Me despierto, me ducho, desayuno, me visto y salgo a tomarme el colectivo, como siempre y como nunca: comienza un año nuevo, un nuevo sistema de transporte. El ser humano es, por estas épocas, particularmente optimista. "Mañana es mejor", dice una vieja canción de Spinetta que una vez escribió otra canción, de ciencia ficción, sobre un colectivero que se transforma en un astronauta llamado Capitán Beto.
Canturreando, salgo de casa y camino hasta la esquina donde antes me podía tomar dos colectivos que me llevaban al centro. Si caminaba una cuadra, podía tener una tercera opción. No estaba nada mal, sobre todo si tomaba un "expreso" que me dejaba en el centro en menos de 15 minutos.
Ahora, con el nuevo sistema y según el sistema de simulación de Mendotran que observo en mi teléfono, tengo una opción caminando dos cuadras; para la segunda opción tengo que caminar 5 cuadras y para la tercera, 11 cuadras.
Elijo, obviamente la primera y rápido porque el telefonito me dice que el micro va a pasar en 11 minutos y que el viaje será de 33 minutos (contra 15 del viejo sistema).
Camino hasta la parada indicada -ahora las paradas están distanciadas, lo que acrecentará la sensación de inseguridad, sobre todo cuando vuelva de noche, pienso- y me dispongo a esperar como las otras cuatro personas que están ahí, bajo el signo de una silenciosa expectación.
Mientras espero, pienso en mi buena suerte: hoy no tengo que ir a Casa de Gobierno; antes llegaba hasta allí en 20 minutos; ahora llegaré en 45 porque la primera opción que tengo da una vuelta por todo el centro y luego llega a la Casa de Gobierno. Perdón, el telefonito me dice que hay segunda opción un viaje más rápido, en 20 minutos, pero debo caminar antes 11 cuadras.
Vuelvo a mirar el teléfono y me dice que faltan 6 minutos pero -el tiempo es veloz- aparece el colectivo. Dudo. ¿Apareció antes de lo indicado o es el anterior que se retrasó?
Me subo, viajo
Subo al colectivo que está bastante lleno, digamos al 70%. Marco la tarjeta, me cobra 18 pesos, un 63% más caro que ayer.
Me quedo parado cerca de chofer, me sujeto del pasamanos y siento en la palma esa sustancia pegajosa -mezcla de polvo y smog- que tienen algunos pasamanos de algunos colectivos de algunas líneas.
Me da ganas de protestarle al chofer por la suciedad del micro que -todo hay que decirlo, es nuevo- pero veo que hoy tiene trabajo extra: debe manejar y contestar preguntas, muchas, muchas preguntas; sus respuestas habituales son: "no sé", "no le sabría decir", "ese no existe más"; "tiene que hacer trasbordo en la plaza Godoy Cruz".
Cerca del cementerio, un pasajero - uno de que protesta abiertamente- le pregunta si por ahí pasa tal colectivo de la misma línea. El conductor le dice que sí, el hombre le dice que pare.
Cuando se suba al siguiente tal vez se ponga más furioso porque el trasbordo en la misma dirección no vale y el viaje le costará finalmente 36 pesos, analizo.
Mientras escucho el rumor de los que protestan, veo la cara de los resignados y observo la gente mirando sus teléfonos, pienso que las redes sociales son, definitivamente, el nuevo y futuro deporte preferido del viajero habitual de micros. En ese momento, tengo un golpe de suerte: consigo un asiento.
Siempre es bueno tener un golpe de suerte en el primer día laboral de año, pienso, mientras el chofer anuncia que estamos llegando a la plaza de Godoy Cruz, donde algunos deben hacer trasbordo.
Me llama la atención que la parada en cuestión queda a una cuadra y media de la plaza, los que bajan deberán, entonces caminar esa distancia -o dos cuadras y media los que crucen la plaza- para tomar el nuevo colectivo. Menos mal que hoy no llueve.
Vueltas por el universo
Por suerte - por suerte la suerte hoy parece estar de mi lado- la persona que diseñó este nuevo trayecto, si bien me permitió deleitarme con el espacio verde godoicruceño -haciéndome dar una vuelta que no tiene ningún sentido- decidió que el colectivo subiera a la Costanera, lo que acelera el viaje marcadamente.
Mientras me dejo llevar, pienso en las grande ciudades, donde se prioriza al usuario del transporte público dejándolo en zonas céntricas y se impide que ingresen los autos. Acá es al revés y encima todo es muy lento porque la red semafórica no está sincronizada, nunca ha estado sincronizada, en verdad.
Abandono mis pensamientos, estoy llegando a la terminal del Sol, aunque esté nublado. Algunos se bajan, otros quiere subir. Una señor pregunta: "este es el 18". El chofer le responde: "es como el 18 y como el 13 a la vez pero no es ninguno de los dos: es el 731" y arranca.
"Chofer, chofer, yo me bajo en la próxima", le digo.