Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com
El gran cantautor Facundo Cabral solía contar una hermosa anécdota protagonizada por su madre. Ella dice que una noche, finalizado un concierto suyo al cual asistió el presidente de la Nación de ese entonces, éste fue al camerino a felicitar a Cabral, el cual se encontraba junto a su madre. Apenas Facundo se la presentó al presidente, éste la besó afectuosamente y le dijo: "Señora, soy un gran admirador de su hijo. Dígame por favor si hay algo que pueda hacer por usted". A lo que la madre del cantautor respondió firme y segura: “Con que no me joda es suficiente”.
Esta frase en estos momentos se adapta perfectamente al aspecto institucional de la Argentina, al cual jodieron de tantas formas durante la década anterior que hoy, con sólo no seguir mansillándolo, empieza a funcionar normalmente y lo hará cada vez mejor si el gobierno nacional decide dejarlo circular libremente, es decir, con el menor intervencionismo posible del Ejecutivo hacia los otros dos poderes, los contrapoderes, y toda la arquitectura institucional que una democracia republicana contiene.
Así como las soluciones económicas que propone el macrismo aún están por verse en resultados efectivos, el sistema político institucional parece marchar mejor que en la década anterior, no tanto por méritos del gobierno en cuanto a que éste lo haya reformado, sino a que simplemente lo dejó funcionar sin las ataduras que pretendían controlarlo y refundarlo durante la era K.
Lo que reclamaba la sociedad y que en general parecen entender la mayoría de las fuerzas políticas, incluido el PJ (excepto los que defienden a ultranza el sistema K), es que el sistema político no tiene que ser la antípoda o la contracara del que dejamos atrás, sino la simple liberación de las fuerzas institucionales para que éstas se desarrollen por sí solas, sin trabas ni presiones, aun heredando todas las imperfecciones que les dejó la tierra arrasada en que se pretendió convertir al tejido republicano nacional.
Como que la democracia se recuperase de los golpes recibidos apenas se la deja andar sola, sin meterse demasiado con ella. Con un Poder Judicial que está buscando su identidad navegando entre una libertad que antes no tuvo y el oportunismo con el cual muchos buscan seguir apostando a triunfador, pero sin las brutales intromisiones y aprietes de antes.
Lo mismo con un Poder Legislativo donde se pueden negociar cosas impensadas tiempo atrás, aunque esas negociaciones incluyan aún muchas picardías y especulaciones, pero que sin embargo están dándole un protagonismo al Congreso como no parece haber tenido en décadas, siempre sometido a los designios del Ejecutivo hasta llegar a los extremos insoportables del régimen anterior.
Pero aun dentro del mismo Ejecutivo parecen soplar los aires frescos de la democracia y la república liberadas de sus interventores. Con una política sin relatos, no con otro relato. Sin hegemonías, no con otra hegemonía. Sin adoctrinamientos, no con el adoctrinamiento inverso.
La intentona política principal del kirchnerismo para renacer de las cenizas viene siendo en lo esencial una: la de definir políticamente al macrismo como su contracara. O sea que hace todo lo mismo que él hizo pero en sentido contrario. Que en vez de un relato nac y pop proclama uno neoliberal. Que en vez de una hegemonía cultural de izquierda, gesta una de derecha. Que, en general, adoctrina en una ideología conservadora, como ellos lo hacían con una supuestamente progresista. Y así.
El sueño dorado del kirchnerismo es que se mantenga la grieta, para lo cual es condición sine qua non que el Estado la propicie desde sus más elevadas alturas, porque si no ella tenderá a desvanecerse. Desearía que se prosiga con la división de la sociedad en dos, entre amigos y enemigos inconciliables y que el fin máximo de la política sea la búsqueda del conflicto en vez del consenso, a partir de esa ridícula idea de que sólo propiciando el enfrentamiento entre las facciones se libera una sociedad, ya que el intento de unir a los argentinos es trabajar para el statu quo.
El kirchnerismo no fue estrictamente la expresión del progresismo ni del nacionalismo peronista en sus versiones tradicionales, sino una especie de viuda triste de la izquierda que sucumbió a fines de los 80 en el mundo y que hoy se muestra nostalgiosa del tiempo que se vivía hasta aquel entonces (que en la Argentina tuvo su expresión final en ciertas versiones peronistas de los años 70 que se propusieron disputarle el gobierno a Juan Perón).
Es un marxismo de salón para gente paqueta que propone hacer la revolución dentro del sistema sintetizando y adaptando a Antonio Gramsci y Carl Schmidt vía Ernesto Laclau. Un mejunje teórico, un pastiche ideológico que postula construir mediante batallas culturales, una hegemonía, vale decir que quien tiene el gobierno dicte la orientación ideológica de la sociedad y decida quiénes son los amigos y quiénes los enemigos de ella. Fortaleciendo a unos y tratando de debilitar a otros, si es posible hasta su desaparición, porque el hegemonismo quiere la imposición de un pensamiento único.
Esa idea gobernó políticamente la Argentina durante los últimos años, particularmente en la era cristinista. Hoy han pasado a ser una minoría dentro del PJ. Son apenas restos del viejo PC o del montonerismo, que se disfrazan de progresistas y peronistas con la idea a la que nunca han renunciado de que hay que penetrar en las fuerzas populares para desde allí conducir hacia el cambio de sistema.
Personas que ven a Cuba como el faro de la revolución y que por lo menos hasta hace muy poco veían a Venezuela como una etapa más avanzada que la Argentina, aunque ahora no sepan cómo explicar por qué la etapa más avanzada retrocedió a los niveles antediluvianos en los que se encuentra, mientras que Cuba y sus jerarcas están enchochecidos flirteando amorosamente con los EEUU.
Son lo que creen que los medios de comunicación sólo sirven para embrutecer a la gente si los manejan otros, pero que si los manejan ellos sirven para adoctrinar en las ideas "justas", precisamente porque en su anticuadísima concepción piensan que los medios lavan la cabeza para el lado de las ideas malas o para el las buenas. O sea, para ellos el pueblo siempre es manipulado.
Son precisamente todas ideas, que difícilmente nazcan desde las bases sociales, sino que sólo existen cuando las impulsa el poder político, las que hoy están en crisis. Las que apenas un nuevo gobierno asumió -no importa su contenido, no importa si será mejor o peor- comenzaron a diluirse en la nada más absoluta, volviendo a ser patrimonio de minorías sin influencia en las cosas del poder.
Y parece estar volviendo una vieja concepción de la democracia republicana, que para los argentinos hoy es toda una novedad, de que dejando que las instituciones se muevan con la mayor libertad posible, el sistema político puede fortalecerse significativamente. Que con que no nos jodan es suficiente.