La lógica formal nos ilustra acerca de la falacia más conocida, el argumento ad hominem, cuando se descalifica una idea sobre cualquier tema, atacando a la persona que esgrime la idea pero sin atender a la idea en sí. Un ejemplo bastará para comprender esta falacia: “A” dice que el Sol es una estrella menor y B, con un argumento ad hominem, dice que lo que dice “A” es falso porque “A” es cocinero, y nada puede saber de astronomía.
El argumento ad hominem es empleado por los políticos en general. Cuando alguien decía que los desaparecidos eran diez mil y no treinta mil, se le decía que era un facho por opinar de ese modo, como si el número importara. Cuando Trump responde al pedido de misericordia de la obispa Budde, tachándola de radical de izquierda, utiliza un argumento ad hominem. Lo mismo cuando Milei llama hijos de puta a Pagni y Longobardi solo porque lo han criticado. Esto no tiene nada que ver con estar o no de acuerdo con decisiones del gobierno. Bajar la inflación puede ser una medida bienvenida, pero hacerlo todo a los gritos o a los insultos y cortando alambres, no solo es un acto antidemocrático y de mala educación si no que puede ser la semilla de un hecho histórico mayor y peor. Los que defienden esta manera de actuar dicen que se trata de una formalidad inofensiva. A ellos les pido que lean a Unamuno cuando explica por qué la forma suele ser el fondo.
Parece inocuo si la denostación no es exagerada. ¿Quién decide lo qué es exagerado? Cuando en 2011, en un acto por la memoria decenas de niños con sus padres escupieron las fotos de los rostros de Morales Solá, Magdalena Ruiz Guiñazú y otros… ¿No fue esto acaso un acto exagerado y de persecución ideológica? “Es un juego” dijeron con ironía desde Casa Rosada. No nos dimos cuenta que el insulto, por leve que sea, siempre será una semilla en la que germinan otros hechos históricos relevantes, como las guerras santas, Juana de Arco en la hoguera de la Inquisición, o las dos guerras mundiales.
Hannah Arendt en La banalidad del mal nos enseña que el mal nace de personas comunes, no de seres especiales y predestinados. Hitler -por ejemplo- defendía los derechos de los animales y promulgó leyes para el bienestar animal, y sin embargo Hitler fue Hitler. Arendt nos enseña que el mal se banaliza cuando pensamos que un insulto, al no ser una granada, no vemos que ese insulto puede llegar a ser el origen de una granada.
Entre dos fuegos, en el espacio que hay entre trincheras enemigas, se mueve la gran mayoría de los argentinos. Son los que trabajan, ríen, viven, malviven y sufren todos los días, personas que transcurren la existencia con la idea de ser más o menos felices en esta vida. Los que se mueven como equilibristas sin una red abajo, los que quieren un mundo más amable, con más de diálogo, menos violento y con menos dioses que digan lo que está bien y lo que está mal. Son los que están cansados de tanta violencia diaria. Son los moderados, los que a juicio del peronista Julián Domínguez “los vomitará Dios” o los que a juicio de Benegas Linch (h) -que cree citar a Dante Alighieri- les corresponden “los lugares más calientes del infierno”. (El primero apeló a la mitología religiosa y el segundo utiliza una cita apócrifa). Sí, son los moderados. Los que no militan las ideas extremas de otros.
Esta costumbre de subestimar a los moderados puede llegar a ser un grave error. Se comprueba con ver algunos episodios de la historia: el mayor esplendor del Imperio Romano se produjo en tiempos de Marco Aurelio, el emperador sabio… y moderado.
Voltaire, en su diccionario filosófico consideraba que el fanatismo es una enfermedad cruel que tiene el espíritu humano. El antídoto no vendrá solo con el voto popular, porque votar lo contrario parece que nos pone en otra vereda de similar violencia. Ya nos pasó. Será necesario comprender las diferencias que hay entre el conservadurismo de Burke y las ideas reaccionarias de Trump, o las diferencias entre el liberalismo de Adam Smith y las ideas negacionistas de Milei. Habrá que comprender las diferencias que hay entre el socialismo de Juan B. Justo o la democracia progresista de Lisandro de la Torre, con el supuesto progresismo argentino actual, o las diferencias entre el comunismo de Rodolfo Ghioldi y las ideas de Del Caño, o saber identificar por lo menos las diferencias entre Perón y Kicillof.
Tal vez el antídoto contra la violencia verbal reinante sea que los moderados no se callen y se expresen cada vez con más claridad y valentía. Para ello, primero habrá que leer, conocer, estudiar y adoptar un pensamiento crítico y no dogmático hacia todo aquello que sea objeto de conocimiento, incluidos nuestros propios prejuicios.
* El autor es escribano público.