Parecía una batalla menor, en medio del gigantesco problema que el país tiene con el fallo de la Justicia norteamericana que obliga a pagar la deuda a los fondos buitres.
Pero la presidenta Cristina Fernández no hace diferencias a la hora de dar batallas porque a todas, grandes o chicas, las quiere ganar. El miércoles pasado, cuando todo hacía presumir que Amado Boudou no estaría en el recinto del Senado, ella hizo una ratificación de su poder y dio la orden para que el vicepresidente condujera la sesión.
Nadie se animó a decirle que con eso persistía en un grueso error, y quien hizo el intento encontró la indiferencia como única respuesta. Fueron inútiles los esfuerzos del titular del bloque oficialista en la Cámara alta, Miguel Pichetto, para comunicarse telefónicamente con ella y desaconsejar la decisión adoptada. No lo atendió.
Tanto Pichetto como otros senadores de su bloque venían planteando la incomodidad que significa tener un vicepresidente procesado por la Justicia, pero también lamentándose que esa situación afectara la convivencia institucional lograda con la oposición.
Pero las órdenes presidenciales no se discuten y ése fue el mensaje de Cristina. Conclusión: antes de retirarse del recinto, los opositores humillaron a Boudou, reclamándole que tome licencia o renuncie.
El silencio del vicepresidente y de su propio bloque sonaron de manera estruendosa.
Más grave
Lejos de aplacarse la indignación de todos quienes consideran que mantener a Boudou representa un alto costo político para el Gobierno y la Presidenta, ahora todo es más complejo.
El vice sumó el viernes un nuevo procesamiento, esta vez por parte del juez Claudio Bonadío, en una causa por la falsificación de papeles en la transferencia irregular de un automóvil.
"Cristina considera al caso Boudou como algo menor, construido por la oposición y los medios críticos, que no afecta su imagen hoy en alza", deslizan en la Casa Rosada.
No todos están convencidos de eso, ni siquiera del crecimiento de la imagen positiva de Cristina por la pelea que ya no es contra los fondos buitres sino también contra el juez Thomas Griesa y el Gobierno de los Estados Unidos.
Luego de la cadena nacional de medios que utilizó el jueves la Presidenta, las preocupaciones crecieron en todos los sectores, menos en el círculo más íntimo de Cristina y en aquellos militantes del ultrakirchnerismo ciego que creen protagonizar una gesta heroica.
Denunciar a los EEUU ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya por violaciones de la Justicia de ese país a la soberanía e inmunidades argentinas, implica un camino de difícil retorno. Sobre todo ahora que dicha nación acaba de rechazar someterse al arbitrio de ese organismo internacional.
En principio, el pleito pone nuevas trabas a una relación bilateral que nunca transitó por caminos despejados. Pero también es una señal negativa para las inversiones que a la vez la Argentina reclama.
El único aspecto que según los especialistas puede considerarse relativamente útil de esa estrategia, es que con estos procedimientos el gobierno de Cristina ganará tiempo porque necesita llegar a fin de año para encarar un escenario diferente en la negociación con los fondos buitres.
Ese tiempo también es necesario para que madure la iniciativa de un grupo de empresarios poderosos de poner dinero para comprar en forma privada los bonos en default.
Esos mismos empresarios reconocen que no lo hacen por altruismo sino para evitar la pérdida de valor de sus compañías, afectadas por las consecuencias del conflicto.
La obstinación
Con la determinación de confrontar con la Justicia norteamericana, creyendo que eso hará más placentero el tramo final del mandato de la Presidenta hasta diciembre de 2015, el Gobierno enfrenta ahora la posibilidad de que el juez Griesa declare el desacato de Argentina. Eso complicaría aún más el cuadro de situación y las repercusiones internas.
Si de verdad, como lo afirmó el jueves, Cristina cree que el nivel de actividad económica se está recuperando, y que con medidas tibias evitará la recesión y el desempleo, es probable que tenga una pronta desilusión.
Los especialistas pronostican serias dificultades en el consumo interno, aumento de la inflación y la consecuente pérdida del poder adquisitivo de los salarios.
Obligada tal vez a mantener la mística en los militantes, la Presidenta insistió con que "el mundo se derrumba económicamente", cuando datos serios dicen lo contrario.
Sabemos ya que el relato oficial y la realidad van por caminos diferentes, pero ahora la grieta entre ambos se hace más profunda.
La actualidad, sin embargo, también aporta buenas noticias.
La recuperación del nieto 114 por las Abuelas de Plaza de Mayo valorizó la perseverancia en las buenas causas y alegró los espíritus democráticos.
Carlos Sacchetto - csacchetto@losandes.com.ar - Corresponsalía Buenos Aires