En los comienzos de una noche bastante fría para el reciente otoño, un joven de 30 años viste remera y bermudas y les da las últimas pitadas a su cigarrillo para entrar al bar donde no lo dejan fumar; allí lo espera un cronista. Llama la atención su desabrigo en medio de gente bastante arropada. El joven dice trabajar de taxista en Mendoza y se ríe del frío porque "he vivido en Oymyakon la ciudad más fría del planeta".
Gabriel, quien prefiere no dar su apellido ni salir en fotos -"tuve problemas con la empresa donde trabajo cuando di una nota a un diario nacional"-, es un muchacho de estatura baja, de ojos celestes y de gesto frío, como el sitio donde dice que vivió y que queda al este de Siberia, en la República de Sajá perteneciente a la Federación Rusa.
"Nací en Guaymallén pero de chico me fui a vivir a Lanús con mis viejos. A los 17 años y por el padre de un amigo que trabajaba en una de las empresas más grandes del mundo en logística de petróleo, salió la posiblidad de trabajar en el exterior; era buena plata y agarramos con mi amigo", relata Gabriel.
Hoy taxista, Gabriel cuenta que lo suyo es manejar, "se dice especialista en transporte y puedo con maquinarias especializadas para el traslado de caños, grúas y montacargas. En Moscú hacía transporte alimenticio y allí me ofrecieron ir a Oymyakon. La empresa se encargaba de ponernos traductores y -repite- como era buena plata, acepté".
Llegar a la ciudad más fría del mundo donde viven de modo permanente unas 450 personas no es fácil. "Hicimos 5 horas en camión y tres días en vehículo por tierra. El avión te deja en Omolo y después tenés que andar por la nada, un desierto de caminos congelados".
Según cuenta el hombre de hielo, su experiencia en Oymyakon se dividió en cuatro: 8 meses en 2011, 6 meses en 2013, otros 6 en 2014 y 4 en 2017, en el ínterin, vino a Argentina pero siempre regresaba al hielo, "más que nada por la paga que al día de hoy serían unos 250 mil pesos por mes más viáticos". Las épocas del año en los que fue corresponden a las más gélidas, desde noviembre hasta marzo con un a temperatura mínima media de menos 51 grados, "en diciembre, por ejemplo, las horas de sol son 14", recuerda.
El primer grupo del que formó parte Gabriel estaba conformado por 50 personas de distintas partes del mundo: 25 de cada sexo que tienen que firmar un seguro laboral especial y pasar un examen físico riguroso a la hora de acceder al trabajo y en el que les advierten que de no llevar adelante todo lo sugerido en cuanto a seguridad, "tu vida corre peligro". El pueblo propiamente dicho queda a 40 kilómetros del campamento donde se extrae petróleo y derivados. "Vivíamos en contenedores calefaccionados y los que éramos primerizos, una vez por día teníamos que salir 30 segundos afuera solo con ropa interior y volver a entrar. Es una manera de climatizar los huesos según nos decían los médicos. La temperatura para esa época era de 25 grados bajo cero".
Para llevar adelante los trabajos a las afueras de Oymyakon, el grupo de Gabriel se valía de un camión que nunca detiene su motor y es el que surte de combustible a las otras máquinas. La cuenta es sencilla, a menos 45 grados bajo cero la gasolina se congela. "Por eso el camión anda todo el tiempo".
A la hora de hacer sociales, el mendocino -que dice no ser muy dado a las charlas- seguía a sus compañeros, "que eran todos de afuera y que estaban en la misma que yo. Para hacer sociales íbamos los fines de semana a una especie de escuela al sur del pueblo donde la gente baila y se divierte un poco en medio del hielo". Los habitantes naturales de la zona son de corte fisonómico asiático, "como mongoles" y hablan el idioma yakuto; "muy difícil de entender".
Otra curiosidad laboral estaba dada por la ropa que la empresa les proveía: "Era un traje de neoprene descartable que nos cubría todo el cuerpo. Y nos aconsejaban, si queríamos hacer pis, que nos hiciéramos encima: era más calor para el cuerpo". Cara y manos eran cubiertas con cascos con antiparras y guantes térmicos que se frabrican solo para ese tipo de fríos.
De acuerdo con Google, Oymyakon registró su récord con 76 grados bajo cero en 1926. Pero Gabriel refuta a ese gigante de internet: "Allá te dicen que en 1982 hubo 94 grados negativos, pero por un tecnicismo que nunca entendí bien, ese registro no se tiene en cuenta".
A la hora de enumerar las últimas curiosidades, Gabriel recuerda los escupitajos: "los largás y antes de que caigan al suelo ya están congelados: les decíamos caramelos de moco", dice y se ríe. O las veces que iban a pescar por sobre los ríos congelados: "llevábamos las máquinas, hacíamos un agujero en el hielo y sacábamos pescados con una tanza con carnada. Lo más gracioso es que cuando salía el pescado había que agarrarlo rápido y dejarlo estirado". Eso es, según cuenta, "porque a los 10 segundos fuera del agua el pescado se congela. Al salir del agua con uno o dos grados al exterior con menos cincuenta ocurría ese congelamiento inmediato".
Desde hace poco más de un año, Gabriel se instaló en Mendoza. Dice que con el dinero ahorrado en Oymyakon ha comprado algunos terrenos en Maipú en los que piensa hacer un emprendimiento inmobiliario.
"Usted se preguntará por qué estoy manejando un taxi?", pregunta. "Porque me gusta trabajar, no puedo estar sin hacer nada. Y manejar es lo que más me gusta", dice y desaparece en la noche fría de remera y de bermudas.