¿Cómo somos los mendocinos? Según lo que indican algunos parámetros de la historia, nos conocían, hace tiempo ya, como “mendocinos pata a la rastra”. Arrastrábamos las patas al caminar. Y esto era debido al bocio, enfermedad que afectaba a gran parte de nuestra pasada sociedad, por falta de yodo.
También tenía que ver nuestra ancestral costumbre de dormir la siesta, un descanso después del mediodía que ha de ser muy difícil de erradicar para aquellos que impulsan horario corrido en el comercio.
Tenemos un dejo de masoquismo. Porque cuando llegan la vacaciones de verano el 80 por ciento de los mendocinos va a vacacionar a Chile: ocho horas de aduana para entrar; un temblor cada quince minutos, te bañás en aguas recontra heladas rodeadas por tsunamis; tenés que aguantarle la cara de poto a los carabineros; nos cargan por la Copa América dos veces y de vuelta otras ocho horas de espera para volver a Mendoza. Si esto no es masoquismo se le parece bastante.
Somos impuntuales. Un mendocino al hacer una cita le dice al otro: “Mañana a las 10” y se va pensando en que el otro va a llegar a 10.30 entonces él llega a las 11. Por eso se demora todo en Mendoza. El espectáculo está anunciado para las 22 y a esa hora no están ni los artistas, ni los acomodadores, ni el que vende las entradas, ni el público, ni los que orientan el estacionamiento de los autos. Hay iglesias que tienen al lado una maternidad por las dudas que el casamiento se demore mucho.
Tenemos una particular forma de hablar que muchas veces hace que nos confundan con los chilenos y apocopamos. Si alguien está tratando de explicarnos un asunto y no le entendemos, no le decimos “Mirá, de todo lo que me dijiste no entendí ni jota”, le decimos simplemente “¿Ah?”. Cambiamos toda una frase por dos letras, una de ellas muda. Y cuando hemos entendido lo suficiente, no decimos: “Ahora sí te entendí todo lo que me dijiste”, decimos “¡Aaaahhhh!”.
Hemos incorporado palabras a nuestro léxico cotidiano de distintos orígenes, palabras que nacieron dentro de otros idiomas o dialectos que se quedaron a vivir aquí para siempre y sirven para que entre nosotros nos entendamos; los foráneos, no habituados, quedan al margen. Pregúntele usted a un porteño: “Oiga, cumpa, ¿dónde queda este carril?” y observará que el tipo queda más desconcertado que turco con hijo ñato.
Hicimos una cueca, tiempo atrás, con Fredy Vidal, uno de los grandes guitarristas mendocinos, que dice en una de sus partes: “Si por causa ’e chapecas / en las chinganas se alzó un camote / ha de llevar cuñado / poto arrastrado de pericote/ Juegue luche y payana / y si las ganas se han topetado / a peteco el culillo / dele un coscacho si se ha enculado/ Cueca de los menducos que siempre tiene color a poco / cuando le falta el aro / seguro ladran los chocos / apilen adobones / no se me hagan los güevones”.
Y aquí debemos detenernos a analizar algunos de los términos. “Poto”, por ejemplo, que viene a reemplazar al bastardeado “culo”, porque poto es como un culo tiernizado, como un culo de peluche.
Son algunas de las características que tenemos los mendocinos.
En una página del futuro voy a hablarles de la influencia que tiene el vino en nuestra forma de ser y en el contenido de nuestro folclore.
Por ahora dejamos esta síntesis como para que sirva para entendernos a nosotros mismos.