De Macondo a Comala. Por Eugenia Segura.
Me gusta pensar que Gabo se mudó de Macondo a Comala, de ese más acá del mundo donde prolifera, tremenda y absurda, la vida, a ese otro altermundo que imaginó Rulfo, con esa rara costumbre que tienen algunos vivos para estar como si ya se hubieran muerto; donde, aunque usted no lo crea, los muertos parecen estar muy vivos.
En ese caserío de barro quemante de sol y viento seco, con las puertas blandas de piedritas de colores entre dos dimensiones, su mirada sigue activa para cualquiera que pregunte por su paradero.
Más que evocarlo -no lo conocí, por supuesto, aunque lo conocí tanto y viví tantas de mis mejores vidas adentro de sus páginas- preferiría invocarlo mediante ese rito pagano realmente extrañísimo que es abrir un libro, o darle play a una grabación y dejarlos que nos sigan hablando, que sigan desencajando el mundo de los vivos: mientras no se queden quietos en el mármol duro del homenaje, mientras nos sigan inquietando, qué duda cabe: siguen vivos.
No me acuerdo cómo, ni qué estaba haciendo cuando me caí con todo adentro de ese vehículo volador alucinante, de apariencia simple: un cuadrado de tapas azules, con un espesor como para quedarse a vivir ahí adentro, en esas ene dimensiones delgadas como hojas de papel, de asombro en asombro por lo que ese tipo estaba haciendo con mi imaginación, no más con el lenguaje.
Pocos libros tienen rayos de abducción tan poderosos y, aunque sean muchos los que te cambian la mirada, menos son los que consiguen que después como que todo tu alrededor se vuelva loco y empiece a comportarse como si, claro que sí, ah, siempre lo ha sido y no me había dado cuenta… hasta que, claro, estaba ahí todo el tiempo. Se te cambia la mirada para siempre.
De todas las teorías y definiciones del arte que he leído, la que más me gusta es una de Galeano: la función del arte es un niño que ve por primera vez algo como el mar, y le dice a su padre: "Ayudame a mirar".
Y de todas las teorías y conceptos de revolución que he leído, la que más me gusta es una que me dijo otro Gabo -Ferro- en un café: revolución es cuando las cosas ya no pueden volver a ser lo que eran antes, sencillamente porque la gente ya no puede volver a ser quien era antes.
Maestros de la transformación por encanto, como por arte de magia hasta niveles muy profundos, ahí están todos, tirando sus puentes adorables desde donde sea que estés, a esa casita en Comala a la que acabás de mudarte.
Como no tengo cerca ninguno de tus libros -me enteré de tu viaje frente a un lago con monstruo en el sur- tiro la línea de tu voz, sintonizo en la red las palabras que dijiste en un helado castillo construido por vikingos, allá por mil novecientos ochenta y dos, cuando era quizás el tiempo de un respiro, y esas palabras pulsan las de siempre y cuerdas nuevas: "… contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y
que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen…"… "… Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos."… "… uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cusco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino"….
" Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo…"
Ganas de que se propague ese eco por las vueltas de la oreja de todos, hasta de los que tienen vedada la entrada a las librerías por esa barrera invisible del "esto no es para vos", Ganas de que vaya y desintegre, por ondas sonoras, amplificadas por el tambor de mi amigo Ricky en el estribo "un intelectual, dos intelectuales, tres intelectuales sobre la tela de la araña/ como leían y nada más eso hacían/ fueron a traficar pobreza", que convierta en polvo a las siniestras momias vivas que en Comala dicen que los que no leen están todos muertos, como si el mundo no fuera un libro abierto y fascinante para todos los que se atrevan a sumergirse en él.
Ganas de sembrar tus palabras, de caer en esa tentación viral de escribir como vos, la crónica de miles de muertes anunciadas, del amor en los tiempos del glifosato, de cien mil años de soledad radiactiva. De ese delirio áureo que sigue dibujando países ilusorios con cráteres en el centro. De que despertemos, de una vez por todas, de esta pesadilla inútil donde el oro sigue dando sed a unos engendros mutantes con cola de cerdos, de que una horda de gallinazos piquen los sobacos por toda la eternidad a los dictadores rancios de esta América que viste como nadie, con tus alucinados ojos.
Se me pianta un lagrimón: "Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida"… me siento de pronto viuda e hija del que dice: "En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces, no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino a la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios".
Tomo aire como para nacer: "Ante esta realidad sobrecogedora, que a través de todo el tiempo humano debió parecer una utopía, los inventores de fábulas, que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria: una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin, y para siempre, una segunda oportunidad sobre la Tierra"
La humanidad te oiga: que así sea. Buen viaje, maestro, y gratitud infinita por todas las vidas vividas y vivientes ahí, entre tus páginas.
El que escribe con la carne. Nicolás Sosa Baccarelli
Dos glorias le caben. Dos cielos máximos a los que un hombre de letras (esos que escriben con la carne) puede aspirar, para respirar y morir en paz tras conseguirlo. Dos glorias porque, después de eso, verdaderamente, hay poca cosa. Una: sacudir la cotidianeidad, alterarla, ponerla de cabeza y devolverla al lector hecha milagro. Demostrar que el hecho simple, diario, suele ocultar algo increíble que duerme allí indefinidamente hasta ser contado y leído.
Escribir -limpio y diáfano como una acuarela- fuera de la superficie, buceando en la profundidad hasta encontrar el tesoro, en ese territorio suyo y nuestro donde pueden llover florcitas amarillas hasta agolpar las puertas y nacer niños con cola, porque tal cosa es lo más natural del mundo.
El otro cielo es el amor y la simpleza de tomarlo como solamente él lo hacía.
"¿Por qué tanto alboroto?", dijo el año pasado, el día de su cumpleaños, con una sonrisa luminosa, bajo el umbral de su puerta en la Ciudad de México. El alboroto eran las "Mañanitas" cantadas por personas (lectores, admiradores, vecinos, desconocidos) que iban a saludarlo.
Ese "alboroto" es y será siempre algo que no puede llamarse de otro modo que no sea amor.
Un poco más solos.Por Graciela Maturo
Este Jueves Santo murió uno de los grandes de las letras latinoamericanas: Gabriel García Márquez.
Su alma luminosa ha tomado su rumbo definitivo y nosotros hemos quedado un poco más solos sin él.
Imagino su muerte rodeada de mariposas amarillas, como la de José Arcadio Buendía.
En 1966 descubrí, como tantos, su gran novela "Cien años de soledad".
La incorporé a mis clases en Mendoza y, años más tarde, en Buenos Aires. De mis conferencias y seminarios sobre su obra nació mi libro "Claves simbólicas de García Márquez", que publiqué en 1972, y reedité, ampliado, en 1977. En 2007 pude encontrarlo personalmente en Cartagena de Indias, donde se hacía el IV Congreso de la Lengua Española y se festejaba su cumpleaños número ochenta. Éramos casi coetáneos.
La fortaleza de la fe, que hemos compartido, me impulsa a retener un inmenso llanto.
Adiós, maestro, amigo.
Utopía. Por Leonardo Lerena
No hay otro Macondo además del que tendremos que ir creando -piedra por piedra- a partir de hoy. Acaso ésa es nuestra única utopía, porque cuando leo a Gabriel García Márquez caigo en la cuenta de que ser un escritor así -ser una obra así- ser tan pedazo de Hombre, parece algo imposible.
¡Gracias, Gabo, por enseñarnos lo imposible, por enseñarme a leer! Y sí, ahora yo también creo que este jueves es Santo...
Un siglo acompañados. Por Fabián Galdi
García Márquez creó un espacio en el cual convivieron raciocinio y desmesura mutuamente influidos. Allí hubo lugar para que las musas bajaran y se sintieran a sus anchas. Una marcada vocación onírica sobrevoló sus creaciones.
Macondo no existe en los mapas pero cuando Gabo ofició de anfitrión para invitar, el lector ya comenzó a preparar la valija. Cien años de soledad, un siglo de acompañamiento.
Magistral. Por Eliana Abdala
Hablar de García Márquez es pensar en un universo hecho de palabras que plantea una manera extraña de presentarnos el mundo. Lo maravilloso de García Márquez es su técnica narrativa que puede presentarnos una historia desde muchos puntos de vista. Rompió para siempre con la narrativa cronológica. Para mí, su obra máxima es "Crónica de una muerte anunciada" porque la historia está presentada en forma de rayos que concentran todos en un punto cuyo final sabemos. Magistral.
Influyó en mi escritura porque uso, aunque no en forma permanente, esa forma de narrar no cronológica, sino con historias que van y vienen. Especialmente me dejé influir en mi novela "Julio, la patria eterna". Siempre fue un placer para mí leer su obra. Fue un antes y un después en la narrativa latinoamericana.
Disoluciones. Por Gabriel Dalla Torre
Todo lector adolescente se iniciaba -también- con García Márquez, con la historia de la chica muerta cuyo cabello siguió creciendo o la crónica de una muerte anunciada y el desafío de los cien años de soledad, lecturas en voz alta, en la soledad del cuarto propio; para un chico argentino (excluyendo quizás ciertas zonas del norte) no había gran familiaridad física con el ambiente mágico centroamericano de GGM; cuando ese chico dejó de serlo, y pasó por Cortázar y Bioy y Onetti y las otras mostras, GGM se volvía algo monstruosamente popular y ordinario.
Y así, devorado por una especie de hype loopeado que trascendió lo literario, Gabriel perdió su voz y no pudo ofrecernos más historias-libros decentes, más que ése de unas putas tristes que mejor olvidar y dejar de editar.
¿Es como todo artista (como toda banda, como todo rock n' roll) que pasada cierta edad su obra se diluye en repeticiones? ¿O fuimos nosotros -ya fuera de nuestros cuartos- los que nos fuimos diluyendo? Ahora que no está vamos a dedicarnos a esperar la serie "Cien años de soledad" que HBO nos estaría adeudando.
El pueblo de los sueños.Por Carla Luna
Macondo fue el pueblo de los sueños para muchos de los que amamos volar en el relato de Gabriel García Márquez. Los Buendía, Fermina Daza y Florentino Ariza, entre otros muchos personajes magníficos que tomaron vida desde la pluma del gran maestro del Realismo Mágico, nos llenaron de ilusión y nos acercaron una literatura humanizada y espontánea tan propia de su personalidad.
Por eso, no fue extraño, el día de su cumpleaños, cuando dijo: "El secreto para una buena vejez es haber hecho toda la vida sólo lo que me da la gana". Su humanidad se revela en cada una de sus obras que mantendrá vivo por siempre a este Gran maestro de la Novela Hispanoamericana.
Idas y vueltas. Por Leo Dolengiewich
Se nos fue García Márquez. Pero se nos queda en la retina y en la imaginación todo lo leído de su obra. Porque si hay algo que genera la lectura de García Márquez en quienes lo leemos es la profusión de imágenes llenas de colores, repletas de vida.
Y hasta sensaciones físicas: nos hace transpirar con el personaje acalorado y nos hace sentir el gusto de la cal que come Rebeca de las paredes. ¿Quién de los que lo ha leído no vio los veintidós metros de pelo color cobre? ¿Quién no sintió en sus tripas el hambre del coronel y de su esposa?
Pero si hay algo que me fascinó de muchos de sus libros (sobre todo de sus novelas) es el manejo que tiene del tiempo: las idas y vueltas en las que narra mil momentos distintos simultáneamente y en las que, lejos de confundir al lector, lo cautiva demostrándole la no-linealidad del tiempo.
Y en este ir quedándose en nosotros, lo hace una vez más. Brindo, entonces, por su vida, por su obra y por el placer que da leer cada uno de los libros de este autor imprescindible.
Macondianos. Por Julio Coronado
Los macondianos existimos desde hace más de 40 años. Cada vez que muere el último de los Buendía, nace un nuevo lector de literatura.