaje en el tiempo que la directora del Museo Municipal de Arte Moderno describe, la experiencia perceptual es intensa, con reminiscencias de lo clásico y lo moderno pero con una propuesta discursiva contemporánea. Sanjuanino de nacimiento, mendocino por adopción y mexicano de corazón, Chalo Tulián echa mano a los recuerdos de su niñez, las experiencias de la juventud y la sabiduría de los años para una obra donde la cultura popular, la muerte o los episodios oscuros de la Historia encuentran su medio de locomoción.
-¿CÓMO LLEGÓ AL MUNDO DEL ARTE?
-Yo no sabía que existía el arte como arte o como profesión, ni siquiera como oficio, pero sí venía dibujando, pintando y modelando desde los 16 años. Cuando me metí en esas actividades compré algunos libros y por otra parte empecé a estudiar teatro con Ernesto Suárez. Al mismo tiempo me inscribí en la por entonces Escuela Superior de Artes Plásticas.
-¿QUÉ DOCENTE DE AQUELLA ÉPOCA INFLUYÓ EN SU DEVENIR?
-Bueno, hubo un gran pintor, Ángel Oliveros, que no sólo me enseñó a pintar sino también a vivir. Otro de los maestros que influyó en mi vocación artística y me abrió la cabeza fue José Carrieri, un intelectual muy fino y mi guía más tarde en mi carrera docente. Yo tomé sus enseñanzas y las apliqué en Mendoza durante los años en que di clases en mi taller y en México cuando trabajé en algunas universidades. Lo que él me transmitió siempre fue mi caballito de batalla.
-¿Y CUÁNDO DECIDIÓ CORRERSE DEL TEATRO PARA DEDICARSE DE LLENO A LAS ARTES PLÁSTICAS?
-Fue después del golpe del ’76. Carlos Owens, un gran actor y director del Taller Nuestro Teatro -donde durante la dictadura pusieron una bomba que lo hicieron desaparecer- me ofreció un papel para una obra importante que se llamaba “Los establos de su Majestad”.
El tema es que me pedía dedicarle varias horas al día al ensayo y eso me llevó a optar por una cosa u otra, entonces pesó más la vocación de artes plásticas. Con el tiempo no me arrepentí, porque tuve mis logros y adquirí el lenguaje de la escultura a partir de ahí.
-¿ALCANZÓ A RECIBIRSE EN ESE MOMENTO?
-La verdad es que no, porque cuando estaba en quinto año vino el golpe y me echaron: primero en marzo como trabajador y luego en junio como alumno. Además de tener un cargo docente integraba un grupo de impresores. Al no poder continuar esperé a que mi novia en ese momento, ahora mi mujer (Estela Labiano), se recibiera, porque a ella le faltaban dos años. A los dos días de egresada nos fuimos a México y nos radicamos allá. En México estuvimos seis años en la ciudad de Puebla y una vez por semana yo viajaba al Distrito Federal porque trabaja en una universidad de ahí. México es mi segunda patria, yo amo a ese país, tengo amigos que son como mis hermanos y voy a estar siempre muy agradecido porque me dio lo que mi país no me daba en ese momento, que era la libertad de pensar, de moverme, de hacer; me dio trabajo, me dio una hija, me dio muchas cosas. Por eso en esta muestra de La Nave Cultural hay obras que tienen una reminiscencia con la cultura popular mexicana, que es la que me dio vuelta.
-¿CUÁNDO REGRESARON A MENDOZA?
-Después de la vuelta de la democracia, en el año 87. Ahí nomás conseguimos trabajo con mi mujer en la facultad; ella se presentó en Dibujo y yo en una cátedra de Cerámica y ganamos. Así empezó nuestra actividad docente en la Facultad de Artes de la UNCuyo. Eso fue hasta julio del año pasado, que me jubilé, ahora me dedico nada más que a hacer mi trabajo.
-EN 1997 OBTUVO EL GRAN PREMIO DE HONOR DEL SALÓN NACIONAL Y MÁS TARDE EL PREMIO MANUEL BELGRANO, ¿QUÉ SIGNIFICARON ESOS RECONOCIMIENTOS PARA USTED?
-El del Salón Nacional es el premio más importante que hay en el país, me aseguró de alguna manera que mi camino estaba bien orientado, que estaba en la senda correcta. Además me dio seguridad, ya que después de cumplir los 60 años, te entregan un subsidio de por vida por haber obtenido ese premio. De allí sale el dinero para comprar mis materiales y herramientas.
-¿CÓMO CONCIBE EL ARTE?
-Para mí el arte es un juego pero también es un trabajo que requiere mucha atención, disciplina, constancia y fuerza física, espiritual e intelectual. En mi caso siempre ironizo y me río de las cosas dramáticas. También hay una cuota de fantasía.
En el caso de “Los vehículos infernales”, las esculturas tienen una alusión realista muy precisa y explícita. No en el resultado plástico sino en la significación.
Fueron trabajadas principalmente en madera y metal; hay piezas recicladas, otras con reminiscencia mexicana, íconos de la escultura popular y recuerdos de mi infancia y mi juventud.
YO NO SABÍA QUE EXISTÍA EL ARTE COMO ARTE O COMO PROFESIÓN, NI SIQUIERA COMO OFICIO, PERO SÍ VENÍA DIBUJANDO, PINTANDO Y MODELANDO DESDE LOS 16 AÑOS.