Conicet critica a las princesas de Disney

La investigadora de Córdoba Alejandra Martínez contó a Los Andes que el objetivo de su estudio es analizar los estereotipos de mujer que se reproducen en las películas infantiles. Este modelo insiste en que para ser felices deben ser bellas y casarse con

Conicet critica a las princesas de Disney

Ser linda, bondadosa, joven, encontrar “el amor verdadero” de la mano de un príncipe azul... ha sido durante años el leit motiv o al menos el sueño de cientos de niñas de distintos rincones del mundo. Ése es el modelo o estereotipo de mujer que reproducen las princesas de Disney sin tener en cuenta la evolución del rol de la mujer que impulsó el movimiento feminista, a pesar de la incorporación de algunas características puntuales.

Blanca Nieves, Cenicienta, Aurora, Ariel, Jazmín, Pocahontas, Mulán, Rapunzel, Mérida, Tiana y Elsa son -aún con ciertos rasgos de rebeldía- llamadas a seguir las “normas sociales” para tener como recompensa el matrimonio y la felicidad eterna. Así lo plantea Alejandra Martínez, investigadora asistente del Conicet, en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (Ciecs, Universidad Nacional de Córdoba), quien ha analizado diferentes producciones, desde Blanca Nieves (1937) hasta la actualidad.

El feminismo se puede sintetizar -según se define en la publicación de la Universidad de Palermo “La construcción de los imaginarios feministas”, donde también se analizan las princesas de la compañía norteamericana- como un movimiento social y político que supone la toma de conciencia de las mujeres como colectivo humano, de la opresión, dominación y explotación, de quien han sido y son objeto por parte del colectivo de varones en el seno del patriarcado (ver infografía).

“La princesa tiene que ser rescatada por el varón. Las decisiones que impactan en la vida de la mujer son tomadas por el padre o el novio. Esto se relaciona con el tradicional eje de sentido producción-reproducción, a través del cual ser mujer es ser madre y ser varón es sinónimo de conseguir el pan”, precisa Martínez, quien está convencida de que esto no ocurre necesariamente así en nuestras sociedades.

El estudio de Martínez -según contó a Los Andes, vía mail- se encuadra en una investigación más amplia en la que se pregunta “de qué manera los niños y las niñas aprenden lo que llamamos normas de género, comportamientos diferenciados, formas de ver el mundo y expectativas que se han considerado por mucho tiempo apropiados para varones y mujeres”.

Y advierte que a través del denominado “colonialismo cultural”, los valores estadounidenses llegan a los niños y niñas latinoamericanos sin mediaciones. “Se han extendido ampliamente en el mundo occidental, pero eso no implica que sean valores universales”, asegura Martínez.

“En Disney (y en la mayoría de las megaproductoras estadounidenses, incluyendo por supuesto el cine de Hollywood) puede observarse cómo los personajes pueden dividirse en tres grupos: los buenos, los malos y los acompañantes. Los ‘buenos’ (los héroes) siempre son presentados como sujetos neutrales. Sus gestos, ademanes y formas de hablar remiten a cualquier sujeto nacido y criado en Norteamérica.

Los ‘malos’ o antihéroes suelen ser presentados como neutrales o también como nativos de grandes potencias mundiales. Los acompañantes, en el doblaje español-latino (que es el que nosotros consumimos) son doblados, en general, como latinoamericanos y en la versión en inglés como afroamericanos. Así, los personajes representados como hienas, buitres, tortugas, perezosos y burros, que están destinados a hacer reír a la audiencia por su evidente torpeza y ridícula apariencia, son asociados con nativos de México, en general, o afroamericanos en la versión original”, apunta la investigadora de Córdoba.

En este sentido, Soledad Gil (licenciada en Comunicación, especialista en Comunicación y Género, miembro de la Red PAR) explica que este punto de vista parcial se muestra como “lo que debe ser” desde una lógica dominante, capitalista. “Hay quienes tienen el poder material y simbólico para producir y mostrarlo como algo universal”, reflexiona Gil.

Una por una

El estudio de Martínez analiza cada una de las protagonistas de estas películas. Observa que tienen en común la pasividad asociada a la dependencia -producto de una sociedad patriarcal- y que los cómplices de estas princesas son siempre animales: ratones, conejitos, colibríes, ovejas, peces, cangrejos, mapaches, hasta un tigre, un dragón, un grillo, hienas, buitres y sapos. “Los animales, omnipresentes en estas películas, legitiman su valía; ellas no tienen que probar nada, la naturaleza las legitima. El mensaje es poderoso: quien es bella y esencialmente buena, merece la felicidad”, precisa la investigadora del Conicet.

Blanca Nieves y Aurora están buena parte de la película inconscientes esperando al príncipe con el que interactuaron dos minutos al principio, momento en el que cantaron una canción juntos. Él la besa, la salva y se la lleva al palacio, como si fuese un paquete. Lo único que ellas pueden ofrecer es su belleza.

Jazmín tiene el potencial de convertirse en gobernante, pero elige casarse con Aladino antes que asumir el poder. Él no es príncipe, pero en la trama deja claro su gran valor. Su cualidad de ‘diamante en bruto’ lo hace mucho más apto para convertirse en rey que cualquiera de los otros aspirantes de sangre real.

Pocahontas es una de las pocas películas de Disney que no concluye con una boda. Los protagonistas se enamoran, pero él vuelve a Inglaterra. El matrimonio interracial en Disney no es una posibilidad.

La película Mulán comienza dejando claro que la protagonista no reúne las características necesarias para casarse. A partir de esa certidumbre, la narración habilita a la protagonista a romper las tradiciones familiares (y las normas de género históricamente aceptadas en nuestras sociedades) y es así como ella desafía el mandato social y se disfraza de soldado para pelear por su país y el honor de su padre. Lo hace exitosamente y el emperador (¡un personaje que vale la pena recuperar!) le ofrece un cargo en el gobierno.

En ese segundo y tercer momento de la película el mensaje es interesante. Pero ella rechaza la oportunidad de ser consejera del emperador para volver al hogar paterno. Así, Mulán, capaz de luchar como soldado por su país, y habilitada para formar parte del gobierno, pasa del ejido del padre al del marido, y la alternativa de ver plasmadas normas de género innovadoras se derrumban.

Tiana es afroamericana, una camarera con el sueño de tener un restaurante, para lo que trabaja muy duro. Un día le prestan un disfraz de princesa y se encuentra con un sapo que es, en realidad, un príncipe africano caído en desgracia. Ella lo besa y, como ocurre siempre cuando él es más feo que ella, Tiana se convierte en sapo. Entonces, comparten aventuras y cuando vuelven a sus corporeidades humanas, logran poner un restaurante donde trabajan ambos. La chica afroamericana no es princesa y, por eso, consigue un príncipe a su medida. Reproducen las condiciones materiales y sociales de su existencia.

Rapunzel tiene algunas habilidades de combate, pero el arma que usa para defenderse es una sartén, reproduciendo los estereotipos de género más tradicionales. Ella es mostrada indefensa viviendo en una torre y aunque es físicamente capaz de bajarse arrojando su trenza, no se anima a hacerlo hasta que el varón no habilita su descenso.

Mérida es una niña rebelde que no acepta la educación que le da su madre para feminizarla y así pueda casarse con alguien acorde a su rango de princesa. Ella es lo que en nuestra cultura llamaríamos “marimacho” y las opciones que se le ofrecen para casarse son inviables desde la perspectiva Disney; los candidatos son presentados como sujetos ridículos y débiles. Entonces, como ella no cumple con las normas de género tradicionales, las opciones que se le ofrecen no son dignas y, finalmente, no se casa.

“Frozen” es supuestamente un producto de ruptura; Elsa es una mujer tan poderosa que se vuelve intocable. Es reina y tiene el poder de congelar, pero es solitaria, porque tiene poderes que ningún varón puede equiparar. Entonces nadie puede acercarse a ella; ése es el precio del poder femenino.

Desde el punto de vista de Gil, los estereotipos de género se van resignificando, pero -por ejemplo- sigue habiendo una imagen de las mujeres fuertemente ligada al ámbito del hogar, a lo que se suma que también deben ser jóvenes, bellas y exitosas profesionalmente.

“De diferentes maneras: no es lo mismo hoy que hace 50 años. No obstante, en el sentido lineal de los casos, se sigue reproduciendo el estereotipo de esa desigualdad para seguir vendiendo modelos que en apariencia incorporan equidad; se siguen mostrando modelos sexistas o punto de vista androcéntrico (el varón como centro en la mirada de la producción)”, apunta.

Una salida desde la educación

Tanto Alejandra Martínez como Soledad Gil destacan el rol de la formación y educación como una salida a las normas de género que transmiten las princesas de Disney.

Gil parte de la base que en nuestro país hay un “movimiento interesante” que se ve reflejado en los marcos legales (ley de Comunicación Audiovisual, de Femicidio, Código Civil), pero insiste en la necesidad del fortalecimiento de las audiencias y en la importancia de que esta capacitación sea transversal a todos los momentos de la educación y a los formadores de formadores para que no se siga repitiendo el modelo.

"Debemos seguir pensando y reflexionando sobre los estereotipos de género, lo que entra en la categoría de femenino", expresa.
En tanto, Martínez concluye que su mayor trabajo de docencia y transferencia consiste en mostrar que este tipo de producciones hace infeliz a mucha gente porque reproduce modelos irreales.

La repetición de un modelo frustrante

“Debe ser especial, calmada, obediente, muy servicial, gusto fino y figura ideal...”, dice la letra de una de las canciones de Mulán y en otros versos especifica: “A su familia gran valor va a brindar si buen partido es...”. Mientras que Aurora canta en el bosque: “Eres tú, el príncipe azul que yo soñé...”. Y a Tiana, cuando manifiesta su deseo de abrir un restaurante, su madre le ruega: “Yo quiero que me des nietos”.

Estos estereotipos que -como piensa Soledad Gil- resultan simplificaciones de la realidad, pueden llevar -desde el punto de vista de Alejandra Martínez- a la frustración no sólo de mujeres, sino también de varones.

“Los productos pensados en Estados Unidos construyen historias y personajes que se adaptan a un contexto e incluso un tipo de sujeto étnico que no tiene nada que ver con la historia de los niños y las niñas nacidas y criadas en Latinoamérica. Las situaciones que se presentan en las películas, por otra parte, hablan de una riqueza material que si bien para ellos está al alcance de la mano, no lo está necesariamente en nuestras sociedades.

Y así las ideas sobre la vida, el amor y la felicidad que circulan en los países angloparlantes se asientan sin filtros en nuestros países, en donde las condiciones materiales de vida, la cultura, las costumbres, y también el aspecto físico de las personas, es diferente. Entonces si una niña que vive en Argentina, por ejemplo, o Perú, o Chile, incorpora la idea de que para tener éxito en la vida hay que ser rubia y alta, y vivir en un palacio lleno de sirvientes, entonces asume una aspiración que muy probablemente no pueda cumplir, y que seguramente la llenará de insatisfacción”, advierte Martínez.

Para Gil, existe una articulación entre capitalismo y patriarcado (varones como medida de todas las cosas). El primero -especifica la especialista- se ve beneficiado cuando aparecen aspectos que tienen los derechos fundamentales de las mujeres como una mera mercancía para vender.

En este contexto, Martínez plantea: “En muchos programas televisivos actuales, la mujer es aún considerada un objeto de adorno que tiene valor en tanto mantiene características físicas que son inviables en un sujeto sano y normal. Las cirugías, los apliques de cabellos, las dietas brutales y las miles de horas en un gimnasio no son para las mujeres de la vida real, pero es difícil que estas mujeres no sientan que deberían acercarse a un modelo como el que presentan en estos programas.

Entonces estos contenidos mediáticos son fuente de insatisfacción en mujeres muy valiosas, que hacen grandes aportes a la sociedad con su inteligencia, su compromiso o su altruismo, y que no responden a las medidas 90-60-90”, indica.

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