Guillermo Miller nació en Wingham, condado de Kent, Inglaterra en 1795. A los 16 años se incorporó al ejército británico y con esas tropas desembarcó en Lisboa, donde se enroló en el destacamento de artillería. Las tropas inglesas, junto a las de Portugal y España, pelearon contra la invasión napoleónica de la península ibérica.
Tomó parte de la liberación de Badajoz, que estaba ocupada por las tropas francesas y fortificada por unos 5.000 soldados. Fuertes y sólidas murallas protegían la ciudad, estaba sitiada por el ejército anglo portugués bajo el mando del general Arthur Wellesley, pero el incesante bombardeo abrió brechas en las defensas. El enfrentamiento fue sangriento y costó miles de muertos, hasta que la plaza se rindió.
Miller combatió también en la batalla de Victoria, que fue decisiva y que decidió la expulsión definitiva del ejército francés de España.
En 1814 participó en la guerra angloestadounidense. Regresó a Europa para participar en la Batalla de Waterloo, acaecida el 18 de junio de 1815.
Luego de viajar por ciudades españolas, se embarcó rumbo a América del Sur en el puerto de Cádiz en 1817 y ofreció sus servicios para pelear por la independencia de las colonias españolas, enrolándose en el Ejército Libertador de los Andes.
Cruzó los Andes con el grado de capitán de Artillería. En la sorpresa de Cancha Rayada, 1818, peleó estoicamente salvando en decisiva acción piezas de artillería. Fue ascendido a sargento mayor y nombrado edecán del general San Martín.
La recientemente formada armada de Chile, requería de soldados y oficiales de marina. A Miller, por su vasta experiencia, se le confió el mando de la fragata Lautaro, siendo destinado al puerto de Valparaíso, donde protegió a la escuadra chilena que recorría las costas del Pacífico combatiendo a los barcos de la armada realista. Con el cargo de comandante de Infantería de Marina y Artillería de Mar, llevó adelante esta importante misión.
Cuando el Directorio de Chile contrató al almirante Lord Thomas Cochrane para hacerse cargo de la escuadra naval, Williams Miller fue su subalterno como jefe de la fuerza de artillería y de la infantería de marina, sobresaliendo en la batalla que tomó la ciudad de Valdivia.
Poco tiempo después fue herido en una escaramuza en el intento fallido de anexión de la Isla Grande de Chiloé en 1820, en el Combate de Ahuí.
Formó parte de la expedición por mar al Perú en 1820, por cuya independencia peleó sin descanso. Estuvo a cargo de los ataques costeños con las fuerzas libertadoras y luchó arduamente para liberar a los esclavos, subyugados en las haciendas. Ya liberados, les dio la opción de enrolarse en las fuerzas de San Martín.
Cuando San Martín se alejó del escenario político-militar del Perú, Miller estuvo a las órdenes de Simón Bolívar, quien lo nombró general en jefe de la Caballería, combatiendo en las batallas de Junín, Carpahuaico y Ayacucho. Por su gran desempeño fue nombrado mariscal del Ejército del Perú.
Participó en la creación del Regimiento de Caballería Húsares de la Legión Peruana, que actuó heroicamente en Junín. Luego de Ayacucho, fue nombrado gobernador de la Villa Imperial de Potosí.
Luego viajó a Inglaterra en 1826 y fue nombrado Freeman de la ciudad de Canterbury. Anhelaba visitar su tierra natal, viejos amigos y a su anciana madre. Se repuso de viejas heridas y de diez años de lucha contra el imperio español.
En 1828 escribió sus memorias a través de la pluma de su hermano como “Memorias del general Miller al servicio de la República del Perú”.
Regresó a Perú en 1831, cumpliendo funciones militares y diplomáticas. Se vio envuelto en la guerra peruano-boliviana contra Chile, por lo cual se alejó de tal escenario.
Por haber apoyado a Andrés de Santa Cruz en su proyecto confederacionista, fue dado de baja y borrado del escalafón militar.
Ejerció el cargo de cónsul británico en Hawái y luego de superadas las pasiones de la guerra, el gobierno de Perú le restableció su título de Gran Mariscal. Regresó a Inglaterra donde vivió hasta 1859. Volvió a Perú y Chile para reclamar beneficios pendientes, los que pudo recuperar.
Sus últimos años los pasó en Perú; próximo a su muerte pidió ser embarcado en un barco británico frente al Callao, falleciendo a los 66 años en 1861. Más de veinte heridas de guerra, avalaban la trayectoria comprometida con la causa americana; tenía aún dos balas alojadas en el hígado.
Fue sepultado en el cementerio británico de Bella Vista, y en 1926 trasladado al Panteón de los Próceres, en el Parque Universitario de Lima.
De vasta experiencia en el arma de infantería, artillería de tierra y mar, admiró a San Martín. Hombre de conducta y respeto hacia los naturales del país donde le cupo actuar, siendo un agudo observador de la vida y sus costumbres.
Cuando viajó a Inglaterra, se abocó a escribir y publicar sus memorias, para lo cual consultó en varias oportunidades a San Martín, quien residía en Bélgica.
* El autor es médico clínico. Dirigente de la Asociación Sanmartiniana de Luján de Cuyo.