La huella de carbono contabiliza las emisiones de gases de efecto invernadero que se generan durante todo el ciclo de vida de un producto, desde la extracción de las materias primas, pasando por la industrialización de las partes, la distribución y comercialización, el uso, ya sea de corta o larga duración y llega hasta el descarte, incluyendo transportes. El total de gases emitidos se expresa como un único valor y puede emplearse para comparar emisiones de productos competidores, sustitutos o diferentes. La herramienta ha tenido gran difusión en los últimos años y puede emplearse para cálculos en alimentos, bienes de uso o cualquier producto o servicio.
Una investigación reciente llevada a cabo en la cadena del algodón producido en Argentina estimó la huella de carbono de una prenda de vestir de uso común: un pantalón de jean de adulto. La huella ascendió a 4,65 kg de dióxido de carbono equivalente (dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero) por unidad producida, lo que resulta notoriamente inferior a la huella del mismo producto fabricado en China, India y Estados Unidos, donde el mismo cálculo arroja valores que llegan a 16 kg.
El cálculo de la huella hídrica sigue la misma lógica, pero lo que se contabilizan son los consumos de agua durante las etapas productivas. A modo de ejemplo, para elaborar un kilogramo de queso estándar, de pasta semidura, deben relevarse el agua de lluvia en los campos donde crece la pastura y los granos que alimentan a la vaca lechera, el agua que bebe el animal, el agua de limpieza de tambos y espacios comunes y toda el agua usada en la industria láctea, hasta la obtención de los quesos. El Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) modeló esta sistema obteniendo valores que varían entre 64 y 201 litros de agua por kg de queso, dependiendo de dónde estén ubicados el campo y la industria y del nivel tecnológico alcanzado por ellos.
El INTI junto al Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) han calculado las huellas ambientales de numerosos productos del agro, entre ellos los derivados del maní que es producido en la provincia de Córdoba y exportado casi en su totalidad. El estudio relevó la etapa agrícola del cultivo con siembra, pulverización y cosecha y la producción industrial. Se demostró que la huella de carbono del maní confitería se reducía en 80% si la cáscara, principal subproducto del proceso, era coprocesada en la generación de energía eléctrica y calor. En la actualidad existen numerosas plantas de generación de energía en el sudeste de Córdoba, con cáscara de maní como principal combustible.
Los resultados obtenidos del cálculo de las huellas ambientales brindan información para hacer más eficientes los procesos en términos de sustentabilidad y en términos económicos. Usar energías de fuentes renovables, acortar distancias de transportes o utilizar medios menos contaminantes, disminuir pérdidas en el proceso, son algunas de las medidas que pueden adoptarse analizando los resultados de este tipo de estudios.
Cabe aclarar que los resultados están íntegramente ligados a las condiciones geográficas, climáticas y temporales donde se desarrollan las actividades, por lo que cada estudio es único y los resultados están atados a esas particularidades.
¿Por qué las huellas ambientales agregan valor?
El valor agregado se obtiene a partir de poner en evidencia la adopción de métodos de producción que satisfagan a las preocupaciones de los consumidores por el tema ambiental. Son los más jóvenes, niños y adolescentes, los que traccionan distintas prácticas para el cuidado del ambiente como el reúso, reciclado y compostaje de residuos, cambios en los hábitos alimenticios, de vestimenta, de transporte y en varias otras conductas de su vida diaria.
Y la tendencia va más allá. A la hora de comprar bienes de uso los consumidores buscan aquellos de origen natural, con trazabilidad en cuanto a sus componentes, materias primas y métodos de fabricación y también con consciencia del impacto ambiental que se genera durante el uso de algunos productos de larga vida útil y en el momento del descarte. No es lo mismo un electrodoméstico con eficiencia A, B o C, o un automóvil que consuma mayor cantidad de combustible por kilómetro recorrido, también por el impacto económico, además del ambiental.
La avidez por información ambiental no es nueva entre los consumidores del mundo, pero si es novedosa en nuestro país, que desde hace algunos años, en forma sostenida, viene mostrando interés en las herramientas de cálculo de huella de carbono e hídrica.
En Argentina no son pocas las compañías que ya se animaron a calcular las huellas de sus productos. Alentadas muchas de ellas por sus casas matrices en el exterior, donde los resultados obtenidos son valiosas herramientas para los mercados como criterio para la selección entre productos de distinto origen.
Existen varios grupos de trabajo en nuestro país, que como INTI e INTA se pusieron a la vanguardia en la elaboración de este tipo de diagnósticos. Hay experiencias en distintas regiones del país, que se concentran en las producciones locales, tal es el caso del estudio de la caña de azúcar y los limones en Tucumán, la leche y sus derivados en Rafaela, el sector de los combustibles renovables en INTA Castelar, el té y yerba mate en Misiones, el algodón en Chaco y el estudio de los sectores vitivinícola, olivícola y de energías renovables en Mendoza.
Avanzar con las nuevas tendencias mundiales de desarrollo sostenible no sólo nos permite corregir y mejorar procesos y cuantificarlo a través del impacto ambiental, sino que también nos pone en mejores condiciones frente a requerimientos de mercados internacionales cada vez más competitivos y donde ya no cuentan solo aspectos como precio y calidad, sino que requerimientos ambientales comienzan a tener un peso sustancial en las decisiones de los compradores, ya sean grandes compañías o consumidores directos.