Nunca sabremos a dónde habría podido llegar Annie Leibovitz en el arte contemporáneo si su carrera hubiera seguido la estela de la extraña serie de imágenes que tomó de la pareja de coleccionistas alemanes Renate y Leo Fritz Gruber.
En aquella secuencia en blanco y negro (1989), la famosa retratista renunció a su habitual escenografía para captar la manifiesta espontaneidad de un amoroso abrazo, que ahora observamos tan real y delicado como una escultura de Brancusi.
Pero la de los Gruber fue sólo una brillante cicatriz en el rápido vuelo del cometa Leivobitz, fotógrafa mercurial por excelencia cuya juventud adoptó la fantasía estática de un tiovivo.
Leibovitz vivió su infancia y adolescencia en diferentes ciudades de los Estados Unidos, así que pronto se acostumbró a las mudanzas entre cajas de zapatos llenas de fotos y álbumes familiares.
Admiradora de las imágenes tomadas “a hurtadillas” de Cartier-Bresson y de los “estados de felicidad social” de Jacques-Henri Lartigue, en 1970 ingresó en el Instituto de Arte de San Francisco y sólo tres años después se consagró meteóricamente en Nueva York gracias a sus retratos de John Lennon para Rolling Stone.
Como un relámpago llegó a la dirección del departamento de fotografía de la revista hasta su traslado definitivo a Vanity Fair, en 1983.
Annie Leibovitz agota toda la nomenclatura de los fenómenos de la troposfera. Pero la expresión que mejor la define es la de “fotógrafa de las estrellas”, de las que, decía, “siempre recogía el polvo. Es divertido hacer fotos conmigo. Algunas veces pongo a la gente en el barro y otras las cuelgo del techo”. Todas las facetas del humor están presentes en sus retratos, “el mejor camino -reconoce- para llegar al personaje. Cuando digo que me gustaría fotografiar a determinada persona, lo que quiero decir realmente es que me gustaría conocerla”.
“Después del artificio, todos somos de carne y hueso”, dice de su trabajo la escritora Alexandra Fuller, autora del prólogo de la tercera entrega de sus retratos, “Annie Liebovitz. Portraits. 2005-2016”, editorial Phaidon. Son 150 imágenes de celebridades del cine, el teatro, la literatura, la música, el arte, la política y la ciencia: Kim Kardashian y Kanye West, Lebron James, la Reina Isabel de Inglaterra, Stephen Hawking, Angelina Jolie (como la Victoria de Samotracia), Cate Blanchett, un Niágara de sensualidad que contrasta con la vulgaridad de Scarlett Johansson o la ridículamente barroca Marina Abramovic.
Vemos a Woody Allen sentado en su estudio como un voyeur, y al matrimonio Trump en una foto nada convencional tomada en 2006 en el aeropuerto de Palm Beach (Florida), en la que él está sentado al volante de su Mercedes-Benz mientras ella posa en las escaleras de un jet privado, en ropa interior dorada y luciendo un voluminoso embarazo.
Como contraste, el perfil de Michelle Obama es metafísico y sólo la perla vermeeriana que cuelga de su lóbulo izquierdo reclama nuestra mirada hacia una singularidad irrepetible.