Con una misa en San Pedro, el Papa inaugurará mañana el tercer Sínodo Mundial Extraordinario de Obispos dedicado a las familias, en un clima de alta tensión por las divisiones entre tradicionalistas y conservadores de un lado y aperturistas, como el mismo Francisco, y progresistas del otro.
La asamblea, que debe mostrar el nuevo rostro colegiado de la Iglesia, se prolongará dos semanas desde el 5 al 19 de este mes, con 253 participantes, de los cuales el núcleo central son los 114 presidentes de las Conferencias Episcopales nacionales. Por Argentina el representante será el arzobispo José María Arancedo.
Pero habrá además 25 altos prelados de la Curia Romana, el gobierno central de la Iglesia; 3 superiores de órdenes religiosas; 13 patriarcas de las iglesias orientales; 26 cardenales y obispos nombrados directamente por el Papa, en el que predominan los conservadores; más auditores, organizadores, expertos y 8 invitados de otras iglesias.
El Sínodo Extraordinario es un acontecimiento raro en la Iglesia. Los otros dos tuvieron lugar en 1969 y 1985. La asamblea, que comienza mañana, no adoptará decisiones concretas sino que aprobará un documento final que después será enviado a las Conferencias Episcopales junto con un cuestionario que podría llegar hasta las bases.
El día del cierre del Sínodo Extraordinario de Obispos, el 19 de octubre, tendrá lugar la beatificación de Pablo VI, que coincidirá con el medio siglo del cierre del Concilio Vaticano II por parte del Papa Giovanni Montini, sucesor de Juan XXIII, y de la institución de la Asamblea Mundial de Obispos como asamblea colegial que aprobó el Concilio y refrendó Pablo VI, que murió en 1978.
“En las cuestiones en las que hay controversias que tienen que ver con las familias, el Papa Francisco quiere abrir una puerta que hasta ahora está cerrada”, dijo ayer el cardenal Baldisseri.
El asunto más difícil discutido hasta ahora es el caso de los católicos casados por la Iglesia, pero divorciados y vueltos a casar por rito civil. A ellos se les niega la comunión litúrgica y, por tanto, no pueden confesarse.
Cinco cardenales, entre ellos el poderoso prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el alemán Gerhard Ludwig Mueller, acaban de publicar un libro en el que, en términos tajantes, se oponen a la propuesta de autorizar los sacramentos a los divorciados vueltos a casar tras un período penitencial. Esta tesis la defienden aperturistas y progresistas con distintos matices.
Los enfrentamientos han encendido la vigilia del Sínodo. Ayer el cardenal esloveno Franc Rodé, de 80 años, ex prefecto de la Congregación para los Religiosos, acusó abiertamente en una entrevista al Papa Bergoglio de “ser demasiado de izquierda”.
Pero también hay otros problemas reales a los que la Iglesia no da respuestas novedosas, como los anticonceptivos y los métodos de procreación, incluida la fertilidad asistida.
En la gran mayoría de las sociedades los católicos recurren a la píldora y otros medios para regular los nacimientos, como los preservativos, o para evitar enfermedades tan graves como el sida.