Hubiesen sido unas PASO perfectas si en todas las provincias se hubiera cumplido con la premisa de dirimir internas en partidos o frentes a través del voto popular, pero una vez más la mayor parte de la dirigencia política optó por los individualismos y los acuerdos de cúpulas. Así, el comicio, como se esperaba, en muchos lugares se redujo a una mera encuesta para marcar tendencias hacia las elecciones definitorias de octubre. De todos modos, la respuesta de la ciudadanía fue muy buena y eso es alentador de cara al futuro.
El balance, a la luz de los resultados conocidos oficialmente, es auspicioso porque existe una notoria paridad de fuerzas en el balance global del país. El oficialismo aparece bastante consolidado como espacio político en la mayor parte de las provincias y los porcentajes están hablando de un posicionamiento que le permitirá, dentro de un marcado equilibrio, mejorar el número de legisladores en el Congreso.
Si los comicios de octubre confirman la tendencia marcada el domingo pasado, el gobierno de Macri podrá demostrar claramente que su futuro de ninguna manera transitará por el mismo camino de la frustrada Alianza que llevó al poder a Fernando de la Rúa, especulación que desde la oposición muchos alentaron en estos primeros dos años de gestión de Cambiemos al pretender mostrar al de Macri como un gobierno frágil, como el que le tocó encabezar al dirigente radical entre 1999 y su renuncia, dos años después.
Esas dudas sobre el comportamiento de la clase política y sobre la capacidad del Gobierno para sobreponerse a semejante chatura fue la que produjo un enfriamiento notorio en las intenciones de apoyo e inversión en el país. Tanto empresarios nacionales como inversores extranjeros optaron por postergar hasta después de octubre la decisión de apoyar una economía asentada en una gestión firme, capaz de sortear embates como el que se presumía para las elecciones.
Se trata de una conclusión de suma trascendencia para el futuro de la Argentina, que busca a través del actual gobierno sacar al país del aislamiento internacional en el que quedó como consecuencia de las políticas implementadas en los años anteriores. Bien se ha señalado desde el análisis político de la realidad de los argentinos que tanto el establishment político como el empresario tuvieron una constante intriga por saber si la experiencia de gobierno del macrismo terminaría o no como la de la Alianza, que cayó estrepitosamente a fines de 2001.
Por el lado de la principal oposición, el justicialismo, su fragmentación y una elección que, más allá del lugar que le otorgue el escrutinio definitivo, no le dejó al kirchnerismo de Cristina Fernández el respaldo popular que anhelaban sus seguidores, coloca a ese influyente espacio en un desafío que deberá intentar sortear con la decisión de su dirigencia.
En líneas generales, este primer acto electoral del año deja un saldo alentador para el futuro institucional del país. El equilibrio que surge del voto popular lleva a pensar en una siempre útil y necesaria búsqueda de consensos para avanzar en la implementación de las políticas.
Por otra parte, el importante respaldo obtenido por el oficialismo en la mayoría de las provincias estaría demostrando que un amplio sector de la población se sobrepone a la dura realidad que marca una economía en lenta recuperación, para otorgar a las actuales autoridades un crédito ciudadano sustentado en el criterio de que los mandatos constitucionales hay que cumplirlos. En ese contexto, el voto al Gobierno también debe ser visto como un fuerte aval al accionar judicial contra la corrupción enquistada en los poderes públicos, tremendo flagelo que mucho contribuyó a la decadencia argentina que los argentinos de bien intentar dejar atrás.
