Con los compañeros como intérpretes

Cornejo se valió de la interna peronista para demostrar que -por ahora- cuando las fuerzas propias no alcancen, los acuerdos transversales son una buena herramienta para cumplir con sus objetivos.

Con los compañeros como intérpretes

Luis Abrego - labrego@losandes.com.ar

Elisa Carrió define a Cambiemos como una “coalición parlamentaria”, una simple conceptualización que blanquea (y desliga) fundamentalmente en el Pro el control del Ejecutivo, pero que busca limitar a las huestes del presidente Mauricio Macri a la hora de aprobar leyes en el Congreso. Es precisamente la temperamental Lilita quien mejor usa esa legítima herramienta de coerción política para condicionar a sus socios oficialistas. A veces, con presencia mediática y a veces, en el recinto. Días atrás fue en la votación de los pliegos para la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) y luego al proponer una profunda reforma a ese agujero negro de espías descontrolados y fondos reservados.

Ya encarar un proceso electoral con aliados supone en Argentina más que una muestra de apertura y pluralismo, una debilidad intrínseca. La potencia de una cultura política basada en grandes partidos, aún no ha podido ser superada por la flexibilidad que proponen las alianzas modernas o los posteriores gobiernos que surgen justamente de pactos parlamentarios en todo el mundo. La lenta transición de sólidos partidos de masas a los partidos de cuadros también favorece la búsqueda electoral de acuerdos de cúpulas para hacer más atractiva la oferta.

En Mendoza, Alfredo Cornejo tuvo la suficiente habilidad de hilar un espacio en respaldo a su candidatura que peinó el amplio espectro entonces opositor al peronismo, de izquierda a derecha: desde el socialismo y Libres del Sur al PD y el Pro, pasando por el massismo. Más que generosidad, Cornejo puso rigor quirúrgico a la hora de abrir las listas para incorporar socios variopintos a cambio de apoyo electoral.

De esa alquimia, pero también de la presión de Laura Montero y Julio Cobos (de fluido diálogo con Sergio Massa), surgió la presencia de Guillermo Pereyra en las listas de Cambia Mendoza como candidato a diputado provincial. El también dirigente del Centro Empleados de Comercio (CEC) tiene una larga historia en el peronismo; de hecho fue legislador nacional por el Frente para la Victoria (FpV) y huyó desencantado por el disciplinamiento acrítico que le imponía el kirchnerismo. Como muchos, terminó abrazando el Frente Renovador y desde allí se reinventó de la mano de un radicalismo necesitado de evitar la dispersión de votos en el distrito.

Si bien en lo formal Pereyra es parte del bloque de Cambia Mendoza, en la práctica opera como un líbero siempre a punto de la contradicción entre su prédica justicialista y pro-sindical y las urgencias de un Estado devastado -justamente- por los desmanejos recientes del peronismo en el poder y su complicidad con el sindicalismo estatal.

Como su jefe Massa, Pereyra elige un atajo semipopulista para hacer política: generalmente proclive a decir a todos lo que quieren oír. Como Carrió, Pereyra parece no asumir su posición de diputado oficialista, y pretende justificar en los matices y la libertad de conciencia sus desmarques del bloque del frente mayoritario en la Legislatura.

Así sucedió cuando se trató la creación del “Ítem aula”, y también esta semana cuando Pereyra volvió a poner en aprietos al oficialismo al negar el quórum para tratar la modificación del Convenio Colectivo de Trabajo que los empleados del Casino lograron que Francisco Pérez les firmara antes de salir de la Gobernación. Y en esa negativa pensaba insistir -junto al peronismo- hasta que su presencia no fuera necesaria para iniciar la sesión y dificultar así la reversión por ley del acuerdo paritario. Un acuerdo al que Cornejo había definido como “mamarracho” y que daba a los sindicatos atribuciones propias de la conducción política -como por ejemplo la designación de personal-, y que venía en discusión desde el inicio de la gestión cornejista. Conformar un frente opositor debió haber significado para Pereyra la toma de conciencia (y la asunción del respectivo costo político) sobre lo que había que corregir para superar aquel Estado casi en default que no pagaba a sus proveedores y a durísimas penas a sus empleados. Pese al obstáculo, Cornejo se animó a saltar el cerco de su bloque y sus aliados para obtener lo que quería de manos de otros aliados: los intendentes peronistas.

Así, el mandatario suplió debilidades propias con acuerdos por fuera del oficialismo. Tal el que tiene con los caciques peronistas que han garantizado el aval para todos los proyectos emblemáticos, entre ellos las modificaciones vinculadas a la Seguridad y particularmente los endeudamientos necesarios para cubrir el déficit.

Como la lógica lo indica, si hay una necesidad que no puede ser cubierta con recursos propios, es necesario buscarlos afuera. Y eso hizo Cornejo ante la rebeldía de Pereyra. Sin dilatar la situación y como nuevo gesto de autoridad, encaminó la discusión y el miércoles activó la sintonía fina que tiene con los intendentes peronistas. Resultado: 8 diputados del FpV que responden a los intendentes de San Martín, Maipú y San Rafael dieron el quórum y facilitaron el derribo del convenio que Pereyra resistía.

La manzana envenenada fue el desafío que Cornejo les hizo a sus interlocutores intendentes. “Ésta es la oportunidad para demostrar que al PJ lo conducen ustedes y no los gremios, ni La Cámpora”, les dijo. Un argumento que los caciques compraron para actuar en consecuencia.

Es tal el grado de entendimiento macro entre el gobernador y los jefes comunales de la oposición, que ese vínculo hace cada vez más ruido en la Legislatura donde diputados y senadores peronistas no desean (un poco por oportunismo y otro tanto por revancha) tener tanta complacencia con Cornejo, ni mucho menos ser tildados de “traidores”. Todo ello, en medio de una crisis de reconfiguración del PJ aún con final incierto por las tensiones entre pejotistas y kirchneristas, en una discusión en la que sobrevuela el fantasma de Massa volviendo al partido o tentándolos a abandonarlo para solidificar su segura candidatura presidencial en 2019.

Para ratificar ese puente con el peronismo “que gobierna” (a distinción del que sólo tira piedras y que con furia casi golpista desea enrarecer el clima social), Cornejo recibió a Juan Manuel Urtubey, el gobernador salteño emblema del PJ institucionalista y reciente crítico del kirchnerismo. Urtubey es la contrafigura de Massa desde dentro del justicialismo. De hecho, la interna nacional del “panperonismo” ya está declarada de antemano: Massa vs. Urtubey; Urtubey vs. Massa.

Luego de reunirse con Cornejo, Urtubey estuvo con esos intendentes y dirigentes peronistas mendocinos que también coquetean con Massa para intentar convencerlos de que a pesar del kirchnerismo, el futuro está por dentro del PJ, aceptando el rol de opositores responsables y esperando una nueva oportunidad para obtener el favor popular. En todo caso, la foto con Cornejo también es una señal más para cubrir por fuera las falencias que ambos tienen por dentro.

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