Por fin Macri se decidió a escapar para adelante y ponerse a conducir el cambio que la política y la economía argentina necesitan de manera desesperada: empezar a trabajar sobre un acuerdo respecto de qué país queremos.
En este sentido, el documento que el Gobierno logró que emitieran los empresarios, con motivo de estar en discusión la ley de doble indemnización, es evidentemente la metodología correcta y el mejor camino para salir de las crisis recurrentes que tenemos los argentinos, inexorablemente, desde hace 40 años y que se repiten cada más o menos 10 años.
La crisis actual, sin duda, es estructural porque abarca tanto el plano institucional jurídico y político, como el plano económico.
Vuelve a poner de manifiesto, como siempre lo hace, los problemas centrales propios de nuestro particular modo de ser.
Gran dificultad para producir mejor, de manera más eficiente y sostenida en el tiempo, incapacidad para entender y hacer política que no se base en la famosa “puja redistributiva” (otro invento argentino), que siempre termina redistribuyendo miseria, junto a la lucha de suma cero entre todos los sectores y donde nadie termina ganando de manera permanente, además del esfuerzo por sostener un enfrentamiento suicida de todos contra todos.
La frase “no quiero que al Gobierno le vaya bien”, conocida estos días, resume claramente esta patética situación.
Es notable ver cuánto nos cuesta a los argentinos entender que formamos parte de un todo que nos involucra de manera integral y que cada parte debe apuntar al conjunto para lograr resultados duraderos que permitan construir una sociedad con mejor calidad de vida.
Las palabras “concertar”, “acordar” y “consensuar” ya no forman parte del vocabulario argentino y menos aún del vocabulario político. Años de autoritarismo, discurso único, prepotencia, “verticalismo” y la dupla “amigo-enemigo”, han sacado estas palabras de la boca de los políticos; ya ni siquiera la dicen para engañar a la gente.
Ahora la gobernabilidad pasa por ser duros, fuertes y mostrar que se tiene poder para hacer las cosas, hay que oponerse y enfrentar ¡para que la gente te vote!
Muchos en privado dan la razón frente a lo que pasa, pero ante la prensa, manifiestan conductas confrontativas. “Hay que ganar la calle” dicen.
Consensuar, acordar y concertar son muestras de debilidad política.
Por eso, el resultado actual de nuestra sociedad es de una total fragmentación y esta situación de fractura la viven sufriendo tanto los empresarios como los sindicalistas.
Dentro de la clase política, el peronismo no puede estar más fragmentado, de modo que hoy no lo dirige nadie, y al radicalismo tampoco.
Este es el resultado de tantos años de creer que por la vía de denostar al otro, del enfrentamiento y de la lucha se va conseguir una sociedad mejor y, sobre todo, la famosa palabra: gobernabilidad.
Cada sector tira para su lado mediante la famosa “puja redistributiva” y así se busca el pequeño o gran beneficio propio: ganaderos, agricultores, docentes, industriales, profesionales, comerciantes, gremialistas, importadores, exportadores, asociaciones empresarias, empleados públicos, etc, etc.
Los pueblos no tienen los dirigentes que se merecen sino “los que se les parecen”.
Los argentinos estamos en una encrucijada que nos puede llevar para cualquier lado.
O sigue la dirigencia que en los últimos 30 años nos llevó a la situación actual, en sus estamentos político, económico o religioso. Dirigencia que sabe muy bien hacer lo que no nos conviene, por lo que le va a ser muy difícil que sepa llevarnos a otro destino, nuevo y mejor.
O cambiamos el modo de entender y de hacer la política, el modo de relacionarnos, conducir y fundamentalmente votar, a fin de generar una nueva dirigencia, apta para llevarnos a donde debemos ir.
La crisis, en toda su magnitud, nos está marcando con toda contundencia que deberemos aprender de nuestros errores a fin de empezar a establecer las bases de un modo de gestión común, basado en políticas de Estado, el consenso sobre objetivos y el acuerdo sobre valores e intereses compartidos.
Si cerramos las puertas a nuestros errores: dejaremos afuera la verdad.
Rabindranath Tagore