La construcción y fortalecimiento de la comunidad educativa implica preguntarse por aquellos espacios de opinión, participación y deliberación de los distintos actores educativos. La participación no alude exclusivamente a situaciones en particular o a la toma de decisiones, sino que también hace referencia al involucramiento día a día en distintas tareas, actividades y acciones del establecimiento educacional, deviniendo en un modo de relacionarse y convivir en la comunidad escolar en torno a un sentido de pertenencia e identificación con una misión educativa común. Son numerosas las investigaciones que constatan que una gestión participativa orientada a favorecer una cultura de aprendizaje tiene un impacto positivo en la convivencia.
Los establecimientos deben promover y fortalecer espacios reales de encuentro en que se respeten los aportes, experiencias y atribuciones del rol que le compete a cada actor. No solo se espera que se fortalezcan y se establezcan espacios formales de participación. Se pretende avanzar hacia una cultura de participación y colaboración en el marco de la convivencia escolar, siendo esta una responsabilidad compartida por toda la comunidad educativa.
La comunidad educativa existe, funciona y es la que hace escuela, en clave de reciprocidad la escuela también hace comunidad.
Aprender a vivir en comunidad conlleva reconocer al otro como diferente y la convivencia como un espacio para el aprendizaje y valoración de la diversidad y la pluralidad de las relaciones humanas. Nuestras escuelas trabajan por la tolerancia, y la inclusión. Hoy observamos escuelas como comunidades, con una lógica restauradora de aquello que originariamente constituyó el mandato fundacional de nuestras escuelas medias pero con otros desafíos como la Secundaria 2030.
Esto último adquiere especial relevancia si se considera que en los establecimientos educacionales se congregan en un mismo tiempo y espacio personas de distintas edades, sexos, religiones, funciones e intereses en torno a un objetivo común, e iguales en dignidad y derechos (Mineduc, 2015).
Un desafío relevante cuando promovemos la participación de la comunidad escolar es canalizarla. Es decir, cómo hacemos que las opiniones de los múltiples actores y en las diversas instancias puedan efectivamente ser consideradas. Si bien no hay fórmulas para resolver este desafío (pues depende de la realidad de cada establecimiento), sí hay un elemento clave que puede ayudar a gestionar la participación: aprovechar las instancias y asociaciones formales con las que cuenta el establecimiento, a fin de relevar las voces de todos los actores.
El llamado es a que los representantes de los distintos actores de la comunidad educativa (centro de padres y apoderados, Consejo de Profesores, centro de estudiantes y el Consejo Escolar) no solo representen su voz, sino que efectivamente busquen metodologías e instancias para recoger y llevar la voz de los distintos actores a las reuniones formales. Atribuir explícitamente este importante rol a cada una de las asociaciones formales de la institución puede ayudar a gestionar más efectivamente la participación en instancias informales y del día a día del establecimiento (recreos, almuerzos, conversaciones entre profesores, entre familias).
Las experiencias escolares son básicamente experiencias sociales. La escuela se hace desde las tramas de la cotidianidad desde sus primeros años, los hábitos, lecturas y las oportunidades de compartir y aprender. La escuela es tan importante que significa la primera oportunidad de ensayo de vida en comunidad. El desafío es contribuir en la formación de ciudadanos que se involucren en estos espacios de acción social y colectiva que demandan nuevas comunidades de aprendizaje con un fuerte sentido de realidad.