Comieron asado en la calle para recuperar una tradición

Habitantes del pasaje Delgado, en la 5a Sección, se juntaron para recordar las reuniones comunitarias de los ’40 y ’50. A las mesas se sentaron hasta vecinos que ya no viven allí.

Comieron asado en la calle para recuperar una tradición

A la nochecita, una cinta naranja impide el paso de vehículos por la calle Agustín Delgado, de la Quinta Sección. De a poco, los vecinos del entorno y los que lo fueron comienzan a llegar con mesas y sillas que ubican en la calle. En la vereda hay un freezer, en la calzada equipos de música y unos parlantes, y desde la acequia se ven las llamas, sobre las que más tarde colocan dos parrillas para preparar el asado.

Para muchos, el encuentro es una reedición de los bailes de Carnaval que se organizaban en el mismo lugar en los ‘40 y ‘50, y para los más jóvenes, la oportunidad de conocerse, de afianzar lazos, de construir comunidad.

Enzo Maestri, uno de los primeros en llegar a la reunión que se realizó el domingo pasado, cuenta que hace unos 60 años, para Carnaval, se juntaban los vecinos en la tarde, a chayarse, y en la noche se disfrazaban y bailaban.

El hombre, que recuerda cuando la calle fue asfaltada -porque con otros niños jugaba en la montaña de tierra- vive ahora en Dorrego, pero lo llamaron para invitarlo. “En aquella época no había tantas cosas para entretenerse, así que la gente estaba atenta a este tipo de reuniones. Para ir a bailar, sino, había que ir al club Obras Sanitarias o al Anzorena”, rememoró.

La calle Agustín Delgado es paralela a Rodríguez y Olascoaga y se extiende por apenas dos cuadras, entre Sobremonte y Lamadrid. Si bien algunos se ven tentados a llamarlo pasaje, Silvia Moyano, una de las habitantes más antiguas, sostiene, entre risas, que es “una avenida”.

Tal vez haya sido que es justamente todo lo contrario -una arteria corta y angosta, con poca circulación-, lo que favorece que se pueda cerrar con facilidad para armar fiestas.

Cristina Simoncini, de la Librería Simoncini y Gómez, nació en el 223 de la calle, aunque hace años se mudó al barrio Bombal, y señala que una de esas casas era la de sus abuelos. Ella asistió también al primer reencuentro de los vecinos, el año pasado, y cuenta que varios se emocionaron al recordar cuando jugaban a la mancha o al “1, 2, 3, cigarrillo 43”.

Entretanto, llegan sus primas Leticia y Estela y empiezan a preguntar por las casas de ‘Beba’, ‘Pupé’, los Romano, los Pizarro y los Chacón. Es que, con la excepción de dos viviendas, las fachadas han sido renovadas y cuesta identificarlas con las que quedaron en la memoria. Y de inmediato pasan a un “¿Quiénes han venido?”, con un resabio de la inquietud adolescente, de cuando nacieron los romances entre vecinos, pero también con jóvenes que venían de otros lugares porque conocían de las fiestas en la Agustín Delgado.

“Acá pasamos momentos que no se olvidan nunca”, lanza Leticia Simoncini para explicar su presencia. La mujer enumera que cada 24 de diciembre se armaba una tarima en la calle, donde todos los niños encontraban el regalo que les había dejado Papá Noel, y al día siguiente, el 25, se organizaba el baile.

Para Carnaval era la otra ocasión en que la música y la danza tomaban la arteria y, para evitar que los vecinos reconocieran a la persona detrás del disfraz sólo por la casa de la que salía, era común que se cambiaran en otro domicilio. En esos días se cortaban las dos cuadras completas y, sin importar la fecha, la mayoría de los festejos terminaban en chaya.

Nuevos conocidos

Mientras algunos ya están charlando y rememorando antiguas anécdotas, dos mujeres se acercan con cierta timidez y un pan dulce. “Somos de la Vicente Gil”, dicen a modo de presentación. Es que así como antes se sumaban a la fiesta personas de los alrededores (y no tanto), el año pasado, y en este también, extendieron las invitaciones a los vecinos de calles Rodríguez, Olascoaga, Vicente Gil y Lamadrid.

Por eso participa de la cena Ricardo Barraco, quien además cuenta con la ventaja de ser el dueño de la heladería que lleva su nombre, sobre calle Rodríguez, y quien regala el postre para todos los asistentes. El hombre indicó que suele ocurrir que cuando los mayores fallecen los hijos venden las viviendas y se mudan personas nuevas, desconocidas para los que llevan más tiempo. Y las cenas comunitarias permiten irse conociendo. Más allá de eso, espera que en un futuro vuelvan los "bailazos tremendos" que recuerda de niño. 
Música era lo que no faltaba.

El músico Gustavo Jofré, amigo de Tristán Casnati, uno de los organizadores (ver aparte), había llevado sus equipos. Si bien él vive en Luján, no dudó en ir con su familia, porque también vivió fiestas en la calle cuando era chico y nuevamente ahora, de adulto. Pero en general, resaltó, se arman en los barrios y no cerca del Centro, en plena Quinta Sección. “Acá es más transgresor”, comentó con una sonrisa.

"Esta es la verdadera seguridad"

De aquellos festejos multitudinarios, que copaban las dos cuadras de la calle Agustín Delgado, se pasó a un período en que los vecinos dejaron de reunirse. Ninguno alcanza a precisar cuánto tiempo transcurrió hasta que Silvia Moyano, una de las pocas de la segunda generación de habitantes que todavía reside en el lugar, decidió organizar encuentros más acotados en su propia casa, según explica su hijo, el artista plástico Fernando Jereb.

Tristán Casnati, quien con sus 15 años de residencia en la Agustín Delgado se define como uno de los vecinos más nuevos, fue de los que buscaron que el festejo volviera a tomar la calle. “Quisimos rescatar la cuestión comunitaria, en la que todos los vecinos se conocen”, detalla. Así, si bien en el pasado había una comisión que se encargaba de organizar las celebraciones, ahora la conforman de modo informal Silvia y Tristán (viven casi enfrente). Ellos son los que empiezan a hacer circular el día de reunión, imprimen las invitaciones que pasan por debajo de la puerta y llaman por teléfono a los “históricos” que se mudaron.

“Esta es la verdadera seguridad, no la que se paga, no la de meterse en la propia casa, sino la que se cuida a través de la relación entre vecinos, de tomar la calle”, plantea Casnati, y añade que espera que otros repliquen la propuesta. El abogado y escritor reside en la vivienda que fue de Adolfo Ruiz Díaz y Amalia Ugo, y la mitad de la superficie está ocupada por la extensa biblioteca del matrimonio.

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