Por Luis Abrego - Jefe de Política
Un nuevo manotón del oficialismo se consumó ayer. Tal como adelantó Los Andes el domingo, el desdoblamiento provincial es un hecho que no deja de ser suficientemente sintomático de lo que pasa en la política de Mendoza.
Lejos y olvidados quedaron aquellos argumentos de que el justicialismo es un movimiento nacional con un proyecto igual de extendido. Lo de ayer en el Hotel Diplomatic fue una clara demostración de que las conveniencias son más poderosas que las convicciones.
Porque en todo caso, los enojos del kirchnerismo parecen no haber contemplado el histórico pragmatismo pejotista. Esa misma facilidad de adaptación que ayer fue capaz de juntar en una misma mesa a Francisco Pérez, eterno peregrino de los vuelos Mendoza-Buenos Aires para intentar mostrarse como gestor; su vice, Carlos Ciurca, verdadero hombre fuerte del partido y dueño del vínculo con el presidenciable más taquillero; Juan Carlos “Chueco” Mazzón, el ex consejero imprescindible pero cuya voz se transformó en murmullo; y la tropilla de intendentes que conspiraron para alejarse de las influencias de Pérez, de Mazzón, de Cristina y -por las dudas- también de Scioli, y cuya rebeldía apenas alcanzó un puñado de días.
Es que los caciques desdobladores, ahora serán unificadores. Su postura pasó de simples municipalistas, a orgánicos y disciplinados militantes.
Un paso en falso que también alcanza a los radicales del Este que ahora ¿también se adecuarán a los designios de la interna peronista? Las comunas azules del PJ que intentaron acompañar la estrategia nacional, ¿firmarán ahora su capitulación ante los generales del ciurquismo y sus aliados? Godoy Cruz, ¿cederá a la laxitud masiva o establecerá un nuevo búnker de juego autónomo?
Tan apasionante arte de fino camaleonismo es la desbordante ebullición del PJ que volvió a encontrar cauce y alguna excusa más vinculada al temor que a los desafíos.
En la convocatoria del 19 de abril y el 21 de junio aparece teatralizada la desesperación de un gobierno que primero impulsó una ley de PASO; después prohibió -por decreto- su financiamiento; luego reglamentó a piacere la conformación de alianzas limitando acuerdos nacionales; y ahora cambia las fechas de la elección separándolas del cronograma nacional.
Todo como una sucesión tragicómica que amenaza con llevarse puesto todo lo que el poder de turno considera maleable; incluso sus instituciones y las reglas claras del juego que se necesitan para garantizar la soberanía popular. La imprevisibilidad no es -precisamente- una virtud republicana.