Desde la emoción de sentirse “acompañados” con los aplausos desde otros departamentos hasta la angustia del encierro por no tener un jardín al cual salir a respirar aire puro, las personas que viven en edificios cuentan cómo están viviendo esta cuarentena y cómo se adaptan diariamente a distintas situaciones.
En esta suerte de encierro dentro del encierro, los vecinos se han encontrado con todo: un mensaje solidario en el ascensor, ofreciendo hacerle las compras a los más viejitos; un “vivo” que quiere ocupar la terraza de uso común para invitar a su hijo, que vive en otro lado, a comer un asado; una vecina que amenaza con denunciar a otra por estar en el pasillo de un piso que no es el suyo.
Son múltiples las realidades de los que habitan en este tipo de viviendas. Beatriz vive en un edificio céntrico con su marido. Ambos estuvieron de vacaciones en el sur argentino antes de que comenzara la cuarentena obligatoria pero sí ya con la medida de autoaislamiento total por 14 días en el lugar en donde habitan al volver de un viaje.
“Cuando llegué tuve que hacer aislamiento obligatorio en mi departamento que obviamente no tiene patio y se puede ver poco la luz natural. Por suerte tengo un balconcito, techado y enrejado por la inseguridad, pero que me sirvió para tomar un poco de sol para tener vitamina D. No se puede salir a la terraza ni estar en espacios comunes porque sería peor”, contó la mujer.
A su vez, Beatriz señaló que cuando se tuvo que subir al ascensor la primera vez que salió de su aislamiento total se encontró allí con una grata sorpresa. “El primer día que salí me llamó la atención un mensaje de un vecino que ofrecía, muy amablemente, hacerle las compras a los vecinos mayores de 65 años. Me pareció una iniciativa muy solidaria. Sé que sirvió porque hay mucha gente mayor en mi edificio”, afirmó la vecina de Ciudad.
Gerardo es otro vecino que vive junto a su esposa en un edificio de tres pisos que tiene una terraza de uso compartido. Como tiene una churrasquera y todos quieren, siempre que se puede, hacerse un asadito, se formó un grupo de WhatsApp en donde coordinan días de uso y demás cuestiones de interés vecinal.
“Apenas comenzó todo, uno de los vecinos dijo que la pedía para comer un asado con el hijo pero el hijo no vive en el edificio. Así todos por el grupo empezaron a decir que respetemos la cuarentena y no traigamos gente de afuera. Y se armó lío. Así que ahora, cuando queremos usarla, aclaramos que es asado para dos y yo pongo el emoji con barbijo en el grupo porque están re vigilantes todos”, narró el señor.
Asimismo, Gerardo confesó que hay momentos en los que es él quien se “coloca la gorra vigilante” porque hay vecinos que hacen mucho ruido, por ejemplo los que viven arriba que tienen una niña que arroja juguetes, otros que tienen “pésimo gusto musical y ponen temas horribles al palo” y también los que, aun estando prohibido, tienen un caniche que con el encierro empezó a ladrar mucho.
Departamento y balcón, un turno para cada hijo
Otro es el caso de Julieta, que vive junto a su pareja y sus dos hijos en un edificio del barrio cívico. Ellos tienen a Santiago, de 13 años, y a Josefina, que acaba de cumplir en cuarentena su primer año de vida. “Soy una privilegiada con sus edades porque Santi entiende la situación y Josefina no entiende nada (risas) pero eso ayuda a que no se dé tanto cuenta de lo que sucede. Igual se vuelve tedioso buscar la manera de ingeniárselas cuando sienten el encierro”, relató la mujer.
En ese sentido, comentó que lo que hacen es definir distintos horarios para usar las diversas habitaciones del departamento. “Tenemos un horario para que Josefina pueda jugar en el living, que es el lugar más grande, y otro para que Santiago pueda hacer videollamadas con sus amigos o ver algún documental. Sufren mucho el encierro sin un patio ellos, así que vos como madre tratás de buscar actividades distintas todos los días”, aseguró Julieta.
Los aplausos de las 21
Más allá de las diversas historias de cada uno de los vecinos consultados para esta nota, hay algo en lo que todos sí coinciden: la suerte de “respiro” que significa salir al balcón todos los días a las 21 y sentirse acompañado. Es una iniciativa que se realiza en todo el país y que comenzó, imitando a Europa, para apoyar a los trabajadores de la salud.
“Los aplausos de las 21 me emocionan todos los días porque siento que no estoy sola con mi familia en el mundo, que hay más gente en la misma. Compartimos el mismo momento a la misma hora, no sólo por la gran tarea de los médicos si no también por estar en la misma lucha de resguardarnos para protegernos”, reflexionó Julieta.
Beatriz, por su parte, aseguró que siempre sabe uno cuando llegan las 9 de la noche “porque se empiezan a sentir aplausos de los vecinos y de otros edificios también. Se escucha el alboroto. También algunos ponen el himno o distintas canciones”, concluyó la mujer que vive en las inmediaciones de la plaza Independencia.