Poco más de un año atrás, cuando el dólar oficial se cotizaba a 4,92 pesos, desde los sectores exportadores se aseguraba que, con un valor de 6 pesos, los productos argentinos podían recuperar la competitividad perdida en los mercados internacionales.
Sin embargo, y a pesar de la fuerte devaluación del peso en los últimos doce meses, que alcanzó a un 33 por ciento -actualmente se cotiza a poco más de 6,55- los problemas para competir se mantienen para los exportadores fruto, pura y exclusivamente, de que la inflación interna es superior, o por lo menos similar, a esa devaluación.
Las autoridades nacionales deberán comprender, de una buena vez, que mientras se mantengan las variables que generan inflación, no habrá posibilidades de mejorar la oferta exportable y, por lo tanto el daño al país será aún mayor, en razón de que habrá un ingreso menor de divisas.
La economía mendocina puede dar fe de los problemas que acarrea la caída de la competitividad en el exterior.
El mejor ejemplo se puede dar con la vitivinicultura que, a lo largo de dos décadas, logró un importante crecimiento, en base a una excelente relación calidad-precio y a las fuertes inversiones realizadas en las bodegas para poder insertarse en el difícil mundo del vino.
Debieron luchar contra la historia de países del denominado Viejo Mundo Vitivinícola (Francia, España, Italia) y contra el conocimiento de los mercados del Nuevo Mundo (Chile, Estados Unidos, Australia). El malbec, entre los tintos y el torrontés, entre los blancos, favorecieron el trabajo y fue así que, de los pocos millones de dólares que se exportaban a principios de la década de 1990, se superaron los mil millones de dólares en 2010, con un crecimiento constante, tanto en cantidad de productos como en precios, superior al 15 por ciento anual.
Sin embargo, en los últimos tres años esa ecuación se rompió. Como consecuencia de decisiones de la cartera económica nacional, el precio del dólar tuvo un crecimiento muy inferior a lo que sucede con la inflación interna y es así que durante dos años la Argentina dejó de crecer y se mantuvo en una meseta. Pero el año pasado hubo una pronunciada caída en las exportaciones de vinos, especialmente a granel.
Sólo se mantienen firmes los productos de alta gama, que son los que se ubican en la cúspide de la pirámide de consumo, ya que el fuerte, en ventas, se da en los vinos de valores de medio y bajo precio.
Con un hecho no menos importante: las exportaciones de vinos, a pesar de constituir el 25 por ciento del total elaborado, son las que traccionan los precios de todos los niveles, razón por la cual no hay posibilidades de mejoras, al menos a corto plazo, respecto de los precios de uvas y vinos para los productores. Ese problema señalado para el caso del vino, debería trasladarse al resto de los productos que se exportan desde la provincia.
A esa relación entre el valor del dólar y la inflación, deben agregarse otros aspectos no menos importantes. En primer lugar, se encuentran las retenciones por exportaciones, que significan un porcentaje importante en el valor final; en segundo término, las demoras en la devolución de los reintegros; en tercer término y también inquietante, el costo del transporte.
Sólo cabría recordar en este último aspecto lo señalado por muchos exportadores al señalar que es más caro el transporte entre Mendoza y Buenos Aires, que desde el puerto capitalino hasta Europa o Estados Unidos.
De persistir el actual problema de competitividad, sumado a los problemas que han generado los accidentes climáticos que afectaron a gran parte de la producción, el futuro se presenta comprometido. Un aspecto por demás preocupante porque están en juego miles de puestos de trabajo.
