Cómo el ejercicio afecta nuestra forma de comer, y nuestro peso

Un estudio demuestra que aquellas personas que empiezan una rutina física, luego no sienten tanta atracción que antes por platos calóricos.

Cómo el ejercicio afecta nuestra forma de comer, y nuestro peso
Cómo el ejercicio afecta nuestra forma de comer, y nuestro peso

Según un nuevo estudio contundente sobre el ejercicio y la alimentación, hacer ejercicio podría alterar nuestra relación con la comida de maneras sorprendentes y benéficas. El estudio revela que los novatos del ejercicio empiezan a experimentar menos antojo por la comida que engorda, un cambio que podría tener repercusiones en el control del peso.

Sin embargo, el estudio también muestra que cada persona responde de manera muy diferente a la misma rutina de ejercicios y a los mismos alimentos, lo cual subraya las complejidades de la relación entre la comida, la alimentación y la pérdida de grasa.

A menudo escribo sobre el ejercicio y el peso. Esto se debe en parte a que el control del peso es un factor que motiva a muchos de nosotros a hacer ejercicio, como a mí. No obstante, los efectos de la actividad física en nuestra figura no son claros y coherentes.

De hecho, son angustiantemente imprecisos.

Tanto la experiencia personal como los estudios científicos exhaustivos nos dicen que algunas personas pierden una porción considerable de grasa corporal cuando empiezan a hacer ejercicio, otras suben de peso y la mayoría baja algunos kilogramos, aunque muchos menos de los que esperaban dada la cantidad de calorías que están quemando al ejercitarse.

Al mismo tiempo, la actividad física parece ser esencial para minimizar el aumento de peso a medida que envejecemos y para mantener la pérdida de peso si logramos bajar algunos kilogramos.

Aún no se conoce bien esta manera caótica en la que el ejercicio influye en el peso. Por un lado, hay estudios que demuestran que la mayoría de las modalidades de ejercicio aumentan el apetito en la mayoría de la gente; el ejercicio nos tienta a remplazar calorías, socava la posible pérdida de grasa e incluso propicia el efecto rebote.

Sin embargo, otras pruebas sugieren que la condición física podría afectar la respuesta diaria de la gente con respecto a la comida, lo cual tal vez influya en el mantenimiento de un peso saludable. En algunos estudios previos, las personas activas que estaban en su peso normal mostraron menos interés en alimentos con alto contenido de grasa y calorías que las personas sedentarias con obesidad.

No obstante, la mayoría de esos estudios analizaron las preferencias de hombres y mujeres cuya condición física ya era buena o mala. No examinaron si alterar los hábitos de ejercicio de la gente también transformaría su relación con la comida.

Por lo tanto, para el nuevo estudio, que se publicó en noviembre en la revista Medicine & Science in Sports & Exercise, los investigadores de la Universidad de Leeds en Inglaterra y otras instituciones decidieron preguntar a un grupo de hombres y mujeres sedentarios cómo se sentían con respecto a la comida y pedirles que empezaran a ejercitarse.

Los investigadores decidieron reclutar a 61 voluntarios, la mayoría de los cuales eran sedentarios y de mediana edad; todos tenían sobrepeso u obesidad. Los participantes del estudio completaron cuestionarios detallados y pruebas en línea sobre sus preferencias y conductas alimentarias. Por ejemplo, se les pedía que eligieran entre fotografías de distintos alimentos que aparecían rápidamente en pantalla y debían responder preguntas sobre si se daban atracones de comida y si se les dificultaba no comer de más.

Después, se les pidió a 15 de los voluntarios que siguieran con sus vidas normales para que fueran su grupo de control, mientras que los otros 46 empezaron a hacer ejercicio con aparatos en un gimnasio de la universidad cinco días a la semana de 45 a 60 minutos o hasta que quemaran casi 500 calorías por sesión. Continuaron con este entrenamiento durante doce semanas, y podían comer lo que quisieran en casa.

Luego, todos regresaron al laboratorio para pesarse y repetir las pruebas originales. La mayoría de los participantes que hicieron ejercicio, pero no todos, bajaron algunos kilogramos, mientras que los integrantes del grupo de control habían subido de peso.

Los hombres y las mujeres en el grupo de control tampoco manifestaron un gran cambio en su relación con la comida. Pero entre los que se ejercitaron, las reacciones a las fotografías y las preguntas sobre alimentos con alto contenido de calorías y grasa fueron nuevas. Ya no les parecían tan irresistibles. En términos psicológicos, manifestaban menos "antojo" por los alimentos que engordan.

Lo interesante es que sus valoraciones respecto a cuánto les “gustaban”, o cuánto esperaban disfrutar de algunos alimentos, seguían siendo las mismas e igual de intensas. Todavía tenían la sensación de que les gustaría comer una galleta, pero ya no sentían la misma urgencia por probarla. También informaron menos atracones de comida recientes.

En conjunto, estos resultados indican que, además de mejorar nuestra salud, "el ejercicio quizá mejora nuestra conducta alimentaria y los hábitos de usar la comida como recompensa, los cuales se relacionan con la predisposición a consumir en exceso", dijo Kristine Beaulieu, investigadora y nutricionista de la Universidad de Leeds, que dirigió el nuevo estudio.

En otras palabras, hacer ejercicio durante un tiempo podría impulsarnos a reconsiderar el tipo de alimento que queremos comer.

No obstante, los investigadores no monitorearon lo que los voluntarios decidían comer en casa, así que no saben si sus hábitos alimentarios cambiaron en la vida real. Tampoco saben si los resultados serían diferentes si la gente probara con otros tipos o cantidades de ejercicio ni cómo el ejercicio en este experimento afectó las preferencias alimentarias, aunque sospechan que cambió el funcionamiento de ciertas partes del cerebro que regulan la conducta alimentaria.

Quizá lo más frustrante es que no pueden explicar por qué los resultados finales variaron tanto de un participante que se ejercitó a otro, pues algunos desarrollaron un desinterés mucho mayor que otros por los alimentos de alto contenido graso. La genética quizá tenga algo que ver o la personalidad, el estilo de vida, la composición corporal u otros factores. Los investigadores esperan poder explorar estos temas en estudios futuros.

Pero, por ahora, el estudio refuerza la idea de que el ejercicio debe ser parte de nuestros esfuerzos por mantener un peso saludable.

“A la gente aún le gustaban los alimentos con alto contenido graso”, tras cuatro meses de entrenamiento, señaló Beaulieu, “pero tenían menos ganas de comerlos, lo cual consideramos un resultado favorable”.

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