Cómo se construye un presidente débil

Cómo se construye un presidente débil

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

La historia jamás retrocede, es imposible volver atrás, pero ello no quita que ciertas cuestiones del pasado puedan retornar para ponerse al servicio de las cuestiones del presente. En particular cuando los humanos -como aprendices de brujos- luchamos fuertemente para que esos pasados regresen.

En ese sentido, la larga década K vivida ha sido un manantial de regresiones, de usos indiscriminados de lo ocurrido ayer para modelar el presente de acuerdo a los intereses más perversos del poder actual.

Primero fue el revival de los 70 pero no para culminar un proceso histórico con muchas tareas aún pendientes, sino para ubicar a los protagonistas del presente en una tabla política, moral e ideológica determinada por la interpretación histórica que se hizo de aquellos tiempos en la nueva doctrina oficial.

Todo devino maniqueamente en un combate de jóvenes idealistas sin mácula, en lucha absoluta contra el mal, como si en los 70 hubiera existido una guerra que aún se sigue viviendo a partir de secuelas embozadas.

En la interpretación kirchnerista, hasta la llegada de Néstor en 2003 la guerra la venían ganando los malos ayudados por débiles o cómplices presidentes democráticos, pero a partir de ese entonces todo se revirtió y el combate comenzó a ser ganado por los buenos, quienes comenzaron a determinar cuáles protagonistas de los 70  debían ser castigados o no.

Pero hete aquí la novedad: en esta nueva revisión  histórica-política no importó tanto el lugar que cada sujeto ocupó en aquellos aciagos años sino el lugar que ocupa hoy. Si estuvo del lado de los malos pero ahora se pasó del lado de los buenos (Timerman, Milani, no se sabe de qué lado estuvo Verbitsky que parece haber estado en los dos) será parte de la nueva elite del poder.

Si estuvo del lado de los malos y hoy no se pasó del lado de los buenos, será condenado, pero no sólo el culpable o supuesto culpable del ayer sino todo aquel que aunque jamás haya intervenido en la lucha de los 70, al no ponerse hoy del lado de los buenos es por ese solo hecho cómplice por acción u omisión de los malos. En consecuencia, hoy en la Argentina no hay -según la doctrina K- más que oficialistas, o golpistas y sus cómplices.

Pero el intento de regresión no paró allí, sino que en los últimos años, durante las presidencias de Cristina, se intentó a propósito hacer volver lo peor del primer peronismo de los años 40 y 50 porque el kirchnerismo decidió que era necesario armarse de una estructura comunicacional de poder propia, y luego de la muerte de Néstor, gestar un gran mito donde el culto a la personalidad retornara con un vigor renovado.

Para eso también se incluyó algún nivel de adoctrinamiento ideológico, todo lo cual formó un combo inspirado en el más discutible primer Perón que hizo renacer viejos odios entre peronistas y antiperonistas que parecían enterrados en la historia, pero que las nuevas intolerancias hicieron aparecer otra vez en la superficie.

Así hoy, increíblemente, observamos el retorno necrofílico de viejos debates entre fundamentalistas de ambos bandos como si Perón siguiera vivo tallando en nuestras pasiones sin dejarnos vivir en paz. Impidiéndonos progresar porque tanto intento de volver al pasado nos ha quitado las llaves del porvenir y entonces sólo atinamos a revolvernos todos manoseados en un presente eterno cuyo único contenido existencial es un pasado falsificado, o recuperado en sus facetas más horrorosas.

Sin embargo, hay ciertas cosas que felizmente no regresaron. En primer lugar, la disputa feroz entre peronistas y antiperonistas hasta ahora no pasó de ser un anacronismo entre determinados sectores de la elite, pero la sociedad no se ha dividido en dos como en aquellos viejos tiempos.

Sólo se dividen aquellas familias donde sus miembros más politizados se enrostran sus diferencias los domingos a la hora de los ravioles, pero la mayoría de las personas comunes, en general poco politizadas, no atinan a participar de estas regresiones.

Y algo aún mucho más importante que no regresó fue la violencia política de los años 70. La intolerancia verbal es parecida, pera salvo algunas graves excepciones, ella no se ha traducido en una lid generalizada donde los muertos por razones políticas se cuentan de a miles como ocurrió durante el peronismo de los años 70, lo que luego consolidó hasta el delirio la dictadura militar.

Una de las grandes razones por la cual la violencia no se pudo frenar durante el tercer gobierno de Perón fue porque dentro del movimiento justicialista se enfrentaron tendencias incompatibles que sólo podían resolver sus contradicciones absolutas a los tiros, tal cual ocurrió, hasta que los militares vinieron a poner “orden”.

Es de desear, entonces, que así como nuestros odios del presente hicieron renacer viejos odios del pasado que parecían muertos, que al menos no renazca la violencia política que tanto mal ocasionó.

La preocupación viene al caso porque durante la democracia nacida en 1983 el peronismo no reiteró los graves enfrentamientos de los 70 porque cuando apareció algún conflicto interno, el cisma, la separación partidaria, hizo que las diferencias no se produjeran dentro del movimiento.

Cuando surgió la renovación de los 80, su jefe Cafiero se fue del PJ y llegó al gobierno desde afuera del aparato. En los 90 las diferencias entre Menem versus Bordón y el Chacho Alvarez se resolvieron mediante el alejamiento partidario de los dos últimos. Y en la era K, todo el que disintió con Néstor o Cristina marchó por fuera de las centralizadas y personalizadas estructuras peronistas.

Sin embargo, algo nuevo (o mejor dicho, muy viejo) parece estar renaciendo hoy en el seno del peronismo ante la posibilidad de que Daniel Scioli se alce con la presidencia de la Nación. Y es que puede llegar al poder un sector interno dirigencial peronista que durante toda la década se quedó callado ante la hegemonía kirchnerista, pero que aceptó a duras penas -y acumulando bronca- el maltrato.

Maltrato que se inició con el desprecio que el matrimonio patagónico mostró por todos esos peronistas de aparato, a los que intentó sustituir mediante transversalidades o concertaciones, pero que debido a la “dura” resistencia de estos (mediante el silencio y el atornillamiento feroz a sus cargos), no tuvo más remedio que cederle la candidatura presidencial a uno de ellos; quizá de todos al que Cristina mayormente desprecia, Daniel Scioli, la expresión más acabada de ese peronismo que se ha transformado en una máquina vacía de poder que acepta cualquier ideología y cualquier liderazgo mientras no afecte sus intereses de nueva oligarquía al mando de las estructuras locales.

Pero ahora pueden llegar al poder nacional. Y habrá que ver si en la presidencia siguen callando ante las imposiciones de Cristina, o si deciden hacer valer su poder formal y transformarlo en real mediante la lid interna, que cuando se llevó a cabo en los 70 fue terrible.

Y a ello se le añade otra preocupación, porque sabedora de que los que hasta ahora siempre callaron posiblemente dejarán de hacerlo, Cristina Kirchner está intentando llevar a cabo una de las lógicas de poder más delirantes de las que se tenga memoria, una contradicción en sus términos de marca mayor: por un lado necesita imperiosamente que Scioli gane porque cualquier otro que lo hiciera podría enjuiciar a la elite K por las impresionantes sospechas de corrupción estructural.

Pero por el otro requiere que Scioli llegue a la presidencia con el menor poder posible, condicionado hasta el mayor extremo, de modo que su debilidad le impida enfrentarla. Por eso obliga a Scioli a hacer cosas humillantes que jamás ningún candidato haría si quiere ganar, convencida de que aún así alcanzará para llegar, pero con un presidente vaciado de toda autoridad.

Apuesta de una audacia insólita porque aún en el caso de tener éxito dejará al país con un presidente de cartulina, y si éste decide aprovechar las ventajas de su cargo para vengarse de las afrentas recomponiendo el poder que la Constitución le asigna, se corre el riesgo de que el peronismo retorne al enfrentamiento interno, con su secuela de imprevisibles. La única pesadilla que hasta ahora no volvió de aquellos viejos y terribles años de plomo.

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