En Junín, el grueso tronco de un ciprés envejecido que aún se sostiene al suelo por sus raíces, sirve por estos días como materia prima de un artista que, con paciencia, esculpe esa madera y revela poco a poco, momentos y personajes que serán un homenaje al pueblo de Los Barriales, donde la obra toma forma en la vistosa plaza distrital.
Esa plaza, abierta en el corazón del pueblo, a un costado de la ruta 60 y frente al destacamento, lleva por nombre el de Mercedes Tomasa de San Martín de Balcarce, aunque todos la conocen por el más sencillo ‘plaza de Los Barriales’.
Allí, junto a la fuente y cerca del monumento central que honra la memoria de un San Martín labrador, había hasta no hace mucho un enorme ciprés que venía amenazando con desplomarse: demasiados años y demasiado peso ya habían advertido a los vecinos sobre los riesgos, dejando caer algunas gruesas ramas aunque, por suerte, sin lastimar a alguien.
Finalmente, la comuna decidió erradicarlo, aunque en lugar de quitar la planta por completo, a pedido de los vecinos aprovechó la base del tronco para transformar la madera en escultura. Fue entonces que contrataron a Darío Zangrandi, escultor y poeta que se crió en Chapanay y que vive en Guaymallén.
“Me contactaron, charlamos y acá estoy, tallando este hermoso ciprés desde la mañana y hasta bien entrada la tarde. Sólo paro un rato a comer”, cuenta Zangrandi que al comienzo ofreció una idea, la de representar en la madera un ejemplar de algarrobo, especie original de estas tierras, pero el municipio pretendía otra cosa: el Árbol del Bicentenario.
Sobre la idea del municipio y con los aportes del escultor, el boceto muestra cuatro caras en las que va trabajando poco a poco: los pueblos originarios y la madre tierra; la cultura agrícola de la región; las luchas emancipadoras, con las madres de Plaza de Mayo como principal ícono y, finalmente, el futuro de Los Barriales representado en la figura de una niña.
Zangrandi lleva ocho días trabajando sobre el ciprés y calcula que tiene otras dos semanas por delante hasta terminar la obra; talla y habla de los problemas que surgen, de los retrasos inesperados: “Es normal que el tronco esté podrido en alguna parte; precisamente por eso es que lo talaron; lo que hago es adaptarme a lo que tengo y a lo que voy encontrando, aunque en el proceso se vaya perdiendo parte de ese material”. El tronco sobre el que trabaja tiene un diámetro de dos metros y casi tres de altura.
La gente pasa, muchos se detienen un momento y observan curiosos. El artista no despega la vista de la madera, deja la amoladora, toma una sierra y corta, luego la remplaza por un formón y sigue escarbando en el tronco: “Más allá de los problemas es una buena madera”, resume en un momento.
A media mañana, una docente de secundaria se arrima y habla con el artista; le cuenta que da clases en una escuela vecina, que está en un proyecto turístico y le pregunta si puede dar una pequeña charla a los alumnos sobre tallado de carteles en madera: “Para que los chicos aprendan a moldear letras en madera”, dice y arriesga: “Un par de horas nomás”. El escultor la escucha, le aclara que en un par de horas “los pibes no van a aprender mucho” pero dice que sí, que bueno, que hay que ponerse de acuerdo y le pasa su teléfono; la maestra se va contenta prometiendo llamarlo.
Zangrandi retoma la escultura: “El problema de trabajar en la vía pública son las interrupciones. La gente se arrima, te da charla, opina, te aconseja. Todo bien con eso porque el intercambio está bueno, pero uno necesita concentración y en una plaza es algo que suele perderse fácilmente”.
Viene un hombre, se llama Miguel y está jubilado, por lo que tiene tiempo para los bancos de la plaza. Sin arrimarse del todo a la obra comenta que “el domingo a la siesta le cortaron un pedazo a la escultura. Fueron los pibes malos del pueblo, que se chupan con cerveza y después hacen maldades”, dice y efectivamente, a la obra le falta un pequeño pedazo, que habrá que ver cómo se disimula.
El escultor sigue en su mundo y arremete con la amoladora contra unas aristas pronunciadas; se eleva entonces una nube de polvo y viruta: “Es un trabajo muy lindo el que hace este hombre. Ojalá que sepamos cuidarlo”, cierra Miguel, el jubilado.
El aguaribay de las Bóvedas
Hace poco más de un año, en julio de 2016, hubo un antecedente en la región, cuando sobre el tronco de un viejo aguaribay que se secó, el escultor Diego Rafael Funes (36) dio forma a una Virgen con el Niño en brazos.
La obra terminada está en San Martín, en los parques del museo de Las Bóvedas y es una atracción muy particular en esos jardines. El tronco del aguaribay tiene aproximadamente 1,80 metro de circunferencia y fue talado a unos 4 metros de altura, más o menos las mismas dimensiones que hoy tiene la escultura.
En su momento, Funes se propuso terminarla en un mes y así lo hizo: “Uno podría estar muchos meses haciéndole detalles, pero un mes es un límite suficiente como para completarla”, comentó entonces y agregó: “Yo voy adonde me llamen. Vivo de esto y estoy agradecido de que así sea”.