Que la mayoría de los fiscales federales (8 sobre 12, sólo en la Capital Federal) hayan convocado a una marcha de silencio a la que adhieren jueces, funcionarios y empleados de la Justicia, además de seguramente miles de ciudadanos indignados, sólo puede entenderse por la torpeza autoritaria de un gobierno enceguecido.
La insistente búsqueda de enemigos donde sólo había opiniones diferentes, y la transformación del terreno de las ideas en un campo de batalla donde hasta la muerte vale, terminó por dar entidad a un estado de ánimo colectivo que expresa un fuerte rechazo a esa forma de hacer política.
En este marco de cada vez mayor complejidad para mantener su imagen -cayó 12 puntos y ahora está en el 22 por ciento según tres encuestas- Cristina Fernández tiene por delante, luego de su regreso de China, el difícil desafío de volver a imponer la agenda y retomar la iniciativa política.
La intimidad
A tres semanas de la muerte de Nisman, la investigación no ha revelado todavía qué es lo que sucedió. Desde la Justicia se denuncian presiones oficiales y desde el Gobierno se responsabiliza a quienes investigan.
En el medio, la fiscal Viviana Fein pretende quedar bien con todos y no logra sacudirse su modorra de burócrata, al punto que pretendía tomarse vacaciones como si la causa que tiene entre manos fuera una más.
Hay muchas pruebas periciales que no se han dado a conocer, quizás porque alguna de ellas tendría un fuerte impacto político al que Fein le temería. Tampoco la jueza del caso, Fabiana Palmaghini, a quien se respeta mucho en Tribunales, ha dado pistas de los caminos que va abriendo la investigación.
Quien sí ha comenzado a ser un punto de referencia con cada vez mayor influencia en la causa, es la ex mujer de Nisman, la jueza Sandra Arroyo Salgado, de quien decíamos la semana pasada que era la clave política del caso.
Durante la semana denunció una supuesta amenaza mafiosa con la fotografía de una tapa de la revista Noticias en la que Nisman aparecía con un círculo negro en su frente. Un episodio por de más extraño, que para algunos pretendió distraer y entorpecer la investigación.
Arroyo Salgado siempre ha tenido estrechos vínculos con el kirchnerismo y en Tribunales aseguran que luego del sepelio de Nisman, ella fue de manera reservada a Olivos junto a la procuradora Alejandra Gils Carbó, a entrevistarse con Cristina.
Otro dato de quienes la conocen de cerca es que una de las causas que contribuyeron a su separación de Nisman -entre otras personales, por cierto-, habría sido las diferencias políticas que comenzó a plantear el ex fiscal cuando el Gobierno inició las conversaciones con Irán que culminaron con la firma del memorando que luego aprobó el Congreso.
Amigos de Nisman sostienen que "en ese momento Alberto se sintió traicionado por el kirchnerismo y se agrandó la distancia con Sandra". Por lo que se ve, vidas privadas muy comprometidas con el trabajo y la política.
Otra escena
Lo que no deja de sorprender es la seguidilla de errores políticos cometidos por el Gobierno, que no termina de reaccionar frente a un contexto que cambió drásticamente.
El pase del sistema de escuchas a la órbita de Gils Carbó en el proyecto de reforma de la ley de Inteligencia; el papelón de Jorge Capitanich rompiendo páginas de un diario con notas que luego la misma Justicia reconoció como certeras, o la sugerencia de Aníbal Fernández para que se le haga un examen de idoneidad al juez de la Corte, Carlos Fayt, son sólo tres ejemplos entre muchos otros.
A propósito de Fayt, en sus oficinas dicen que al magistrado de 97 años se lo ve trabajar más activo que nunca luego del exabrupto de Fernández. Entre tanto, la crisis política se agudiza por los hechos de la realidad y por los dichos de Cristina, sus funcionarios y una dirigencia opositora que tampoco supera el desconcierto.
Aquel quiebre producido por la denuncia y la muerte de Alberto Nisman nos acerca peligrosamente al imperio de los fanatismos de todo signo. Allí donde las palabras pierden su valor y las vidas también.