Ahora bien, para la liga de superhéroes el wokismo es mucho más que esas supercherías. Representa, para esta gente de ultraderecha, una pelea contra la ampliación de derechos personales, sobre todo los relacionados con el género, a los que le han declarado la guerra. Y Milei ha devenido su principal vocero, como lo expresó en Davos, el último lugar donde tenía que expresarlo.
Pero nuestro anarco libertario es así. Al menos en su discurso, es libertario cuando quiere y autoritario cuando le conviene. Hace poco fue a Italia donde visitó al partido de la Meloni y allí se largó el primer espiche totalmente influenciado por los Santiago Caputo, los Agustín Laje y los Nicolás Márquez de su vida (un comunicador y dos teóricos de recontraultraderecha cavernícola, que son sus peores consejeros). En esa oportunidad se consideró un leninista de derechas. Dijo que si bien Lenin, el creador de la rusa soviética, era ideológicamente un loco reventado, en su teoría de la organización tenía razón: había que adoptar la conducción centralizada en una sola persona y convertir a todos los miembros individuales del partido en un todo colectivo donde no hubiera disensos particulares y así nadie discutiera las órdenes del líder (algo total y absolutamente contradictorio con el liberalismo y hasta con el anarco libertarismo). La última víctima de esa concepción “leninista” fue el único amigo personal que le quedaba en el gobierno, Ramiro Marra, al que echó de la LLA por una nimiedad (lo echó no como a un león ni como a un cordero, sino como a un perro). El presidente ya se peleó con todos los amigos de su vida anterior y a cambio se está llenando de obsecuentes e incluso está convirtiendo en obsecuentes a personas que antes eran rebeldes y autónomos (como muchos venidos del macrismo; los peronistas están más acostumbrados a la disciplina verticalista).
Después del de Italia, su segundo discurso ideológicamente influenciado por los Caputo boys, lo expresó en Davos. Y allí el tema exclusivo fue el wokismo, título con el que abarcó una cantidad de cuestiones que exceden a esa palabra.
Si al wokismo se lo considera una forma extrema de utilizar ideológica y facciosamente determinados avances modernos en los usos y costumbres (en general positivos como la lucha por la igualdad de la mujer o la eliminación de los prejuicios contra los homosexuales) quizá Milei y su liga de superhéroes puedan tener algo de razón en criticar sus excesos y exageraciones. Pero en realidad, más que a lo woke, la crítica debería referirse a las expresiones erróneas de esa izquierda progrepopulista que apareció por Occidente luego de la caída del muro de Berlín, para supuestamente luchar contra el neoliberalismo y la globalización capitalista que parecían imponerse como alternativa única al implosionar el comunismo y por ende el mundo bipolar. Ese nuevo progresismo se desarrolló “contra el neoliberalismo” con una ideología adaptada al nuevo tiempo pero copiada de los pensamientos anteriores a la caída del muro de Berlín. Eran nostálgicos de la URSS y de los Partidos Comunistas que le respondían, sobre todo en Europa y América Latina. Por estos pagos darían origen al chavismo y en parte al kirchnerismo.
Es cierto que esa nueva-vieja izquierda, al estar lejos del poder real mundial, se enfocó en la batalla cultural para librar su pelea y a eso quizá se lo llamó woke. Será o no woke, pero lo sumamente criticable de ese progresismo son los siguientes aspectos muy negativos: el adoctrinamiento y partidización de los derechos ampliados, la cultura de la cancelación, que es la censura más o menos implícita obligando al uso del lenguaje inclusivo y de lo políticamente correcto según lo que ellos evalúan por políticamente correcto, censura que generalmente es moral pero puede llegar a ser judicial. Y lo peor de todo: la ridícula teoría extremista del progresismo occidental que exige la libertad sexual total en Occidente pero apoya en Medio Oriente a los regímenes que someten a la mujer y lapidan a los homosexuales porque, para estos progres, esa es su forma “identitaria” de esos pueblos, dicen, de combatir al imperialismo yanqui. Lo mismo hacían luego de la segunda guerra los izquierdistas europeos que a pesar de que Estados Unidos les ayudó a crear el Estado Benefactor (una socialdemocracia efectiva), apoyaban al totalitarismo soviético estalinista como el reinado de la verdadera libertad. En los 40 eso defendía Jean Paul Sartre, y a fines de los 70 Michel Foucault apoyó el régimen teocrático de Irán. Los nuevos progres (aún sin el talento de las viejas celebridades) hacen lo mismo condenando a Israel pero sin decir ni una sola palabra en contra de Hamas o el terrorismo musulmán.
La brillante escritora Pola Oloxairac, que critica duramente ese progre populismo pero no desde la derecha sino desde un liberalismo democrático y racional, acaba de escribir un libro llamado Bad hombre, donde pone ejemplos reales, rotundos de algunas mujeres que aprovechando el clima reinante, acusaron por cuestiones de abuso sexual a hombres con los cuales tenían enfrentamientos personales de otro tipo. Un claro exceso de poder del otro lado del mostrador. De lo que está hablando es de la cultura de la cancelación, que significa aislar del grupo social a un miembro porque se lo acusa de cosas falsas. Y como nadie quiere salirse del rebaño ideológico del progresismo biempensante condenan al acusado, incluso cuando se demuestra, como lo expresa Pola, su total inocencia en los hechos denunciados y la culpabilidad de su denunciante. Y todo solo porque el acusado es hombre y la acusadora mujer (además de “progresista”).
O sea, criticar la política woke si es de esas cosas de las que estamos hablando es algo que merece discutirse. Pero si se refiere al ataque a la ampliación de derechos hacia la mujer y la diversidad sexual es una barbaridad porque esos avances no los para nadie, al menos en los países democráticos. Lo malo, por izquierda, es la cultura de la cancelación como demuestra Pola. O, por derecha, lo que hace uno de los miembros de la liga de los superhéroes mileistas, el húngaro Orbán, que ha prohibido toda propaganda homosexual en su país.
El kirchnerismo, es cierto, cayó en todas esas trampas supuestamente wokistas: puso a los organismos de derechos humanos a trabajar para sus fines partidarios y a algunos incluso hasta los corrompió, adoctrinó partidaria e ideológicamente a chicos en las escuelas, amenazó con la pena de la cancelación a quienes no usaran el lenguaje inclusivo. E incluso hizo lo peor de lo peor: la misma Cristina Kirchner que legisló junto a su marido el matrimonio entre personas del mismo sexo, quiso firmar un pacto con el régimen represivo de Irán que todavía cuelga homosexuales en las calles o los arroja desde los edificios.
Todo eso es terraplanismo de izquierdas puro. Y, por lo tanto, en eso le podríamos dar la razón a Milei y a su liga de superhéroes. El problema es que en Davos él lo criticó desde otro terraplanismo, de ultraderecha puro, donde niega los efectos negativos en el cambio climático debido a la contaminación producida por el hombre, donde acusa a la OMS (para ser obsecuente con Trump) de ser la responsable de la pandemia del covid y donde, en el mejor de los casos, pretende volver a un estilo de vida cuasimonástico: los homosexuales están bien, pero dentro de casa, dicen, como máximo de tolerancia que pueden consentir, pero en general aconsejan que sean tratados por psiquiatras para ser curados. Un ultramontanismo, una ultraderecha tan terraplanista como la izquierda woke.
En otras palabras, en ese desafortunado discurso Milei propuso combatir lo que él llama wokismo entendido como una especie de terraplanismo por izquierda, pero planteó combatirlo con un retorno a ideas cavernícolas de la vieja derecha extremista. En vez de combatirlo desde donde debería hacerlo: a partir de la tolerancia del liberalismo democrático republicano, virtudes de las que Milei poco habla pese a apoyarse históricamente en Alberdi.
O sea, lo peor del kirchnerismo, su ideología woke que busca aliarse con el Irán que hizo volar la Amia es combatido por lo peor del mileismo, ese que recupera el oscurantismo ideológico de la vieja y nueva ultraderecha. Desde el regreso reaccionario al pasado. De allí vino lo peor de lo peor del discurso de Milei: la correlación entre la política de género y la homosexualidad con la pedofilia.
La liga de los antiwoke no solo crítica a las políticas de género, la diversidad sexual o el feminismo sino que también propone el negacionismo climático, defiende a los antivacunas y a los antiinmigración. No sólo condena al aborto, sino hasta el divorcio vincular como sostuvo el primer secretario de cultos de Milei. Pero no es que Milei piense exactamente así (aunque tiende…) sino que es lo que piensan sus ideólogos, como Nicolás Márquez quien cree que la homosexualidad es una enfermedad a tratar psiquiátricamente y hasta con remedios. Es una agenda de ultraderecha, negacionista y terraplanista, a la cual, con discursos escritos por Santiago Caputo, en lo cultural, Milei se suele dejar influenciar llegando a meter la pata hasta el fondo del barro, como lo hizo en Davos.
Es razonable atacar el ministerio de la mujer puesto al servicio de las féminas del partido y de sus burocracias, pero no al femicidio entendiendo como tal al asesinato de la mujer por el hombre debido a temas de abuso. Porque allí no existe ninguna igualdad entre hombre y mujer, como dice Milei. Son miles los hombres que cometen femicidio por abuso. En cambio al revés es casi inexistente.
En síntesis, para poder estar todos mejor en este mundo de locos, cada uno debería ocuparse de lo que mejor sabe hacer y dejar el resto a los que lo saben en serio. A Elon Musk no le irá bien como político porque todo lo que sabe de tecnologías modernas y de emprendimientos empresariales (en eso es quizá el hombre más exitoso del mundo), lo ignora en política, tanto es así que en Alemania apoya para las próximas elecciones a un grupo de ultraderechistas que rescatan el valor de las SS nazis. Nada menos que en Alemania.
Por su lado, los cuestionamientos de Milei y Trump en antiambientalismo o antivacunas son ridículos. Una cosa es cuestionar a la ONU o a la UE en términos políticos, pero muy otra es acusar a la OMS o a las ciencias medioambientales, reconocidas por el 99% de los científicos del mundo, apoyándose en chiflados que hablan con términos cientificistas, excéntricos que siempre existen con sus teorías conspiracionistas. Eso es terraplanismo. Y el terraplanismo no tiene ideología, está en todos lados.
En mi opinión, la izquierda y la derecha son tan respetables unas como otras, y en democracia ambas pueden adjudicarse éxitos y fracasos. Felipe González, un socialista en España o Julio María Sanguinetti un liberal de centro derecha en Uruguay fueron grandes presidentes. Hay docenas de ejemplos. Pero todos los “buenos” suelen ser democráticos, simpatizantes del liberalismo, la república y las instituciones de control al poder incluyendo al periodismo. Contrarios al populismo, al autoritarismo y al totalitarismo, que esos son los verdaderos enemigos, y los hay en todas las ideologías.
Señor Milei, hay tantos corruptos por izquierda como por derecha. Hay tanta corrupción en sistemas estatistas como en sistemas privatistas (sino vea al Menem privatista y al Kirchner estatista). La corrupción pertenece a la naturaleza humana y allí hay que educar, no creer que es ideológica. Está infiltrada en todos lados. Pero hagamos una excepción: en todo caso, sólo podría admitirse una correlación que ya la hizo Michael Corleone en el Padrino III cuando dijo: " mientras más se sube en la escala del poder más corrupción se encuentra". Lo demás son tonterías. Zapatero a tus zapatos. Por eso le aconsejamos, señor Milei, que la próxima vez vaya a Davos a hablar de economía, que es lo que sabe y está haciendo bien, en vez de apostar a querer conformar ligas de superhéroes antiwokistas, muy aptos para las historietas, pero no para la realidad.
* El autor es sociólogo y periodista. [email protected]